Diferencias entre un estúpido y un idiota
¡Fueron doce!, nacieron en pleno invierno, un primer día del año.
Nadie se había percatado que Tota había empezado su trabajo de parto.
Para mí, era la hora de tratar de aminorar el mal trato a mi organismo, porque a las diez horas debía acudir a entregar la estafeta para que el mundo se compusiera.
Salí al patio aún con sueño, con la firme intención de correr los treinta minutos recomendados por mi apreciada amiga y doctora.
Un ladrido enérgico y la consecuente visión que tenía algo en el hocico me quitó el ánimo de correr y preocupado me apresuré para asistir a mi querida perra, que angustiada me mostraba a su primer cachorro.
Eran aproximadamente las seis horas con cincuenta minutos.
Hacía días que Lucas había sido separado de su amada Tota, quien con silencio sepulcral entendía el momento, sus ojos evidenciaban preocupación melancólica, parecía que también escuchaba Sin tu latido de Luis Eduardo Aute que sonaba en los audífonos que me acompañaban.
Los ojos de ambos y el ladrido molesto de Lucas urgiéndome a apoyar a Tota, aceleraron la desesperación porque, ¿dónde encontrar en veterinario en esa fecha y a esa hora?
Mientras cubría al primero con una toalla, Tota se acostó sin querer levantarse y las llamadas fueron insistentes a distintos amigos.
Fue hasta las once treinta que el médico contestó.
Me dijo que él estaba a por lo menos hora y media de donde yo estaba, en el ombligo del mundo, pero vería quién de sus colegas estaba valientemente en esa fecha dispuesto, aún a pesar de la segura deshidratación y desvelo de la fiesta del abrazo y buenos deseos por el año que iniciaba.
A esa hora ya habían nacido cuatro y venía el que nunca es malo.
Fue hasta las trece horas, según recuerdo, que Javi, mi amigo veterinario, llamó y dijo que nos trasladáramos al negocio de uno de sus amigos quien ya iba a su negocio y que nos esperaba.
La protesta y enojo de Lucas fue mayúsculo cuando vio que subíamos a Tota a la camioneta y con ella a los cachorros.
Suerte de algunos, en el camino, el sexto llegó.
¡Vaya coincidencia! Y también fue macho.
Ya en el consultorio del médico, con las atenciones profesionales, Tota siguió su trabajo de parto y llegaron seis más.
Todos sanos.
Al llegar a casa, al rededor de las veintitrés horas, Lucas volvió los ojos y sus ladridos fueron de felicidad,
porque le contamos que eran doce y que Tota, estaba bien.
El viejo platicó que Lucas no había dejado de ladrar lastimeramente hacia la calle anterior de la casa, como llorando, esperando que su amada saliera a verlo.
Excelente madre resultó Tota, los cuidó y creció hasta que hubo que separarlos de ella.
En alguna reunión de amigos, cuando tenían tres meses y medio, Generales, Coroneles, Tenientes-Coroneles, Mayores, Capitanes, Tenientes, etcétera, decidieron llevarlos a su cuartel.
Tota fue esterilizada y volvió al lado de Lucas, que veía crecer a sus cachorros.
Lucas y Tota se acostumbraron a escuchar a Aute, Silvio, Mercedes, Sabina, Céspedes, etcétera.
Entre trova y trovadores llegó un día que le diagnosticaron cáncer a Lucas.
Tratado y medicado, llegó el momento en que lo llevamos al pie de un higo donde hoy habita en la calle del olvido.
Tota estuvo cinco años más, ya está a su lado, creciendo en una planta que produce flores y adorna algún lugar de la mancha.
¡Ah, mis perros!
Hoy Tego está aquí, conmigo, él es adoptado. En algún momento, les diré cómo nos va pero, les adelanto que también le empezó a gustar la trova.
Si la canción que sigue y está dormido, al escuchar al maestro como Lucas, pero sin ladridos mira hacia la puerta.