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OAXACA, Oax. 29 de abril de 2025.- México es un país de contrastes y la niñez no es la excepción. Mientras algunos infantes crecen rodeados de afecto, educación y oportunidades, otros enfrentan desde temprana edad una serie de carencias y violencias que marcan sus vidas en forma profunda.
Las infancias no son una sola, son muchas, y en palabras de Martha Araceli Zanabria Salcedo, profesora de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), “no es lo mismo un niño de ciudad que uno de la calle o uno que vive en la Sierra”.
La infancia ideal, aquella que muchas veces se considera un derecho garantizado, incluye condiciones básicas como el acceso a una vivienda digna, una alimentación saludable, una educación de calidad, un ambiente de afecto y protección, y oportunidades para el desarrollo integral. Pero la distancia entre esa realidad deseada y la vivida por millas de menores en el país es enorme.
Desde su experiencia, María Elena Sánchez Azuara, académica de la Unidad Iztapalapa, señala que el escenario actual está atravesado por la desigualdad, la indiferencia institucional y una profunda crisis de valores comunitarios.
“La vulnerabilidad infantil no es homogénea, hay pequeños que viven en pobreza extrema, otros que enfrentan abandono, violencia intrafamiliar, explotación laboral o sexual, o que migran solos o acompañados en busca de una vida mejor, hay quienes han sido desplazados por la violencia o quienes viven en condiciones de calle (…) todos los que no tienen acceso a una vida sana, a un ambiente adecuado, a condiciones de vida dignas, son infancias en riesgo”, afirma la doctora Zanabria Salcedo, del Departamento de Educación y Comunicación.
En este contexto, las casas hogar aparecen como una alternativa de protección para muchos de estos niños; Sin embargo, como lo explica, “la idea no es hacer más casas hogar, sino apoyar a las familias para que no tengan que perder a sus hijos; las infancias deben poder crecer dentro de un entorno familiar y no en instituciones”, pero para ello se necesita un trabajo profundo de fortalecimiento comunitario y familiar, con políticas públicas centradas en la prevención.
Uno de los elementos más preocupantes que ambos especialistas destacan es la normalización de la violencia, ya no solo se trata de lo que ocurre en el ámbito doméstico, sino también en las escuelas, los entornos sociales e incluso en las redes digitales. La violencia está presente en los contenidos que consumen los niños, en el lenguaje cotidiano, y en las relaciones familiares donde muchas veces la agresión se convierte en el modo de “corregir” o educar.
“La violencia ha permeado todos los ámbitos, ya no hay un solo lugar donde los menores se sientan completamente seguros”, advierte la doctora Zanabria Salcedo. Esta exposición constante a situaciones violentas no solo lesiona su presente, sino que compromete en forma profunda su futuro, afectando su autoestima, su salud mental y su capacidad de socializar y desarrollar vínculos sanos.
El riesgo de la institucionalización
Desde su trabajo con casas hogar, la doctora Zanabria Salcedo comparte una historia que la marcó: una alumna brillante que, tras ganar un premio de servicio social, me confió haber crecido en una casa hogar me inspiró a enfocar mi investigación en estos espacios de salvaguarda, comenta.
Desde entonces, ha colaborado con organizaciones como Aldeas Infantiles SOS y otras instituciones que buscan ofrecer no solo techo y comida, sino verdaderos proyectos de vida a los niños.
Pero incluso en los mejores casos, las casas hogar enfrentan retos: escasez de recursos, personal limitado, falta de planos individualizados para los niños y adolescentes, y sobre todo, una barrera muy clara cuando estos jóvenes egresan al cumplir los 18 años. “A esa edad no estamos listos para ser autosuficientes, y muchos egresados terminan en situaciones de calle o vulnerabilidad nuevamente”, asevera.
Por ello, su propuesta apunta a un modelo de acompañamiento a largo plazo, que contempla tanto los años dentro de la casa hogar como la transición hacia la vida independiente. Su proyecto más reciente, “Buscando sus huellas”, da seguimiento a exresidentes de estas instituciones, evaluando sus condiciones actuales, necesidades y expectativas.
Ambas entrevistadas coinciden en que el trabajo con infancias debe ser integral y colectivo. Desde la universidad, afirman, hay mucho que se puede hacer: establecer convenios con casas hogar, desarrollar investigaciones aplicadas, impulsar campañas de sensibilización y formar a los estudiantes con enfoque de derechos humanos.
«Los servicios sociales que hacen los alumnos en estos espacios les transforman la vida. Aprenden a ver, a escuchar, a trabajar con sentido social», dice la doctora. Esa experiencia les permite insertarse con mayor facilidad en espacios de trabajo donde se requiere empatía, comprensión jurídica y capacidad para intervenir.
Mirar el ahora para cambiar el futuro
Desde su experiencia en el ámbito educativo y comunitario, la doctora Sánchez Azuara pone énfasis en la importancia de una niñez acompañada, guiada y protegida desde los primeros años de vida. Para ella, el entorno inmediato del pequeño –la familia, la escuela, el barrio– tiene un papel determinante en la construcción de su identidad, su autoestima y su sentido de pertenencia.
“Un menor que crece sin contención afectiva, sin una red que le enseña a amar ya confiar, difícilmente podrá desarrollarse de manera plena”, advierte Sánchez Azuara, investigadora del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa. La indiferencia hacia sus emociones, la falta de escucha y la ausencia de figuras significativas no solo afectan su presente, sino que deja huellas profundas en su vida adulta.
Además, subraya que la educación no debe limitarse a lo académico, sino que debe nutrirse de valores, empatía y vínculos. La escuela, dice, debe ser un espacio de refugio y de construcción de sueños, en especial para aquellos niños que viven en contextos de violencia o pobreza; Sin embargo, esto requiere de docentes capacitados, recursos suficientes y, sobre todo, una mirada integral que reconozca a cada menor como un ser único, con necesidades particulares.
“No se trata solo de enseñarles a leer y escribir, sino de enseñarles a vivir en un mundo más justo, donde puedan ver a sí mismos como valiosos y capaces”, afirma.
La mirada debe cambiar. “Siempre hablamos del futuro de las infancias, pero en realidad hay que ver el ahora, porque en el ahora está su futuro”. Si las niñas y los niños viven hoy en condiciones indignas, si sus derechos son vulnerados constantemente, no puede esperarse que su adultez sea distinta.
Las condiciones ideales no son inalcanzables. Son el resultado de una voluntad política y social para reconocer a los niños como sujetos de derechos, no como objetos de protección o lástima. La idea es crear redes de apoyo, fortalecer la comunidad, escuchar sus voces y, sobre todo, actuar. Porque no se trata solo de cuidar la infancia, sino de transformarla.