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CIUDAD DE MÉXICO, 8 de marzo de 2021.- Borran la verdad y elucubran seres. Forjan prejuicios y desestiman lo que es. Son los mitos. Relatos tradicionales de acontecimientos prodigiosos que protagonizan seres sobrenaturales o extraordinarios. El mito es el barro que esculpe las creencias de una cultura.
Existen dos mitos peligrosos: el de Eva y el de la virginidad. Ambos confinan a la mujer a conceptos predeterministas y sesgados. Ambos compelen el significado, rasgos y roles de la mujer.
En el Antiguo Testamento se presenta la historia del Génesis: Dios generó al Universo y en el sexto día creó al hombre, Adán, a quien hizo a su imagen y semejanza. Le dio hogar en el jardín del Edén, que tenía un árbol al centro. El Creador le afirmó al primer humano que no comiera del fruto de ese árbol, pues contenía todo el conocimiento sobre lo bueno y lo malo. Si lo comía, lo llevaría a la muerte.
Después, de acuerdo con el relato del Génesis, dios creó una mujer del costado de Adán.
Ella se dejó convencer por la serpiente de comer el fruto del árbol prohibido y lo comparte con Adán. Por castigo, Dios le impone a Adán el trabajo y a ella el dar a luz con dolor. En ese momento, reafirma la posición femenina de inferioridad respecto al hombre.
He aquí la justificación bíblica de la desigualdad. El trabajo, al que condenó al primer hombre, es una de las fuentes primordiales de realización personal y transformación de la realidad, de ahí que realmente no se haya castigado al varón.
Algunos aducen que la prohibición de Dios fue para Adán y entonces, quien realmente desobedeció, fue él. Eva, en cambio, abrió para sí y para la humanidad el conocimiento. La supuesta muerte no tiene un significado literal, es el cese de la ignorancia y el inicio del discernimiento. Pero, sin elucubrar más, el mensaje más escueto es: la mujer es parte del hombre y él es primero.
Ahora, cuando los hombres descubren su rol en la concepción, comprenden el poder que tienen de procrear, que hasta entonces sólo habían atribuido a los dioses. Así sustituyeron la filiación matrilineal por la patrilineal. Para garantizar la autoridad paterna exigieron que las mujeres fueran vírgenes antes del matrimonio.
El control de la sexualidad está estrechamente relacionado con el honor y tiene una relación con la transmisión de riqueza, de ahí que una campesina tenga menos control que una mujer de la corte debido al caudal que está en juego.
En la antigua Roma, con el objeto de preservar el honor, el padre podía matar a su hija si perdía la virginidad. En la tradición judía se relaciona la virginidad con la obediencia y existen infinidad de prácticas humillantes como los cántaros partidos en la puerta de la casa, que exhiben que una mujer no llego virgen al matrimonio, costumbre que pervive en varios pueblos de Michoacán.
La virginidad de la mujer supone una propiedad del hombre. De ahí que toda novia debería llegar virgen al matrimonio. Sólo así se salvaguarda la exclusividad erótica y con ello la progenitura masculina. El cuerpo de la mujer se convierte en la clave de la honra como una responsabilidad que sólo atañe a la mujer. Mediante la virginidad femenina, los hombres podían demostrar su reputación masculina y la pureza y control de su descendencia.
Durante mucho tiempo, la virginidad no sólo fue respetada sino venerada por diversos pueblos. No en vano, tanto diosas como sacerdotisas, uno de los estamentos más altos en muchas civilizaciones, sólo podían ostentarlo las vírgenes.
¿Cómo nos afectan los mitos de Eda y el de la virginidad, en qué medida marcan nuestra moral y costumbres, qué tan fuertes son para engendrar los prejuicios con los que justificamos la inequidad?