Respuesta a la violencia e inseguridad
OAXACA, Oax., 28 de noviembre de 2017.- Este martes inicia la llamada Glosa del Informe de Gobierno, la cual se desahoga a través de la comparecencia ante el Pleno de la Legislatura, de algunos de los funcionarios que encabezan las tareas de gobierno en la entidad.
Éste, que intenta ser un ejercicio de evaluación y rendición de cuentas, debe evolucionar hacia los compromisos y la auténtica evaluación, y —según sus antecedentes más inmediatos— dejar de ser un espacio para las componendas entre diputados y funcionarios comparecientes.
En efecto, se le conoce como “glosa” al desdoblamiento y análisis del informe de gobierno por parte del Poder Legislativo. Se supone que la glosa sirve para que una vez que el jefe del Poder Ejecutivo haya presentado el informe de labores del ejercicio anual, el encargado de cada una de las áreas del gobierno acuda ante el Poder Legislativo al “acto republicano” —derivado del informe— de escuchar a los representantes populares, explicarles la razón y los alcances de la labor realizada, e incluso aclarar sus inquietudes o cuestionamientos.
Así, aunque la ley establece la obligación de los titulares de las dependencias gubernamentales de acudir ante la Legislatura para llevar a cabo la llamada glosa del informe, lo cierto es que esa es otra de las obligaciones constitucionales de los servidores públicos que, al carecer de un formato y obligaciones concretas, en el pasado ha servido lo mismo como una pasarela para el lucimiento político, que un espacio de chantajes, amenazas y negociaciones, que bajo ninguna circunstancia buscaban un ejercicio correcto de rendición de cuentas sino confabulaciones. Por todo eso, las comparecencias deben recuperar su sentido y ser un verdadero ejercicio de intercambio político, evaluación, rendición de cuentas y establecimiento de compromisos.
En esa lógica, ha sido evidente que —igual que en muchos otros casos— el formato de la glosa completa del Informe de Gobierno, y las comparecencias, han estado sujetos a los vaivenes y efervescencias políticas, que han determinado la convivencia entre los grupos políticos en la entidad durante los últimos años. Particularmente, tanto el ejercicio del Informe de Gobierno como el relacionado con la Glosa, debieron cobrar particular relevancia, primero, desde que el partido gobernante perdió la mayoría en el Congreso; y segundo, cuando ocurrió la alternancia de partidos en la gubernatura.
Lamentablemente, ni en uno ni en otro caso ello ocurrió, y eso ha sido una desgracia para los ejercicios de democracia deliberativa, de intercambio y de rendición de cuentas entre poderes. En el primero de los casos no ocurrió, porque cuando el partido gobernante perdió la mayoría en el Congreso, la inmadurez de nuestra democracia abrió la puerta para que la mayoría opositora se prestara fácilmente no a dialogar, sino a transigir con el Ejecutivo, en aras de conseguir acuerdos provechosos para sus intereses particulares.
Por eso, hace poco más de una década, los propios diputados decían que había dejado de “ser negocio” ser legislador del partido gobernante; y los opositores hallaron una pequeña veta de negociación permanente con el Ejecutivo para lograr beneficios importantes a cambio de dejar pasar iniciativas, de no enredar mucho los debates, e incluso guardar silencio en momentos relevantes.
El segundo momento vino cuando el PRI dejó de ser gobierno, y entonces se creyó que habría una nueva forma de hacer política en la relación entre los poderes y las fuerzas políticas, en la que todo se basara en ejercicios más abiertos de rendición de cuentas e intercambio entre ellos. De hecho, en los albores de su gestión, Gabino Cué intentó generar una expectativa de ese tipo. Sin embargo, rápido dejó ver que esa supuesta convicción no era sino una pose, y por eso le dio preferencia a la negociación política para hacer de este ejercicio una apariencia.
Avances relativos
De este modo, lo que en el primer año de gobierno de Cué pareció ser un ejercicio ascendente de rendición de cuentas, rápidamente se convirtió en algo abominable. El primer informe de gobierno ocurrió con el Gobernador acudiendo en persona a entregar dicho documento y estableciendo posiciones políticas concretas. Pero los años siguientes dicho ejercicio —y la correspondiente glosa— fue degenerando en actos cada vez menos republicanos, exponencialmente más ceñidos a los mínimos establecidos en la ley, y cada vez más sujetos a negociaciones políticas.
Esa misma suerte siguió la glosa del Informe. Conforme fueron avanzando los años del primer gobierno de alternancia, todo se convirtió en una extorsión constante entre legisladores y funcionarios comparecientes. En ello se podía explicar, por ejemplo, la diferenciación que se hacía entre las comparecencias en el pleno y las que se realizaban en comisiones. La toma de esas decisiones no estaba basada en la naturaleza de las comparecencias, sino en el hecho de cuánta capacidad de negociación tuviera cada uno de los secretarios comparecientes, para que en correspondencia a ello fueran tratados por los diputados.
Ello de ninguna manera podría seguir siendo un ejemplo de actuación en la actualidad. De hecho, el ejercicio completo de las comparecencias tendría que evolucionar con rumbo a ejercicios que demostraran no sólo voluntad por una auténtica rendición de cuentas e intercambio civilizado entre los funcionarios y los legisladores, sino que sobre todo esto tuviera algún viso de establecimiento de compromisos mutuos para impulsar asuntos en concreto.
Esto es algo que puede no ocurrir de un momento a otro, pero con el solo hecho de procurarlo sería una enorme muestra de voluntad y de civilidad por parte de los integrantes de los poderes Legislativo y Ejecutivo. Esto no debiera ser tampoco algo tan lejano, si en realidad en todos existe un sentido mínimo de oportunidad y capacidad para hacer evolucionar esta figura, que debe dejar de ejercerse con formatos hechos a voluntad y conveniencia, y debería ser una de las piedras angulares de una auténtica democracia en fase de maduración.
Comparecientes
El primero en comparecer, será el secretario de Desarrollo Social y Humano, Raúl Bolaños Cacho Cué. En los casi doce meses en el cargo, Raúl Bolaños ha marcado una diferencia sustantiva con sus antecesores, al imprimir dinamismo, responsabilidad y eficacia en el cumplimiento de sus tareas y atribuciones, y como promotor de los importantes avances en la política social del Gobernador Alejandro Murat que este día informará a la Legislatura local.
@ortizromeroc