Economía en sentido contrario: Banamex
Desde hace cuatro años –finales de 2017–, aquí documenté el peligro de que el entonces aspirante presidencial, López Obrador, pudiera terminar convertido en dictador.
Hoy, luego de 31 meses de gobierno, López Obrador ya habla, actúa y se comporta cual “dictador bananero”.
Y el mejor ejemplo de que el mandatario mexicano parece un “dictador chiquito” es la sección “quién es quién” de sus mañaneras.
¿Y por qué es el mejor ejemplo?
Porque ese “circo mañanero” es la confirmación de que, por decreto, López impuso “la verdad oficial” en su gobierno, que es lo mismo que decretar “la censura oficial” y la persecusión de los críticos.
Pero si aún lo dudan, vale recordar un fragmento del artículo de Gastón García Cantú, publicado en la portada de Excélsior –del 7 de enero de 1997–, titulado “Democracia: obra de la critica”.
El texto fue una respuesta a lo expresado por el entonces presidente Zedillo, días antes, cuando se quejó del “pesimismo” de sus críticos, sobre la obra de su gobierno.
Así respondió García Cantú: “Un presidente mexicano, por el poder de que dispone, al censurar personas o acciones, condena…
“La defensa de la obra de un gobierno no puede convertirse en censura abierta porque se descendería a lo que ha sido rechazado; la dictadura…
“Por eso, los discursos presidenciales contra la crítica deben revisarse por salud moral”.
En efecto, hoy López Obrador intenta defender la obra de su gobierno con “la censura oficial” y también por eso ordenó la persecusión de sus críticos, lo que ratifica su talante dictatorial.
Pero vale recordar –como lo he demostrado aquí hasta el cansacio–, que no podemos caer en la trampa de que en la sección “quién es quién” de sus “mañaneras”, el presidente apela a su “derecho de réplica” y a su “libertad de expresión”.
¿Por qué es una trampa?
Porque los derechos y las libertades –como el derecho de réplica y la libertad de expresión–, son propios de los ciudadanos, no de los actores del poder político.
Pero además, como dice la definición del “derecho a la información” del Supremo Tribunal Constitucional Español –en su sentencia 104/1986, “la libertad de expresiòn y el derecho a la información, no solo son derechos fundamentales de cada ciudadano, sino que significan el reconocimiento y garantía de una institución política fundamental, que es la opinión pública libre, indisolublemente ligada con el pluralismo político que (a su vez) es un valor fundamental y un requisito de funcionamiento del Estado democrático”.
En pocas palabras, que, en tanto jefe del Estado y jefe del gobierno mexicanos, López Obrador no puede apelar a derechos y libertades que son exclusivas de los ciudadanos.
Además de que las responsabililidades, las obligaciones y las facultades constitucionales del mandatrio mexicano son preciamente garantizar los derechos y las libertades ciudadanas.
Es decir, López no puede apelar a los derechos que, en tanto presidente, está obligado a garantizar para todos los gobernados. Obrador no puede ser juez y parte.
Claro a menos que se asuma como dictador.
Y ese es precisamente el rol que AMLO está jugando hoy con su sección de “quién es quién” en las imposturas mañaneras.
Sí, López se asume como dictador y se convierte en censor oficial y en poseedor de “la verdad oficial”, como lo dijimos en el Itinerario Político del pasado 1 de julio –titulado “la verdad soy yo” –, en donde señalamos que hay de aquel que se atreva a disentir de la “verdad oficial” de Obrador, de rebatir la palabra del monarca “porque entonces el crítico será lanzado a las fieras”.
Pero como el poder de López es absoluto –y lo demostró en su informe inconstitucional–, nadie en su reino se atreve a explicarle el maloliente tufo autoritario y dictatorial de la sección en la que exhibe a medios, periodistas y opinantes que disienten de la grosera “verdad oficial”.
Al final, la conclusión resulta descabellada, pero los hechos la avalan: para López es mejor periodista es el periodista callado o el periodista muerto.
Y es que para Obrador –tanto en tiempos de campaña como en los 31 meses como presidente–, resulta más molesto, peligroso, indeseable y hasta intolerable un periodista y un medio critico, que un criminal.
Sí, el presidente mexicano ha cuestionado, censurado, difamado más tiempo a periodistas y medios críticos que a los matarifes y a las bandas del crimen organizado, que tienen bajo temor permanente a todo el país.
A los delincuentes y criminales, sean de cuello blanco o de cuello sucio, el presidente les propuso una suerte de “borrón y cuenta nueva”, mientras que a los periodistas críticos los persigue mediante campañas de difamación, insulto y calumnias.
A los criminales el presidente les propuso una amnistía unilateral que ha cumplido a pie juntillas –al extremo de que en los primeros 31 meses de gobierno no ha detenido un solo cabecilla criminal–, en tanto que en ese mismo tiempo su gobierno ha presionado para desemplear periodistas de medios críticos.
En 31 meses, el gobierno de López Obrador y el presidente mismo han amenazado de manera reiterada a empresas mediáticas que no se pliegan y que no han despedido a periodistas críticos.
Y sí habla como dictador, si actúa como dictador y si persigue a sus críticos cual “dictador bananero”, tenemos derecho a llamarle dictador a López Obrador.
Al tiempo.