Derecho a una vivienda digna
En el último se convenció de que la atención a la inseguridad es punto menos que imposible sin la participación de los efectivos militares
CIUDAD DE MÉXICO, 4 de febrero de 2019.- Tal vez algún día lo sabremos y comprendamos las razones de por qué el presidente Obrador decidió, tan pronto ganó la elección, cambiar el contenido de su discurso en torno a la cuestión de lo militar y los militares.
De furibundo cuestionador pasó de la noche a la mañana a amigable apologista y convencido de las virtudes de la presencia militar en la estrategia de seguridad.
Que en el último momento se haya convencido de que la atención a la inseguridad es punto menos que imposible sin la participación de los efectivos militares es un hecho que genera todo tipo de dudas tanto en los opositores como entre las propias filas morenistas.
Si no fuera por la enorme e incondicional aceptación social que goza su gobierno durante esta etapa de luna de miel la propuesta de militarizar al país habría derivado en el repudio generalizado de los mexicanos. Este lujo jamás se lo habrían permitido ni los priistas ni los panistas.
La fe que le profesan la mayoría de los mexicanos ha logrado el milagro de trascender la crítica histórica que la izquierda de este país ha lanzado sobre las fuerzas armadas y que tiene como punto de partida el 2 octubre de 1968.
Por la preponderancia de los militares se ha jugado -se está jugando-, el horizonte de su gobierno. La preocupación por la inseguridad forma parte de la agenda más relevante de los mexicanos. No hay asunto más doloroso, angustiante, terrorífico y destructor que el crimen organizado y toda su cauda de delitos. Así que la apuesta exclusiva al factor militar resulta osada, temeraria y hasta poco prudente, sobre todo si se valora la experiencia del pasado inmediato.
No haber atendido las recomendaciones de expertos nacionales e internacionales en la materia y las sugerencias para reconsiderar el protagonismo militar, deja abiertas bastantes dudas.
La principal de ellas ¿qué es lo que le ha convencido, tan a rajatabla, de que la solución a la inseguridad tiene una sola vía: la militarización (Guardia Nacional)? ¿Qué ha ocurrido para que su visión haya sufrido una metamorfosis tan profunda y misteriosa? Tan profunda y misteriosa que los argumentos públicos que ha esgrimido simplemente no son los garbanzos de a libra que quisiéramos escuchar, son argumentos que en su tiempo barajeó el ex presidente Felipe Calderón dentro de su estrategia de guerra contra el narco, y que ahora él toma prestados, desoyendo el pasado.
Las consideraciones extraordinarias con que mima a las fuerzas armadas dejan a Peña y a Felipe Calderón como personajes descorteses y distantes de dichas corporaciones. No sólo ha incrementado el presupuesto para las agrupaciones militares, en niveles tales que deben ser la envidia de las universidades públicas, las que por cierto guardan cariñoso silencio no obstante que sus números presupuestarios han sido literalmente congelados.
Les propone, porque insiste en eso, en que sean ellas las que manden y comanden en su estrategia para atender la inseguridad; incluso subordina a la Secretaría de Seguridad Pública y a la de Gobernación al mando operativo militar, lo que no es cualquier cosa. Significa que les entrega una porción de poder tan grande que, mirando al pasado, habría sido el goce y delicia de los caudillos militares de la post revolución.
Los obsequia con abrirles las puertas a la acción económica para que incrementen sus ingresos como la construcción de inmuebles en predios militares. O les encarga el vivero más grande de la república para producir y proveer los millones de plantas para el programa Sembrando Vida.
Los argumentos, probados por la experiencia internacional, que se le han expuesto de que la constitución de una Guardia Nacional no es la mejor manera para resolver la inseguridad, es claro que no le convencen en absolutamente nada.
Hay algo, que aún no sabemos, y que seguramente algún día saldrá a la luz, que constituye la fuerza de ese auto convencimiento solido. Y podría tener que ver con el pacto discreto que el presidente Obrador debió haber convenido con las nomenclaturas militares. No se da tanto, ni se arriesga tanto, así porque si.
Es natural la pregunta ¿Qué a cambio de qué. En los hechos se está construyendo un gobierno con soportes militares para la operación política con la complacencia y el aplauso de la mayoría nacional. Si el presidente es bueno y él quiere a los militares en la política, en la economía, y en lo que quiera, entonces todo es bueno. ¡Qué maneras de perder la memoria histórica! El papel de lo militar y los militares debe seguir acotado como lo marca la constitución.
La predominancia de las instituciones civiles es lo que debe prevalecer, y si no funcionan deben reformarse y lograr su eficacia, ese es el camino, no suplirlas con lo militar, por mucho respeto y reconocimiento que pueda tenérseles. Jugar a los soldaditos nunca ha sido el comienzo de una buena historia.