
Con Trump: no es campañita; entre la CIA y Boinas Verdes
Raúl Ávila | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 8 de abril de 2018.- La historia es la maestra de ceremonias de la vida. Nos brinda motivos para entender el presente e imaginar escenarios por venir.
La historia de la vida pública de México es pródiga en mensajes como los siguientes:
Cuando se acelera el motor económico del capitalismo y las grandes potencias se disputan el liderazgo del nuevo ciclo político internacional, los países más o menos dependientes experimentan alteraciones y entran al “juego de las sillas” para mantener, ganar o perder asientos.
Así ocurrió durante la primera revolución industrial, entre 1750 y 1850, cuando a cambio de la no dependencia de España, cuyo imperio sucumbió sin remedio, la independencia del pretendido México Imperial (1822-1823) desembocó en la pérdida territorial (1848).
Se abrió luego un decenio depresivo y reflexivo (1847-1857) que condujo, mediante la Revolución de Ayutla (Guerrero, 1855) a redefinir el rumbo nacionalista y el método defensivo y estratégico que prevaleció hasta hace 30 años.
Lo mismo pasó durante la segunda revolución industrial, entre 1850 y 1950.
En ese período, las nuevas potencias anglosajonas, en particular los Estados Unidos, terminaron por vincularnos y nosotros por conceder ubicarnos en el sistema económico basado en la energía eléctrica y petrolera, a la vez que impidieron cualquier intento europeo por subordinar a México, que por fortuna supo moverse entre las dos guerras mundiales sin perder más posición.
Qué decir de la tercera revolución industrial, entre 1950 y 2010, la de la industria pesada y los servicios, la informática, las telecomunicaciones y los inicios de la genómica.
Ella produjo la Guerra Fría, la caída de la Unión Soviética y una nueva transición internacional que países como el nuestro han aprovechado (economía cerrada entre 1950 y 1990 y economía abierta –monetarista y librecambista– de 1990 a 2017) para posicionarse como una de los 34 más industrializados y 15ava economía del planeta. Nada menor.
La cuarta revolución industrial, de 2010 en adelante, re-plantea oportunidades y retos.
En los próximos decenios, el fin de la economía petrolera y el ascenso de las fuentes alternas de energía, las neurociencias, la robótica y la inteligencia artificial, entre las más señaladas, reorganizará el tablero mundial y México no puede sino sostenerse y ganar posición.
Por ello, las dos siguientes enseñanzas históricas son igual de relevantes.
Una corresponde al sistema político, pues si no lo hicimos durante la primera, a lo largo de las dos subsecuentes revoluciones industriales nuestros bisabuelos y padres tuvieron el talento para configurarlo y mantener la integridad y el proyecto de país moderno.
Lo hicieron los liberales reformistas y porfirianos entre 1857 y 1910. Y lo hicieron los pos-revolucionarios con sus herencias y rupturas de 1929 en adelante, hasta los años 80’as.
A partir de 1997, en pleno recambio del capitalismo a su fase global hipertecnología, el sistema político mexicano entró en transición del verticalismo post-porfiriano y posrevolucionario, a un esquema pluralista hipo-presidencial y de gobiernos divididos, actores informales e ilícitos diversos, degradación institucional y anomia social, que ha incentivado la idea de reponer el presidencialismo posrevolucionario.
Esa es la tercera enseñanza. Cada transición económica impacta la estructura social. Unos ganan y otros pierden pero ahora, según Thomas Piketty y Noam Chomsky, por ejemplo, la tasa de reproducción del capital es mucho mayor que la del trabajo y los salarios.
De seguir así, en 2030 el 1% de la elite global controlara el 60% de la riqueza. El resultado es, a todas luces, catastrófico.
Si los gobiernos de la segunda revolución industrial pudieron mediar los efectos sociales del capitalismo a través del estado de bienestar, la tercera y cuarta aceleraciones sumadas inutilizan sistemas políticos construidos para sociedades modernas, pero no contemporáneas o posmodernas.
Ello está a la vista. Partidos demolidos y gobiernos sin rumbo. Oportunismo, corrupción e impunidad, arriba. Honor y grandeza, abajo. Este es el punto clave.
Por lo tanto, cabe preguntar quienes tendrán el talento de José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías o Lucas Alamán, testigos de la la primera revolución industrial y que fijaron rumbo al Estado-nacuon en ciernes.
Quienes el genio de un Vicente Riva Palacio, Benito Juárez, Melchor Ocampo, Porfirio Díaz, Justo Sierra o Andres Molina Enriquez.
Quienes el de los hermanos Flores Magón, Otilio Montaño o Luis Cabrera. Donde estan los Madero, Carranza, Obregón, Calles y Cárdenas. Donde el Ateneo de la Juventud y la Generación de 1915. Los Vasconcelos, Gómez Morín, Lombardo o Torres Bodet.
Acaso los Silva-Herzog y Reyes Heroles, siquiera la generación del 50 y la gloriosa UNAM del medio siglo, de Octavio Paz a Carlos Fuentes y Enrique González Pedrero, acaso de Enrique Krauze a Héctor Aguilar Camín o Sergio Aguayo. Más bien, estamos ante el tiempo del adiós a los intelectuales y estadistas de nuestra frágil modernidad.
En pocas palabras: ¿Quién de los candidatos y partidos, que intelectuales y políticos muestran el talento evocado de las generaciones previas para ofrecer el mejor diagnóstico y las mejores propuestas debidamente justificadas para hoy y mañana?
¿La UNAM, el ITAM, la IBERO, el TEC, el CIDE, el POLI, la UAM, la UCM o una combinación virtuosa? ¿El PRI, el Frente o Morena? ¿Meade, Anaya o López Obrador? ¿Acaso Margarita? ¿Dónde están los líderes locales? ¿Cómo comunicar, aun con la dictadura del “spot” y las redes sociales, de mejor forma las ideas a sus destinatarios?.
¿Como convencer a un electorado presa del desencanto, la indignación y la indecisión, dispuesto más bien a votar contra quien cree que se la debe y no a favor de quien pueda resolver lo mejor posible? ¿Que y como, quien o quienes? ¿Acaso las redes sociales?.
Ante los retos del exterior y del interior, urgen estadistas a la altura de las circunstancias. Más nadie lo ha hecho ni lo hará solo. ¿Hacia a dónde va nuestra generación?