Cortinas de humo
CIUDAD DE MÉXICO, 22 de marzo de 2019.- No tengo en la memoria registro testimonial de la visita de un Presidente de la República a Guelatao un 21 de marzo.
Hoy los vientos de cambio soplan también en este sentido.
Como lo he escrito en reiteradas ocasiones: se podrá estar de acuerdo o no con López Obrador y la 4T, pero es innegable que a Oaxaca se le está dando su lugar en el discurso y el calendario cívico, pero también en el presupuesto.
La de hoy, fue una ceremonia con alto contenido simbólico.
Auténticamente se puede decir que fue una fiesta, en todos los sentidos.
En razón de los actos de la anterior visita presidencial, independientemente de la procedencia y calidades de los miles que se dieron cita, la cordialidad, la camaradería, el respeto y el apoyo indistinto fueron nota común de comportamiento.
La civilidad fue el alma de la fiesta.
El gobernador, siempre hospitalario, capitalizó el temple y el decoro de los que hizo gala frente a públicos que, por consigna, empañaron con rechifla y abucheos los eventos que eran del Presidente, no del gobernador.
Hoy la mano del Presidente se vio y se sintió. Entregó a Alejandro Murat la confianza de la organización del evento que no era ni del gobernador, ni del Presidente, sino de Juárez y del pueblo de México.
Los operadores de Murat tejieron fino, tan fino que los enconos de campaña quedaron muy en el pasado.
Fue una tarde redonda para el Presidente y para su anfitrión.
La historia de consignas anti gobierno que disuadía a todos los Presidentes de la historia moderna de México quedaron en el pasado. Preferían mantenerse impolutos y evitarse la molestia de ver su suceptibilidad herida, salvo Fox de quien ya sabemos se declaró el enemigo público número uno del Benemérito.
López Obrador vino, vio y venció; Murat estuvo, vió y también venció.
Más que el análisis del discurso, el análisis de las piezas oratorias, habla por sí mismo.
Alejandro Murat, fiel a su estilo y con recursos oratorios in crescendo se permitió la tranquilidad mental necesaria para posicionar su mensaje. Enunciados cortos, contundentes, una frase para cada idea, convenció y deleitó. Estaba nuevamente en casa, entre los suyos, que le festejaban cada sentencia.
Del Presidente ya sabemos que no es un gran orador, pero no por ello debe entenderse que sus esfuerzos de comunicación no son exitosos.
López Obrador es un predicador, más proclive a la oratoria sagrada. Convierte la tribuna en púlpito y habla a sus públicos con un aire pastoral. Levita en medio del silencio. Encanta a quienes le escuchan. No hablan, no se mueven, no parpadean.
Sigue en la luna de miel. Todos quieren ver al Presidente, todos quieren tocarlo, todos quieren escucharlo.
Hoy, el pueblo de Oaxaca, que sí es bueno y sí es sabio, dio lección de política. Su conducta fue el prolegónemo a una de las ideas centrales de cada discurso: Alejandro Murat convocó a una gran alianza nacional para caminar codo con codo con el Presidente sin distingos de ninguna índole, porque –dijo- “si le va bien al Presidente le va bien a México y si le va bien al Presidente le va mejor a Oaxaca”.
Y López Obrador lo secundó:
“Todo lo que haga en Oaxaca lo voy a hacer con el gobernador; son tiempos de reconciliación; el único partido que vale se llama México y se llama Oaxaca”.
Fue una tarde redonda. Una fiesta digna del Coloso de Guelatao.
@MoisesMolina