Economía en sentido contrario: Banamex
La maquinaria del régimen y la mala lectura de las encuestas hace sentir el triunfo del oficialismo un hecho; sin dejar a un lado el protagonismo presidencial y que muchos mexicanos siguen viendo en López Obrador al líder deseable a pesar de las malas cuentas en el gobierno o de los costosos errores como es la pésima intervención oficial en la desgracia por el huracán Otis a Acapulco y otros municipios. El blindaje presidencial y su popularidad cuentan, pero no significan un traslado automático de simpatías a votos por más esfuerzos del mandatario, empeño, por cierto, ilegal. Hay cancha dispareja. Cualquiera puede constatar que los medios de comunicación, por interés o por autocensura, privilegian a unos y castigan a otros. La intolerancia presidencial a la libertad de expresión y trabajo informativo de los medios fue de singular claridad en la cobertura de la tragedia de Acapulco. López Obrador se indignó porque las televisoras y radiodifusoras enviaran a sus mejores reporteros a un evento de singular importancia noticiosa. El mensaje es inequívoco, se trata de influir en la cobertura de las campañas electorales. Afortunadamente, empiezan a haber razonadas resistencias, allí está la de Ricardo Salinas de Tv Azteca. A Claudia Sheinbaum y Morena se les han complicado las candidaturas para gobernador; la de la Ciudad de México más que ninguna otra. Así sucede con los partidos percibidos con mayores posibilidades de prevalecer. La candidatura de Omar García Harfuch corresponde a una acertada estrategia electoral para recuperar la CDMX y atenuar el impacto negativo por las malas cuentas del gobierno en materia de seguridad, pero se ha confrontado con la postura ideológica dura del morenismo y la de intereses que ven una lucha anticipada hacia 2030. Se asume, con razón, que se estaría perfilando a García Harfuch como candidato presidencial en seis años. La cuota de género impuesta por el INE se utilizaría a manera de sacar de la candidatura a quien lleva ventaja y tiene todo el apoyo de la candidata presidencial. No está demás señalar que tal desenlace sería una derrota para Sheinbaum bajo la inevitable conclusión de que el bastón de mando está, al menos, compartido. El problema también está en cualquier estado donde una mujer desplace a un hombre que asume encabezar las preferencias en las encuestas. Si Ebrard se resistió al resultado ante la ventaja a Sheinbaum, ¿por qué un aspirante que va delante en las intenciones de voto cedería comedidamente por razones de género? Es cierto que la campaña de Xóchitl ingresó a un no favorable impasse. Le hizo daño la campaña negra, pero no de manera fatal, aunque es cierto que no se ha reencontrado a sí misma para continuar con la alegría, humor y optimismo iniciales. Las encuestas muestran una diferencia importante con Sheinbaum, pero los números deben tomarse con reserva porque no están midiendo el estado emocional prevaleciente en los grandes centros urbanos que hace del descontento el factor más relevante para la definición del voto, lo cual no favorece al partido gobernante o a sus candidatos. MC no ha definido candidato. Samuel García gobernador se ha ido por el exterminio de sus adversarios en la oposición y ha asumido la condición de sicario del oficialismo. Marcelo Ebrard representaría una tercera opción creíble tanto a los opositores como a un segmento de Morena preocupado por el curso autoritario del proyecto de López Obrador. Cualquiera de los dos prospectos tiene el potencial de cambiar el escenario, con un resultado inesperado en los comicios, mucho más Ebrard, lo que convalidaría la estrategia de Dante Delgado. Andrés Manuel determinó un agresivo objetivo para la elección de 2024. Aspira a ganar la elección presidencial y la mayoría calificada para emprender cambios constitucionales en las últimas semanas de su gobierno, que implicarían destruir la institucionalidad democrática al eliminar la pluralidad del Congreso, la independencia del Poder Judicial Federal y de la Suprema Corte de Justicia, así como volver al INE un apéndice del gobierno. En 2024 para el oficialismo es pensable y posible retener la presidencia por seis años más. Sin embargo, el campo minado en todos los ámbitos de la vida nacional complicará a la eventual sucesora continuar por la misma senda, además del agotamiento social por la polarización; las dificultades serían mayores con el posible retorno del gobierno dividido, que ya empieza a perfilarse.