
Rinden homenaje a José Emilio Pacheco con lectura poética en la UNAM
CIUDAD DE MÉXICO, 11 de enero de 2017.- En seis días, El informe Casabona estará en circulación para el público que guste de la narrativa literaria.
Alejandro Casabona lo ha sido todo en la vida pública española: gran empresario, mecenas y figura política (primero en la lucha antifranquista, después como líder parlamentario durante la Transición).
Aún activo e influyente a sus casi noventa años, Casabona fallece de improviso, en circunstancias poco claras, durante una comida de gala en el Palacio Real de Madrid, ante la mirada atónita de los reyes y de su joven tercera esposa.
En su testamento deja un sustancioso legado a un instituto dedicado a fomentar la ética en la empresa.
Pero, antes de aceptarlo, la directora del instituto encarga al investigador Víctor Balmoral que indague hasta qué punto Casabona tuvo un comportamiento ético a lo largo de su trayectoria.
¿Fue Casabona un hombre ejemplar o un negociante sin escrúpulos? ¿Sirvió a la política o se sirvió de la política? ¿Qué papel tuvo en la muerte de su esposa?
Estos son los interrogantes de una investigación en la que Balmoral se verá mucho más implicado de lo que pensaba.
Vila-Sanjuán inaugura con esta novela una serie protagonizada por un periodista que se vuelve investigador gracias a sus conocimientos de los intríngulis de la historia de la ciudad.
Aquí va parte del primer capítulo:
1
Muerte en Palacio
No podría decirse que, de no ser por el incidente, todo hubiera transcurrido con normalidad, ya que cualquier acto que incluya la presencia de los Reyes de España dista por definición de ella. Simplemente parecía que iba a tratarse de una jornada de celebración muy parecida a la que tiene lugar en el Palacio Real de Madrid el 22 de abril de cada año.
Por lo que a Víctor Balmoral respecta, mantuvo su rutina habitual: cogió en Barcelona el tren AVE
de las nueve; llegó, como estaba previsto, a Madrid a las doce menos cuarto, subió andando por la calle Atocha y luego cruzó el barrio de los Austrias, concediéndose
un agradable paseíto primaveral.
Tras vagar un rato distraídamente por los jardines de Sabatini, poco antes de la una, hora marcada en la invitación que había recibido dos semanas atrás, empezó a sortear los distintos controles de seguridad que filtraban el acceso a la residencia histórica de los monarcas españoles.
Una vez en la plaza de la Armería, apreció las evoluciones de los coraceros en sus caballos blancos y sorteó taxis y vehículos privados que, tras haber pasado a su vez un par de controles, dejaban a los más comodones o vetustos de los invitados (y a las invitadas con tacones que temían el empedrado) en la mismísima puerta principal, frente a la cual formaban los guardias reales con sus guerreras azules de aire decimonónico, en la cabeza el ros de color blanco con esprit de plumas rojas, fusiles y bayoneta calada.
Balmoral ascendió lentamente la gran escalinata y pasó al Salón de Columnas, donde se servía el aperitivo. Aunque siempre intentaba llegar puntual a este acto —hacía cuatro años que lo invitaban— nunca figuraba entre los primeros: siempre había quien le ganaba en exagerada antelación. Había llegado a sospechar que alguno debía de haber dormido en los aledaños para asegurarse la prioridad en el acceso.
Efectivamente, allí estaba ya, departiendo y haciendo corrillos en el espacio acotado por grandes tapices del Patrimonio Nacional, una buena representación del mundillo cultural más institucionalizado o reconocidamente relevante del país: el director de la Real Academia de la Lengua, con su inconfundible peluquín color zanahoria, y al menos una decena de académicos de esta institución; el Gran Editor, que desde su sede de Soria controla la única firma multimedia española realmente global, con su nueva amante; el Pequeño Editor, veterano de todas las asociaciones profesionales, a quien todos rehúyen por su conversación plúmbea e interminable; el único Premio Nobel vivo en lengua castellana, siempre dicharachero, mostrando sus grandes dientes incisivos, tan cortejado como despellejado; el Novelista más premiado del año, un obeso melancólico y esquivo; la Poetisa, que ha conseguido los más destacados galardones, enérgica y ruidosa; la enigmática Directora General del Libro, con sus gafas anguladas y su habitual vestido negro, sobre el que lucía una gran cruz de plata; distintos e intercambiables cargos intermedios del ministerio; la Veterana Periodista Agresiva, con el cabello teñido de rosa; el Altísimo Radiofonista con pinta de duro, que compensa sus peroratas en las ondas con monosílabos en los encuentros sociales mientras masca chicle; el Dietarista de Provincia, de aspecto funcionarial, cáustico y atento a la minucia, que sobre todo si es malvada reproducirá muy pronto en su blog; el nuevo Presidente de los Libreros, un joven punk con piercings en las orejas; el maquiavélico Responsable del Museo de Arte Contemporáneo, vestido de negro de arriba abajo y, con el anterior, uno de los pocos hombres que venía sin corbata; directivos de la Casa del Rey; los colegas de Víctor en la dirección de los principales Suplementos Literarios…