Economía en sentido contrario: Banamex
Salvador Jara Guerrero
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de octubre de 2018.- Germán llegó con una bolsa de supermercado llena de libros, los presumía como juguete nuevo, levantó la bolsa en señal de triunfo para luego ponerla sobre la mesa y sacar los ejemplares de uno por uno.
Había una Iliada, un tratado de anatomía y hasta un ejemplar casi nuevo del Principito. En total eran unos quince libros.
Los encontró como basura en uno de esos lugares que son panteones de periódicos viejos y papel en general, lo novedoso y triste es que recientemente y en diversas ciudades de México Germán ha encontrado en esos sitios libros magníficos, muchos de ellos con sellos de bibliotecas universitarias o municipales, en diversos estados de uso pero completos y legibles. Todos listos, no para ser leídos, sino para ser reciclados como desperdicio.
La Dirección General de Bibliotecas de Conaculta contempla que con el objeto de mantener la actualización y dinamismo de una Biblioteca se podrán tomar medidas como la reubicación o el retiro de las obras del fondo bibliográfico que no tuvieron o que han dejado de tener una función útil para los usuarios y se podrán descartar los libros que han dejado de cumplir su función informativa, formativa y recreativa.
Lo anterior pudiera aplicarse a libros de texto que se van sustituyendo por nuevas ediciones actualizadas, aunque no siempre es así, pero no debiera aplicarse a obras literarias y de cultura general con el criterio de que no son útiles para los usuarios porque son poco requeridos.
Es cierto que el espacio físico de una biblioteca es una limitante pero la aparición e incremento de los libros digitales ha disminuido notablemente esa presión por lo que con ese argumento no se justifica el descarte de las obras.
Que esto ocurra en universidades y en ayuntamientos pone de manifiesto, en conjunto con las evidencias de las pruebas nacionales e internacionales y los maravillosos ejemplos de la ortografía y lenguaje de muchos de nuestros legisladores, el terrible deterioro de nuestro sistema educativo.
A pesar de que México ha mejorado sus indicadores de lectura en los últimos años los resultados son insatisfactorios.
Mientras que en la India el promedio de lectura semanal es de casi 11 horas a pesar de que tiene un analfabetismo mayor al 25%, en México tenemos un promedio de la mitad, es decir cinco horas y media de lectura por semana y más de 12 horas de televisión semanal.
En 2016 menos del 20% de los mexicanos visitó una librería.
El presidente electo habló de escuelas de formación política para los jóvenes, de la apertura de más universidades y del incremento de matrícula para elevar la cobertura; será difícil formar mejores profesionistas en cualquier área y evitar su fracaso escolar y deserción si en primer lugar no los formamos con la habilidad suficiente para leer y apreciar la lectura desde niños.
La raíz de las deficiencias en la educación superior está en la educación básica y ahí habrá de ponerse mayor énfasis.
Más aun, dado que la educación primaria tiene ya una cobertura cercana al 100%, su calidad garantizaría que nuestros presidentes municipales y otras autoridades contaran con la preparación necesaria para ser buenos gobernantes.
Con este panorama, una mejor alternativa para los libros sería recuperar programas como el de “adopta un libro” y poner a disposición del público los ejemplares que se desean retirar.
Otra podría ser fortalecer la práctica de compartir los libros en lugares públicos, dejar un libro ya leído en un jardín para que lo tome otra persona y lo devuelva en otro espacio público o bien lo cambie por otro.
O crear pequeños contenedores del tamaño de una jaula para pájaros en la que se puedan poner los libros como una contribución para crear pequeñas bibliotecas.
Los ayuntamientos y las universidades deberían poner el ejemplo y crear pequeñas huertas de libros en las calles aledañas a sus instalaciones o en barrios marginados, en lugar de deshacerse de ellos en los cementerios de papel.