
El clan Murat envenena a Morena y lo pinta de PRI
En México, la derrota electoral el pasado mes de julio de la coalición gobernante que gestiono e instaló el régimen neoliberal ha abierto una transición hacia el relevamiento del orden político
Raúl Ávila | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 16 de diciembre de 2018.- La propuesta liberal suele priorizar los derechos individuales sobre los colectivos porque asume que la concurrencia de capacidades autónomas generará más incentivos, riqueza y equilibrio social.
Desde un enfoque sistémico y apoyado en la experiencia histórica de países que en su momento lo consiguieron, presume que es posible replicarla en cualquier contexto. Este es uno de sus principales errores porque hace abstracción de las culturas. Sus consecuencias son evidentes.
Si bien las personas valoramos y ejercemos nuestros derechos fundamentales en esencia individuales, en ciertos contextos socioculturales también se está provisto de sentido común para entender que si abusamos de aquellos y dañamos a la comunidad rompemos las condiciones que sustentan el pacto social.
Si a esa condición coadyuva por acción u omisión el régimen político con su gobierno, instituciones, políticas y prácticas, se pierde la legitimidad de su autoridad para representar y gestionar los intereses y bienes públicos.
La lección es clara: Cuando el gobierno en un contexto socioeconómico desigual deja en manos de las fuerzas del mercado la asignación de bienes y recursos se confunde con él, queda atrapado en la selva de intereses privados y extravía sus fines declarados en la Constitución.
En México, la derrota electoral el pasado mes de julio de la coalición gobernante que gestionó e instaló el régimen neoliberal ha abierto una transición hacia el relevamiento del orden político.
El proyecto de la nueva coalición gobernante se dirige, lógicamente, a fijar los términos políticos de su dominación y del funcionamiento del sistema con el que habrá de alimentar su propia legitimidad y, de ser posible, hegemonía.
De allí que uno a uno, y por momentos en racimo y con mucha prisa, plantee con diversos métodos sus términos a poderes, sectores y sujetos relevantes (de las consultas del NAÍM y otras más, a la ley de remuneraciones para poderes y órganos autónomos). De allí también la cascada de iniciativas de reformas y la distribución del presupuesto.
Me parece correcto el diagnóstico de que en un sistema presidencial que durante el periodo neoliberal perdió poder frente a otros poderes federales y locales, formales e informales, –incluso ilícitos– y debilitó su capacidad de gestión de los intereses de la mayoría empobrecida y excluida, no hay más opción que centralizar funciones para intentar romper las redes de corrupción y eficientar al máximo los recursos públicos escasos. Pero debe hacerse con tino.
Desde luego, el camino está sembrado de riesgos, hay aciertos y errores, los contrarios se resisten, el presupuesto es insuficiente, el reloj avanza sin piedad y las percepciones y respaldos ciudadanos positivos de origen pueden desgastarse pronto junto con el uso de mecanismos simbólicos (ceremonias indígenas) o posmodernos (redes sociales).
El nuevo orden político no podrá reemplazar por completo los elementos del sistema neoliberal porque este también legó bienes valiosos apreciados por la sociedad y la ciudadanía; al contrario, deberá retomarlos y profundizar (estabilidad macroeconómica básica, democracia, transparencia y anticorrupción).
Deberá imprimir el sesgo comunitario y popular que sea necesario y acorde con las tradiciones del país en línea con los ejes de la igualdad, la libertad y la justicia. Pero no sacrificar a estos últimos en el altar de aquella. No incurrir en la tentación del populismo radical.
No hay duda que debe propiciar un balance entre tales valores y objetivos que por ahora esta roto. Más ese loable propósito tampoco justifica imponer compensaciones inmediatas entre clases y sectores por encima o en contra de la Constitución que aún nos rige.
Ya se sabe que el gobierno de las complejas sociedades contemporáneas es cada vez más difícil. Pero muchos de los cánones clásicos del poder continúan vigentes.
Entre estos, no olvidar que reemplazar una injusticia mediante otra injusticia recrudece el conflicto en perjuicio y no en el bien de todos, ni siquiera de los más pobres.
Que rara vez un orden político antiguo fue completamente barrido por otro nuevo.
Y que la acción del príncipe y su equipo triunfante debe ser concertada, virtuosa y afortunada –que use la espada solo en casos extremos– porque quien ayer perdió conservará y acopiara instrumentos para ganar mañana.