Economía en sentido contrario: Banamex
OAXACA, Oax., 5 de noviembre de 2017.- Responder a la pregunta: ¿Quién gobierna Oaxaca? La respuesta salta de inmediato, está en la conciencia colectiva y en el imaginario social de los oaxaqueños: gobiernan unos cuantos para unos cuantos, es decir, una oligarquía.
Incluso, esta oligarquía tiene visos y comportamientos de una monarquía, sino vean las fotos que publican los diarios en relación al comportamiento de los gobernantes oaxaqueños respecto a la población, las fotos denotan una actitud de compasión, de benevolencia, abrazar al súbdito se ha vuelto una práctica de los gobernantes.
No tratan con ciudadanos, personas con derechos frente al poder político, sino con súbditos, personas que su reconocimiento deviene del gobernante.
Esta idea de que los oaxaqueños estamos gobernados por una oligarquía nos hace concluir por consecuencia, que el régimen político del Estado de Oaxaca no es una democracia.
En tiempos inmemoriales la provincia, la intendencia o el Estado oaxaqueño fue una democracia, en el territorio gobernaban las Asambleas Comunitarias, la Juntas o las Reuniones de la población, bajo el método deliberativo, propio de la democracia, para discernir sobre lo común.
Los pueblos oaxaqueños y sus autoridades resolvían las cuestiones sobre la vida colectiva en lo social, económico, político y cultural, el poder de las asambleas fue extraordinaria.
Poco a poco, a través de cientos de años, el grupo político que gobernaba la capital oaxaqueña, fue sustrayendo el poder de las Asambleas municipales y comunitarias, les quitaron facultades a los municipios y comunidades, las concentraron ellos en concordancia con la Federación, de esta manera terminaron con la democracia oaxaqueña, es decir, el gobierno de los pueblos para los pueblos.
Hoy, este grupo reducido que manda y se hace obedecer, tiene el monopolio de los recursos financieros, de materiales, presupuestales, las atribuciones legales necesarias que en franca colaboración con la Federación, sirven para dominar y administrar a los pueblos, no con la eficacia que el grupo quisiera por estar supeditados a fuerzas extragubernamentales como el crimen organizado o las organizaciones sociales por ejemplo y a su propia corrupción.
Hoy, las autoridades de los municipios y comunidades deambulan sobre el caliente pavimento de la ciudad capital, mostrando sus desgastados huaraches, sus miserables ropas, cargando frías tortillas, con la mirada triste, mendingando para que los gobernantes los atiendan, pero eso sí mostrando con orgullo sus varas de mando que el pueblo les confió.
Este es el triste y preocupante resultado del proceso de oligarquización del poder político en el Estado oaxaqueño.
Los gobernantes y sus administradores, en este contexto de gobierno oligárquico, manejan los recursos públicos de manera patrimonialista, como si fueran suyo, cada acción de gobierno y de administración en los municipios y comunidades lo conciben como un favor, una acción providencial, actúan por compasión, por caridad, no porque así lo determinan las leyes y sus responsabilidades.
Lo dramático es que la gente de los pueblos les muestra un profundo agradecimiento por dignarse actuar en su población. Esto, desde luego, no es nada digno para un gobierno republicano, para un gobierno de leyes, si es propio por el contrario, de un gobierno oligárquico.
Una de las tantas peculiaridades que tiene la oligarquía como gobierno en Oaxaca es su espíritu de cuerpo, se podrá fraccionar en varias corrientes, familias, grupos, como ha sucedido, pero mantiene su unidad ante cualquier peligro exterior al grupo, o ante cualquier iniciativa que atente en contra de sus intereses, de aquí de su negativa para la representación de los pueblos indígenas en el Congreso oaxaqueño y de la profundización de su autodeterminación.
El intento de alternancia oligárquica que significó el gobierno de Gabino Cué Monteagudo, eso fue, un intento fallido, pues el grupo que asumió la dirección del Estado careció de un proyecto alternativo de gobierno, fue simplemente un “quítate tú para estar yo” con una visión cortoplacista llena de corrupción.
La renovación de la oligarquía oaxaqueña es lenta y gradual, muy selectiva, los advenedizos pronto son mandados a su casa, o los usan para los fines que la oligarquía determina, la permeabilidad del poder político en Oaxaca es casi nula, venido de abajo por méritos no es reconocido, suben los zalameros, los cortesanos, los serviles, es casi imposible encontrar el reconocimiento al mérito a un indígena por ejemplo, los que llegan a ocupar un lugar preponderante es porque habían renunciado a su identidad indígena.
El paso más inmediato que ha dado esta oligarquía ha sido la herencia familiar en la dirección política del gobierno estatal, ser hijo o familiar de los oligarcas oaxaqueños es el camino más seguro para ser parte de este grupo.
La entronización de la oligarquía va para largo, no encontramos visos de una pronta alternancia con alternativa, la vía partidista no ofrece posibilidades reales de cambio, Morena es aún una incógnita.
La vuelta a la democracia de los pueblos, a la profundización de la autodeterminación de los pueblos y comunidades indígenas, al fortalecimiento de los municipios y agencias, es decir, la descentralización del poder político en Oaxaca es ya una necesidad vital para abandonar, de una vez por todas, el régimen oligárquico prevaleciente y arribar a la democracia popular.