Llora, el país amado…
Aceptada la idea de que la democracia es el menos malo de los regímenes políticos, de la organización y procedimiento de los poderes públicos, la cuestión de gobernarla, de conducirla, se convierte en un problema de modo de gobernar, de buen gobierno, algunos dirán es un problema de república, es decir, del pueblo.
El buen gobierno se entiende una administración pública sujeta a las leyes y al orden constitucional, sujeta a las característica básicas de la sociedad, es decir, una sociedad que se ve expresada en el régimen político, en su diversidad, en su pluralidad, Un gobierno cercano a las comunidades, a la gente, es decir, descentralizado, plenamente federalista y municipalista, muy contrario a la excesiva centralización de las decisiones. Es un gobierno que dialoga, que debate, que consensa, solo recurre a la mayoría en caso muy necesario pues el consentimiento de las minorías es su regla.
Es un gobierno contrario a la idea de organizar, desde un centro el poder de decisión de las cuestiones comunes y públicas. Es un gobierno que no sustituye a la espontaneidad, a las acciones organizativas surgidas sin premeditación. Actúa por estructuras encaminadas a objetivos surgidas en acuerdos, en razones. Busca la pulcritud en las acciones públicas, evita dispendios, es cercano a la austeridad, busca la creación de la riqueza nacional y de su justa distribución, no impone falsos igualitarismos, como tampoco uniformar el todo social en una ideología, cultura o religión, asimismo, es contrario a todo gobierno mafioso mercantilista que surge de la alianza entre los poderosos y el poder político que, prostituyendo el mercado repartirse dádivas, monopolios y prebendas (Vargas Llosa: 1994). El buen gobierno implica, entonces, tomar distancia de la corrupción que se ha constituido en un verdadero cáncer social, político y económico.
Al gobierno republicano gusta de la intensa participación de los ciudadanos en las decisiones públicas, desde sus legítimos representantes y en forma directa de participación a través de mecanismos institucionales estatuidos por las autoridades competentes, asimismo, es proclive a la autonomía de las personas para vivir plenamente sus propias decisiones, de acuerdo a sus convicciones y responsabilidades, para gozar de las libertades, entiende, que no puede existir tal libertad en comunidades que no lo son.
El Estado en este tipo de gobierno, fundamentalmente no es dominación, se sostiene y gestiona sobre bases democráticas, es una herramienta de la democracia, una palanca para conquistarla y un instrumento para sostenerla.
El Estado democrático es, en suma, herramienta, palanca e instrumento para sí mismo y para el servicio de la sociedad (Marey: 2021)
Existe la tendencia del arribo de gobernantes movidos por sus convicciones, los que creen que hacen lo correcto, que además lo hacen correctamente, sin dudar de ello. Sujetos a un proyecto que consideran histórico, con bases que se consideran de fortaleza ideológica, creen en la autenticidad de su proyecto, en su verdad, muy por encima de circunstancias y de la relación de fuerzas del momento, por tanto, no reflexionan, como tampoco les preocupa las consecuencias de sus proyectos.
El gobernante responsable procura someter sus convicciones, sus proyectos, a sus valores, a las consecuencias posibles de sus actos. Combina de manera racional el hacer y el decir, siempre sujeto al orden legal y constitucional como fuente vital de su proyecto. El gobernante que actúa solo por sus convicciones, se sujeta a su moral individual, más cerca de la religión que de la racionalidad de las cosas, por eso tiene mente para más allá de su realidad concreta, tiene un futuro construido en formulaciones que nacen de sus deseos, sin piso de respaldo. Le importa poco de la certeza del futuro, si el alabo del momento le reconforta, rehúye de las posibilidades futuras. Espera que en las plazas y en las anchas avenidas se tenga su efigie como prueba de su grandeza. Para el gobernante responsable observa la realidad concreta para sus decisiones, sujeto siempre a las relaciones del momento, a la eficacia y eficiencia de su gobierno y de su encuentro con la historia del día a día.
Vale emitir un juicio justo entre los gobernantes de convicciones fuertes y de gobernantes responsables, que no hay intermedio, demuestran autenticidad, aquí no valen simulaciones, frivolidades, cinismos, mafias, corruptelas. Yo prefiero a los gobernantes responsables.