
Periodistas del New York Times podrán utilizar IA de forma legal
Hacia el 1J
OAXACA, Oax. 4 de febrero de 2018.- Aporto mas reflexiones sobre los procesos electorales en curso en México.
La primera es que debe tomarse nota de que estamos en medio de 31 procesos electorales: el federal y los 30 locales; que las reglas inéditas en coaliciones, paridad, indígenas, reelección o nulidades añaden complejidad, facilidades y constreñimientos; y que todo ello plantea un cambio relevante en relación con sus precedentes de otros años pues formas,
tiempos y contenidos, si bien similares, no son equivalentes.
Son similares porque en todos los procesos las normas, instituciones y actores electorales responden a un marco general con modalidades específicas; y diferentes porque los contextos federal y locales varían.
El manejo de tales variables exige a todos los participantes un gran esfuerzo de coordinación, información y operación que puede inducir a errores clave.
Así, por ejemplo, durante las precampañas presidenciales que se acercan a su fin los candidatos no deben solicitar expresamente el voto pero han podido y pueden difundir sus ideas y propuestas para el caso de que logren la candidatura.
Además, deben reportar sus gastos y defender o atacar, según el supuesto, sus registros y los de sus adversarios. Las firmas dudosas de apoyo a los candidatos independientes es un hecho notorio.
La coordinación, amplia y complicada, supone un ejercicio de negociación y acuerdo político de gran envergadura, más intenso hoy por el uso de la microelectrónica y las telecomunicaciones.
Hoy la imposición y la descalificación, la renuncia o la incorporación, el beneplácito o el rechazo pueden concretarse en menos de 180 caracteres a través de un simple y poderoso mensaje de texto.
Dado que las reglas no limitan el transfuguismo, las opciones para los aspirantes se abren a la vez que se reducen pues los espacios son tan atractivos y prometedores como escasos y competidos.
Esas mismas reglas no limitan las “sucesiones intra-familiares” para el mismo cargo y menos aún para cualquier otro, obvio, ya sean consecutivas o alternadas, pero tampoco deberán facilitar la inequidad en la contienda. Al contrario, deberían activar refuerzos para la transparencia, la fiscalización y el penal electoral.
La segunda reflexión es que el modelo mexicano de precampaña y campaña es formalmente europeo y realmente norteamericano.
Al respecto, las formalidades que tanto cuidamos y cuya presunta violación inundan de impugnaciones a los organismos electorales, en el trasfondo ocultan la prevalencia de la lógica del mercado electoral que presiona principios y reglas constitucionales.
Enerva, agudamente, cualquier pretensión ética de respetarlas de manera integra.
Así, las reglas de precampaña en el fondo permiten anticipar campañas y forjar compromisos políticos y financieros para alcanzar la candidatura y ser competitivo en la contienda.
Hay que cuidar la corrección del lenguaje y las finanzas de precampaña y campaña sin dejar que deje de operar el conjunto de las transacciones que fluyen libres en los mercados informales y hasta ilícitos.
La lógica prevaleciente es, para todos, primero lleguemos o conservemos y ahí luego vemos. Si las (pre)campañas cuestan 10 veces más que el tope legal, ya en el gobierno reembolsaremos.
De tal suerte que el círculo abierto se volverá a cerrar y, después, se volverá a abrir en detrimento, por lo general en detrimento del buen gobierno y la confianza pública.
Quien sepa y quiera jugar y gane avanzará. Quien no, deberá ir a la banca, ver el juego desde las gradas o salir del estadio.
Desde luego que cualquier intervención en la forma de operación de esos mercados es delicada pues rompe equilibrios y arriesga el poder. Habría que ver que se propone para remontar esa cada vez más evidente y nociva contradicción de nuestra incipiente democracia pluralista.
Algún día, quizás en 2019, los grandes actores y fuerzas prevalecientes en el escenario y el mercado político electoral se sienten a renegociar las reglas formales e informales que hoy por hoy afectan a todos y degradan la vida democrática. Lo mismo en el tema de las precampañas que en el del financiamiento.
La tercera reflexión es relativa al “tiempo” y los “contenidos”.
Hasta ahora, en mi opinión el manejo del tiempo y los mensajes en el caso de López Obrador y su coalición es arriesgada debido al posible “síndrome del maratón”.
Es decir, que quien lidera por largo tiempo la carrera se desgaste y termine perdiendo confundido por el espejismo de la meta que se acerca igual que se aleja.
Ello ha ocurrido en 2000 y 2006, y estuvo a dos semanas de repetirse en 2012.
En mi opinión, la precampaña de Meade y su coalición es la que más se acerca al manejo prudente de los tiempos y de los mensajes.
Nótese que los registros para presidente y la infinidad de cargos federales y locales son sucesivos durante los próximos tres meses.
Véase que el PRI y aliados tendrán en tierra y aire toda su fuerza organizativa y territorial hasta el mes de abril o inicios de mayo. Y que se trata de una elección de jefe de gobierno y de jefe de estado, cual es el Presidente de México. No de rey, emperador, “führer” o líder de una banda o de una secta.
Es en ese manejo de tiempos y contenidos donde el barco de Anaya y su coalición pueden naufragar e irse a pique junto con algunos de los independientes. Esto por diferentes factores de armazón, composición, dinámicas locales y logística, más que por el perfil y proyección del joven candidato.
En fin. A partir de los registros de las candidaturas, el turno de la mayor responsabilidad será de los organismos electorales pues la criminalización de la política y la estrategia litigiosa, aunque por momentos desproporcionadas, también son parte de la competición.
Se espera orden, independencia, imparcialidad y transparencia en el “bunquer” de la Fepade, la herradura del INE y las salas del tribunal. Ojala que académicos y expertos, medios y redes hagan igual de bien su trabajo de análisis crítico y difusión.
Ojalá que las violencias de todo tipo no inhiban la actuación y la expresión.
Junto con todo ello y sobre todo, es imperativo que nos asumamos como ciudadanos y participemos a lo ancho y largo del proceso electoral.
Este es el tiempo en que la “forma del agua” debe ser la del ciudadano de tiempo completo cuyos mensajes inyecten contenidos a las ofertas y promesas de campaña. Esos planes y programas que mañana habremos de escribir, aplicar, exigir y reclamar en beneficio común y en favor de la República.