Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
Aun en estas fechas, no voy a ponerme puritano: la mentira es una acción humana de capacidad transformadora. A diferencia de la verdad, que sólo tiene un rostro y un propósito –la dramática anagnórisis–, la mentira tiene todas las facetas posibles, incluso puede tener el rostro de la verdad como nos recordaría Borges en su reflexión de ese juego de naipes argentino llamado ‘truco’ en el que se debe engañar al otro hasta “mintiendo con la verdad para que descreamos de ella”.
Sin embargo, hay que mencionar que no haré un elogio de la mentira, sino una valoración de los actos que muestran la verdad. Es cierto que la política suele combinar mucho mejor con la mentira que con la verdad; de hecho, no pocos afirman que la persona política tiene mayor capacidad activa y creativa mediante la mentira que aquella que contempla estrictamente la verdad.
Se suele afirmar que la persona mentirosa tiende a ‘cambiar el mundo’ mientras la persona veraz casi nunca pretende hacerlo; su función es simplemente el de mostrar lo que es y aceptarlo tal cual es. Además, cuando la verdad se involucra en la política en voz de uno de sus partidarios se ‘partidiza’, se constriñe a los márgenes del interés personal o de grupo… y deja de ser la verdad, o al menos la verdad que abraza y fustiga a todos por igual.
Y, a pesar de este panorama ciertamente brumoso, es necesario apuntar que la verdad tiene una utilidad política más allá de la metafísica; y esto sucede “cuando todos mienten acerca de todo lo importante, el hombre veraz, lo sepa o no lo sepa, ha empezado a actuar… habrá dado un paso hacia la tarea de cambiar el mundo” como apuntó Arendt. Al respecto Mauriac nos invita a levantarnos de la mesa cuando lo esencial es tergiversado : “No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa”.
En estas fechas, infatigable como es la política coyuntural, no pocos personajes y grupos políticos nos han regalado sin ruborizarse un ápice claros ramilletes de mentiras; y no me refiero a promesas, ilusiones o expectativas (pilares absolutos de la política) sino a mentiras absurdas, obscenas y torcidas que lucen con orgullo su prostituida faz a la mitad de la plaza pública.
La mentira, lo sabemos, hoy no sólo cunde en las ideas deshonestas del anticientificismo (no es un acierto sino una preocupación que la RAE haya agregado ‘conspiranoico’ a su diccionario este año) sino con su profundo sentido anti humanista o mediante sandeces anti antropológicas (como las falacias de la ‘unidad total’ o la ‘individuación absoluta’).
Tal es la mesa del juego y bien vale ponerse de pie, rechazar la mentira y empezar a actuar. Lo cual suena estupendo pero es sumamente difícil porque implica inmensos sacrificios y desilusiones. Y es que , para alcanzar la verdad no basta sólo con sospechar de que se nos miente y hacer lo opuesto (¿No es eso lo que hacen quienes persiguen mundos planos y aliens en las élites humanas?); sino reconocer que la verdad es inabarcable, que apenas podemos introducirnos y velar por un pequeño, casi ínfimo, aspecto de ella.
Y en la política, ese diminuto reino en resistencia, es la realidad histórica, común y compartida. Una realidad a la que no debemos escatimar un ápice, en la que no cabe el autoengaño ni las ficciones; en donde no existen las respuestas fáciles ni sencillas; donde no se permiten máscaras ni filtros. En fin, una realidad política que ajuste con la enseñanza ancestral que afirma que “el sabio no sólo debe encontrar el medio, sino el remedio”. Como apunté antes, la mentira tiene capacidad transformadora, pero la verdad es una esencia reparadora.
Evidentemente, el primer paso es reconocer tanto el engaño como la verdad. No hay fórmulas para ello, pero sí he de transcribir lo que apuntaban los sabios hace medio milenio: “Si le crees a todos, te engañas en todo; si no crees a ninguno, serás tomado por loco y sospechoso; si le crees entonces a pocos, habrá envidiosos, levantadores de torbellinos y de discordias… Necesaria es entonces la amistad, el consejo y la compañía; más en nuestro tiempo cuando hay tantas miserias y afanes, donde no vemos ninguna caridad ni confianza. Así, que se nos cumpla buscar amigos de buenas obras y costumbres con quienes podamos andar y aprender cómo debemos guardar nuestros entendimientos de cosas inútiles y vanas de manera que enderecemos nuestra vida para la gloria por venir, donde los que moran vivirán para siempre jamás”.
Que gocen de una Feliz Navidad y de las fiestas de Año Nuevo con buena compañía y amistad.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe