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MADRID, 25 de febrero de 2017.- Hemos impuesto a los jóvenes una educación a velocidad de vértigo. Después del horario normal de clase, a toda prisa, con la lengua fuera, los llevamos a clase de inglés-extra, y luego a baloncesto, y luego a danza, y luego a guitarra, y luego a judo, y luego… Es como si nos quisiéramos comer el tiempo, y hacérselo tragar a nuestros chicos y chicas, sin dejar una miguita de ese divino tesoro simplemente para vivir, para jugar, para reír, para leer, para disfrutar… Y de esa forma, inculcamos en los niños y jóvenes adolescentes nuestra mentalidad desasosegada, excitada, inquieta, nerviosa, sin dejarles unos instantes de sosiego para saborear la vida en toda su rica y profunda dimensión. Y eso, a la larga, se paga.
Si no lo remediamos a tiempo, estos jóvenes no sabrán gozar de la calma, de la reflexión, de la lentitud bien entendida, de la pausa necesarias para saber vivir con equilibrio y buen sentido, y marcharán por la vida queriéndolo todo, ahora y a velocidad de vértigo, sin comprender que eso casi nunca puede ser así. Todo en la vida requiere un tiempo, y que hay un tiempo para cada cosa: para trabajar y para descansar, para dormir y para despertar, para sufrir y para gozar, para aprender y para olvidar; que debe existir un proceso de maduración y de trabajo en todos los proyectos; que deben buscar el éxito, pero que deben estar también preparados para la derrota; que casi siempre el camino enseña más que la posada, y que precisamente los esfuerzos y experiencias que se van a ir encontrando en la senda de su vida son los que modelarán definitivamente su personalidad.
En nuestro mundo globalizado los jóvenes se encuentran interconectados con todo el plantea a golpe de clic y saben lo que pasa en un abrir y cerrar de ojos en cualquier parte de la Tierra; igual que los acontecimientos fluyen y cambian, también ellos quieren cambiar muy rápido en una persecución imposible de todos sus deseos. Los jóvenes no suelen tener paciencia con los procesos creativos y quieren la inmediatez. Están tan familiarizados con la facilidad que proporciona la tecnología y la informática, que olvidan muchas veces la trascendencia que para su formación integral aporta el desarrollo de la imaginación, la lentitud creadora, la lectura atenta, el pensamiento crítico, la investigación duradera y minuciosa. Degluten datos, pero no asimilan ideas. Quieren correr, acelerar, alcanzar el siguiente peldaño de su existencia. Ignoran que sólo viviendo de forma intensa y generosa cada instante se alcanza la plenitud del futuro.
Hace unos días escuchaba yo decir a un veterano y excelente ciclista, Pablo Lastras, que ha corrido durante 18 años como gregario de lujo en distintos equipos de gran altura, que el secreto de su éxito ha sido el trabajar muy duro todos los días, tener paciencia y constancia en el ciclismo y en la vida. “He conocido a muchos jóvenes”, decía el corredor, “que han fracasado porque querían desde el primer día ganar mucho dinero, firmar grandes contratos ya, ser famosos en dos bocados, tener sueldos y cochazos como, por ejemplo, Contador, Froom, Quintana… Sin darse cuenta del trabajo y el esfuerzo que hay detrás de estas primerísimas figuras, las fatigas y caídas, las horas de gimnasio y entrenamiento, la renuncias a muchísimas cosas, como comidas poco saludables, salidas nocturnas, juergas… para llegar a donde han llegado ellos. La vida es así: Hay que ir haciéndola y ganándola día a día, poco a poco, con esfuerzo y constancia”.