Llora, el país amado…
Algunos periodistas tienen la fortuna de estudiarlo con profesionales en clases de deontología, el resto seguro tuvo que aprenderlo a la mala: las filtraciones son como un arma que no sabemos quién realmente la empuña pero sí a quién apunta… aunque, a veces, sin saberlo, apunta al propio periodista.
Para muchos comunicadores, es muy sutil, casi invisible, la frontera que distingue una ‘filtración’ de una ‘exclusiva’. Y por ello terminan en problemas. La filtración no es más que la acción inequívoca de un agente interno que -con buenas o malas intenciones- usurpa información reservada de su institución para acercarla a uno o varios periodistas; el trabajo periodístico, por el contrario, es saber qué buscar y vencer los pactos de silencio para revelar información útil para la sociedad.
Esto último es sumamente relevante, porque es verdad que, en ocasiones, en la legítima búsqueda de un bien, se han utilizado filtraciones mayúsculas; pero incluso en esos casos, se ha privilegiado el trabajo conjunto de periodistas o consorcios mediáticos porque, más allá de la ‘exclusiva’ o ‘prestigio’ personal, lo importante es dar a conocer a la sociedad algo que le es útil, algo que bien revele la injusticia o abone a la indignación transformadora.
Esto está claramente ejemplificado en el imperdible análisis comparativo de ‘Códigos de Deontología Periodística’ realizado por el investigador Porfirio Barroso Asenjo en 2011. En él se recogen los principios ético-periodísticos más adoptados por los profesionales de la información y aunque no nos sorprende que el primero más popular sea “el servicio a la verdad, la objetividad, la exactitud y la precisión” o el segundo sea “el servicio al bien común, bien público o bien social”; sí llama la atención que, para muchos profesionales, la convicción de “utilizar solamente justos y honestos medios en la consecución de sus informaciones y noticias” se encuentre muy debajo de sus prioridades éticas profesionales.
Es decir, para no pocos periodistas, la búsqueda de información a través de mecanismos no sólo informales sino quizá hasta cuestionables parece estar justificada por el interés del bien común. Y allí pareciera que entrarían las filtraciones, pero no. Como dijimos: las filtraciones no parten de la legítima búsqueda del periodista sino desde el interés de un sublevado o, peor, de un poderoso.
Los recientes acontecimientos en Nuevo León respecto a la consuetudinaria filtración de documentos e informaciones que, en principio, sólo deberían estar bajo custodia en la Fiscalía del Estado para resolver un crimen de alto impacto social, vuelven a poner la mirada sobre ese ámbito casi siempre olvidado del periodismo y la comunicación: la ética profesional.
Si se observa con cuidado, casi todas las situaciones que parecen afectar a la credibilidad de los profesionales de los medios o comunicadores tienen que ver con la ética; no sólo con el famoso ‘compromiso con la verdad’ o la ‘objetividad’ sino con el resultado del discernimiento -o la falta de éste- ante las complejidades que supone la búsqueda, obtención, uso y servicio de la información.
La audiencia contemporánea, que no es sólo receptora-consumidora de informaciones sino cuyas opiniones compiten en los mismos espacios de difusión (y en ocasiones incluso son más relevantes en el diálogo social), evalúa permanentemente las decisiones éticas de los comunicadores y periodistas, y también de las empresas que administran los medios de comunicación. En el nuevo modelo comunicativo, la confianza se traduce en apoyo; y la credibilidad no está tan sujeta al tamaño, ni al poder, ni al alcance del medio, sino a las decisiones éticas que asumen los periodistas.
En México, tenemos un grave problema al respecto. Porque si bien es cierto que en las últimas dos décadas todos los medios tradicionales han perdido algo de confianza, la prensa ganó credibilidad durante la pandemia en casi todo el mundo… menos en México. La encuestadora Parametría afirma que a inicios del milenio la confianza de la audiencia en noticiarios de radio, televisión y prensa mexicanos era superior al 60% y hacia el 2017, la confianza cayó por debajo del 20%.
Y aunque muchos medios y periodistas en el mundo recuperaron la confianza de la audiencia durante la pandemia de COVID-19, esto no sucedió en nuestro país. Según el Reporte Digital de Noticias publicado en 2021, la confianza en las noticias entre los 46 mercados analizados por el Instituto Reuters avanzó 6 puntos porcentuales pero México retrocedió 2 puntos y ha sumado una pérdida de 12 puntos porcentuales desde 2017.
Esta situación se traduce en una doble crisis, de empresas mediáticas y de periodistas; una económica y otra de identidad. Los primeros hacen lo posible para sobrevivir y, los segundos, para ser relevantes. Pero sus decisiones, como disfrazar agendas particulares de noticias o usar oscuras filtraciones para ganar exclusivas o marcar efímeras ‘tendencias’, en lugar de ayudarlos, los hunden más.
Bien dice el sabio que ‘la flecha tirada no puede, con la fuerza del brazo, volver a la mano’; y para los periodistas esta es una realidad cotidiana: lo dicho o lo publicado se parece a la flecha que ya no vuelve. Con mayor razón, ante la tentación de pedir-recibir-usar filtraciones, es importante que el periodista conozca y reconozca de quién es la mano que empuña el arco.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe