Cortinas de humo
CIUDAD DE MÉXICO, 14 de febrero de 2018.- El señor Enrique Peña Nieto cuyo sexenio está a punto de fenecer, se queja amargamente de que los ingratos mexicanos no reconocen sus cosas buenas. Quizá porque sepultadas, las llamadas cosas buenas no repuntan en el cúmulo encimado de cosas que atrofian cualquier intención. Los teóricos que profundizaron en el acto del amor dejaron claro que gobernar puede significar en cierta medida un acto similar, si hay verdadero apego a un pueblo y a un país. En El arte de amar -Paidós Ibérica, 2000-, Erich Fromm se refiere al amor, más bien como una respuesta al problema de la existencia humana y a un proceso de aprendizaje que puede conducir a un verdadero arte, el arte de amar. Pero hay espacios en los que sostiene que los sistemas que atrofian la visión de los gobernantes llevados por el poder y el dinero cierran cualquier camino para llegar, al menos socialmente, al arte de amar. Eso es lo que sucedió con el sistema político mexicano y se recrudeció terriblemente en este sexenio. La fecha que se destina a festejar el día del amor y la amistad -el día de San Valentín según el calendario-, prolonga los resabios de aquella corriente del romanticismo que se cerró -aunque no por completo por lo que vemos-, a fines del siglo XIX, pero que generó en su momento, un largo periodo de creatividad con fulgurantes aportaciones y creadores. De lo que queda se agarran las empresas para nutrirnos de chocolates, dulces y pasteles y exhibir muñecos y ositos de peluche, inmiscuyendo a familias y a amigos y a enamorados en un acto que tiene mucho de comercial. La verdadera esencia de lo que sería el arte de amar, un pináculo para la solidaridad, la verdadera amistad y la vinculación entre las personas, a veces pasa de largo y más cuando se inmiscuyen cuestiones de poder,- como lo vemos actualmente en México-, en las que la única intención es fregar al contrario.
El libro de buen amor y el aprendizaje
Muchos autores han escrito sobre el amor; otros lo han expresado en obras diversas. Pero el caso de Juan Ruíz, el Arcipreste de Hita autor del Libro de buen amor (Alicante biblioteca virtual 2012), entra como pocos al clasicismo. La obra integrada por mil 700 estrofas está considerada una de las grandes aportaciones de la humanidad. Lo singular es que hay una coincidencia esencial con Fromm, ya que considera “la educación amorosa como parte del aprendizaje humano”. Ambos serían linchados por los ultraconservadores padres de familia de Nuevo León y otros estados, que se oponen a la educación sexual del texto gratuito y repudiados por el precandidato priista para la CDMX, Mikel Arriola, que ya le puso tache al aborto y a las relaciones del mismo sexo. El alemán Erich Fromm, quien vivió 25 años en Cuernavaca Morelos hasta 1974, aborda el tema del amor desde la perspectiva sociológica, sicológica, filosófica y humanística, disciplinas que dominaba. Lo hace en un libro de 128 páginas que se empeña en un sentimiento “que no es una relación personal, sino un rasgo de madurez que se manifiesta en diversas formas”. Es el fruto de un aprendizaje que se nutre de una devoción hacia el mejoramiento de uno mismo y que elude dedicar la energía vital en buscar dinero, prestigio y poder, según se desprende de la lectura. Muy diferente es el enfoque de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita en su Libro de buen amor, clásico tan diverso que sus críticos principales entre ellos Marcelino Menéndez Pelayo, no se ponen de acuerdo sobre el tipo de obra y en general la clasifican como picaresca; en este momento tiene una connotación didáctica. Con un nombramiento eclesial que se da en los cabildos de las catedrales o en las parroquias, Juan Ruiz parece haber sido un hombre amante de la polémica ya que muchos critican su forma de vida. El libro, del que se conservan tres originales, está impreso en pergaminos difíciles de leer, pero sus traductores han rescatado una opción literaria tan rica, en poemas y cánticos de todo tipo y temas que reflejan a los muchos personajes de la comarca, los amoríos de las mujeres en sus diferentes expresiones y el amor, como algo alegre, sensual, atrevido y rebosante. Utiliza como alter ego a su personaje Don Melón de la Huerta que se solaza con sus muchas mujeres. Y en el inter, el arcipreste saca a uno de sus personajes de fama universal, la Trotaconventos, semilla de las muchas Celestinas que en el mundo han sido. La obra fue leída y muy comentada en diversas ediciones manuales, hasta la aparición de la imprenta cuando se editó por primera vez