Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
Casi todos los libros que conservamos
han queda en las cajas.
Malva Flores, Manual para el crítico literario
en emergencias
Ella me pidió que no dejara de contar historias, soy gente de pactos, cumplo la palabra que empeñé una tarde en la calle de Arteaga, el espacio de nuestra caminata puntual; dejo pues este puñito de letras con historias que escuché en la mezcalería; palabras que se pronuncian frente al mezcal, puro desgobierno que entrega su compañía mientras el destino ebrio conduce las horas.
Antes del aguacero
La geografía aprieta el drama; frente a la copa de mezcal está la luz de la tarde, que carga de misterio los recuerdos. Algunas noches despierto asustado, me acosa la pregunta, ¿qué función hacía el globo azul unido al peine verde en la cabeza de mi madre? Recuerdo las fiestas del Istmo de Tehuantepec.
Hay un acordeón de cubierta roja, un viejo que porta la música. Sobre Díaz Ordaz resuena el motor del urbano, la parte vieja de la ciudad se alimenta con historias amargas. Los muros de adobe requieren del relato que les cuenta el viento mientras, hambriento, lame el adobe de los muros. El viejo entra a la mezcalería, avanza entre mesas y sillas mientras oprime dos, tres teclas del acordeón. Suena las notas de cierta música del Norte. El viejo del acordeón porta camisa a cuadros, manga larga, sombrero de pico; calza con picudas botas de tacón sumido. En los ojos del músico mora la indiferencia cuando recarga su peso sobre su cadera derecha. Tararea canciones. Con la mirada recorre las mesas mientras la mano, entrenada, vuela por las teclas blancas y negras. El acordeón emite la música que no se olvida, que se instala junto al corazón o entre los pulmones y logra que se levanten en el aire recuerdos tristes; tarde amarga de finales de noviembre, aún no caen los últimos aguaceros sobre la ciudad, pero ya se apilan las oscuras nubes sobre el cerro de San Felipe.
– Una musiquita por ai? -dijo el viejo, al pie de la ventana.
A veces despierto asustado, sueño con la finada mi madre. Cada tarde el viejo ofrece su música a los ebrios. Algunas monedas logran el canto, algún mezcal que le ayuda a pasar su odio; antes dije que la geografía aporta el drama, debo aclarar: aprieta la desesperanza. El mezcal pone las canciones, la lluvia el ruido que apaga el tronar de los disparos. Puedo escuchar que suena la música del acordeón mientras los clientes corren, se alejan de la ventana.
Una forma de la acción
El lenguaje tiene engranes que, cuando se ponen en marcha, desatan la historia; mientras escribo, con un cuarto de pila en el teléfono, escucho las palabras y me mantengo alerta en espera de un milagro mientras mis dedos avanzan por la pequeña pantalla. La otra noche Rocío dijo no eres honesto, luego calló. Me duele su silencio, sé bien que al concluir llegarán las palabras airadas como si las palabras cambiaran la realidad, llenaran de agujeros el aire que corre por el valle. El silencio no requiere palabras, crece en nuestro pecho y, por más que nos alejemos, no se separa de nuestros pasos. La semana fue terrible, cargada de reclamos. Las palabras sumaron desconfianzas. Cuando te invaden las dudas cada palabra se carga de presagios.
Ella dijo necesito silencio, dedicarme a mis cosas. Puse en las horas a remojar mi suerte; intenté hacer la vida, llené centenares de servilletas con poemas, delirios. Cuando uno busca paz sacude la guerra. Anduve como el que en la tormenta habla de una isla rodeada por arena blanca, blanquísima. Del cielo azul zafiro de Oaxaca cayeron maldiciones; el aire también habla y dice y habla; cada palabra mencionada como sustituto simbólico de la realidad.
En la hora del dolor acudimos a las palabras y nos hundimos más en ese silencio, asfixiante como el agua. En la hora estéril habla la calle y hablan los muros, las avenidas están llenas de palabras. Salía al trabajo con palabras de ella en la cabeza, regresaba con lo mismo. Antes de cerrar los ojos aparecía sus palabras, fuego que baila y se agita y no quema, clava al gran frío del silencio, nos convierten en personajes de una extraña historia.
Cantan las aves. Una mañana mientras esperaba mototaxi en la Fundición supe que narrar es la única actividad que los personajes practican en cada acción; dicen las palabras, operan sobre la memoria. Hay un narrador que desconoce la historia y trenza las palabras para enterarse de aquello que desconoce al avanzar el relato; ella dijo no eres honesto y recuperé la historia, me puse en movimiento.
La silueta puntual
En la mayoría de las ocasiones para registrar el hecho extraordinario quien narra recurre a las atmósferas; pongamos por ejemplo la lluvia, el silencio de la noche o la oscuridad; o a todas esas condiciones juntas. El viento fuerte bajó del Fortín con fuerza, se pudo escuchar su aullido hasta los terrenos de la Central de Abasto, cerca de a playa del río Atoyac. El aire levantó polvo como si anunciara los días de Muertos, pero ya era diciembre, doña Marina cerró una hoja del portón en la fonda Lupita; pasaban de las tres de la tarde y la anciana mujer dijo: se anticipó febrero loco.
En la pared de adobes sobresalían las letras rojas que contenían el lema de la casa: Cristo de ama. Mario ocupó la silla de siempre, subió los codos al mantel de cuadros verdes y blancos, junto al ramito de chepiche y el salero de barrilito; entrelazó las manos frente a su rostro oscurecido.
– Hay tacos de res.
Mario la hacía de encargado en la lavandería de Díaz Ordaz, pasadas las tres de la tarde salía a la fonda. Traía el tiempo limitado para comer, su trabajo consistía en recibir la ropa sucia pieza por pieza y entregar bolsas de plástico con ropa limpia, muy bien doblada.
– Parece Muertos -dijo Mario y cubrió el plato de comida con sus manos.
Salía del trabajo muy tarde, entregar la ropa limpia es un trabajo que requiere esmero.
– Ayer no vino uste a comer -dijo Mariana junto a la mesa.
Las calles solas esperaban a Mario al concluir por la noche su jornada: frío, viento fuerte y mujeres a la puerta de los hoteles de Zaragoza.
– Buenas noches.
Al final del puente Valerio, atrás de la Central, hacia Monte Albán, los mototaxis aguardan antes de dar las doce a los últimos pasajeros, obreros, mujeres que atendían la cocina en los hoteles. Mario conocía el rostro de cada usuario.
– Buenas noches.
A esa hora la zona de Central de Abasto convoca a los fantasmas que recorren las calles de la ciudad. Mario pudo mirar, antes de abordar el mototaxi, a la mujer que caminaba por la banqueta: rostro blanco, pelo suelto crecido, enmarcado por una diadema dorada; minifalda azul, blusa escotada en tono amarillo, botas altas. Sobre la cadera derecha reposaba oscuro el manso látigo. Como cada noche al salir del trabajo Mario entregó el saludo a la silueta que pasó junto su brazo izquierdo.
– ¿Vienes? -dijo la sombra.
El viento anticipado de febrero loco corrió con fuerza, Mario quiso volver la mirada, pero apuró el paso, bien sabía que faltaban pocos minutos para las doce.