La Constitución de 1854 y la crisis de México
El saldo de la primera mitad del gobierno lopezobradorista debe ser asumido con racionalidad maquiavélica para entender las posibilidades de la segunda mitad: el proyecto no está donde quería estar, pero tampoco donde los opositores quisieran tener.
El problema central radica en el desafío personal, institucional y político de convertir una propuesta de liderazgo personal en una propuesta institucionalizada de reorganización del sistema/régimen/Estado/Constitución, porque los líderes sociales funcionan por sí mismo y dentro de los límites legales de ejercicio del poder.
La institucionalización de la propuesta simbólica de la 4ª-T no podrá esperar los resultados de la consulta sobre expresidentes ni de la votación de revocación del mandato, porque se basa en la consolidación y desarrollo de cuando menos tres pilares sistémicos: el partido, la coalición gobernante y la reorganización de nuevas alianzas con nuevos sectores invisibles articulados al proyecto lopezobradorista.
La clave definitiva se localiza en el partido. El liderazgo personal le alcanzó y hasta le sobró al activista López Obrador para concitar el apoyo de un 25% del electorado que no comulgaba con sus ideas pero que estaba harto de la corrupción escandalosa del régimen priista. Para el 2024 el factor personal no será el determinante porque el presidente de la república no podría, por estabilidad política, convertirse en el líder de Morena para que gane el candidato sucesor. En este sentido, la posibilidad de refrendar la victoria otro sexenio radicara en la construcción de un partido político organizado y funcionando sobre pugnas por el poder, tribalización de la política y reparto de cargos públicos. Los precandidatos presidenciales morenistas conocidos no han podido meter la mano en la organización de Morena para una institucionalidad sesión partidista.
Hasta ahora, el ejercicio personal del poder y su capacidad de liderazgo le han permitido el presidente López Obrador mantener una aprobación cómoda y lograr con muchos esfuerzos la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados en alianza con otros pequeños partidos. Sin embargo, una lucha por la candidatura presidencial y por la presidencia de la república requiere de un partido en el poder formalmente construido, con liderazgos territoriales sólidos, con un proyecto de transformación real y no formal y con una clase dirigente con autonomía relativa.
El otro problema real fue conocido en las elecciones del 2021: el electorado pasó del corporativismo de clase cómodo que construyó el presidente Cárdenas en 1938 para organizar a las clases productivas en torno al proyecto de avances sociales de la Revolución Mexicana a una masificación. La estructura corporativa fue destruida en 1979-1992 por el proyecto neoliberal del grupo de Carlos Salinas de Gortari para desclasar al sistema productivo en aras de la subordinación económica y social mexicana a las prioridades del american way of life o modo de vida estadounidense que opera como eje del sistema productivo de Estados Unidos.
Morena nunca tuvo el propósito de reconstruir el corporativismo cardenista, pero su modelo de organización de masas y movimientos sociales le han funcionado con eficacia para la movilización y la oposición, pero no para la lucha de posiciones gubernamentales articuladas a un modelo de desarrollo determinado. Pocos parecen darse cuenta que las tres clases productivas determinantes –obrera, empresarial y de profesionistas– siguen siendo el eje del modelo de producción y su papel ideológico-político-electoral pudo haber sido determinante en la construcción de un partido de representación de clase.
La propuesta presidencial de Morena parece agotarse en el liderazgo social centralizado, en el poder cohesionador del reparto de posiciones de poder y en el atrincheramiento opositor en el sector conservador ideológico y productivo. En términos estrictos, este reparto electoral se percibió con claridad en el 2021 para polarizar al electorado en términos sociales, pero no alcanzará para una nueva redefinición de continuidad de un grupo social y político determinado.
El desafío de la segunda mitad del sexenio para el presidente López Obrador radicará en la institucionalización de su partido-proyecto o en la apuesta la movilización social. El problema final estará en el hecho de que la 4ª-T no tendría en el siguiente sexenio un liderazgo presidencial tan fuerte.