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“La arquitectura y la música son dos artes que caminan de la mano, las dos construyen y crean espacios, estructuras, geometría, texturas o colores. A lo largo de la historia, esta relación ha ido evolucionando, avanzando y retrocediendo, mezclándose la una con la otra hasta llegar a puntos en que una obra musical puede ser el inicio de una fusión arquitectónica, o un espacio, una experiencia musical”, afirmó el arquitecto Felipe Leal, miembro de El Colegio Nacional, al abrir la mesa sobre música del ciclo La arquitectura y las artes.
Contó con la participación de la arpista Mercedes Gómez Benet y los compositores Antonio Russek, Manuel Rocha Iturbide y la también colegiada, Gabriela Ortiz, quienes se refirieron a la influencia mutua que ha tenido en su trabajo el espacio arquitectónico y el sonido, informó El Colegio Nacional en un comunicado.
Las proporciones musicales, armónicas, interpretadas como dimensiones geométricas por los tratadistas; la creación del espacio arquitectónico como síntesis de los campos sonoros y visual, y la relevancia de la acústica en la funcionalidad arquitectónica, expuso Felipe Leal, “son aspectos destacados donde se han concretado” los vínculos entre ambas disciplinas.
La arquitectura y la música “gozan de amplias similitudes en muchos aspectos, están hermanadas. Desde la antigüedad se ha hablado, discutido y experimentado mucho sobre esta relación tan interesante, como compleja; muchos arquitectos y músicos de todos los tiempos han tratado de insertar una en la otra, entendiendo que existe un paralelo entre ambas”, añadió.
Un escueto repaso, agregó el colegiado, “muestra que la fluencia entre arquitectura y música tiene una larga y fructífera historia donde se entrelazan el pensamiento clásico y el pensamiento funcional, y ha tomado una nueva deriva en la actualidad. Las relaciones entre ellas no sólo son en cuanto a su representación gráfica y geométrica, sino que también se aproximan en cuanto a su lenguaje, ya que términos como altura, verticalidad, horizontalidad, ritmo y armonía son usualmente utilizados tanto por músicos como por arquitectos”.
Para el compositor de música electroacústica Antonio Russek, el vínculo “que definitivamente enlaza” arquitectura y música “es el estudio empírico que se hizo entre el comportamiento del sonido y los objetos. Nosotros sabemos muy bien que el sonido en un campo abierto se difunde hasta que las moléculas pierden su energía, pero si no hay una superficie que refleje el sonido, pues, simplemente llega un momento en el que el sonido desaparece”.
De manera “que el estudio de la perfección del sonido, el comportamiento dentro de un espacio es lo que evidentemente llevó a nuestros antecesores a crear estos grandes coliseos, estos grandes auditorios y, actualmente, la acústica arquitectural sirve a los diseñadores de los auditorios modernos de las salas de concierto. De ahí que la creación del espacio, las características del espacio y la manera en que el sonido se comporta dentro de un espacio, es lo que determina esta relación entre el arquitecto y la música”.
Russek, quien habló de algunos proyectos que ha desarrollado a lo largo de su trayectoria donde el sonido sucede en función del espacio: “Naturalmente que los recintos construidos específicamente para el disfrute de la música tienen en cuenta este tema que relaciona ambas disciplinas: la acústica”.
Durante la mesa celebrada en el Aula Mayor de El Colegio Nacional, el arquitecto Felipe Leal recordó que, originalmente, uno de los invitados del panel era el compositor Javier Álvarez Fuentes, fallecido en mayo pasado: “Tenía mucho entusiasmo de participar en esta mesa y él se me antepuso y me envió un borradorcito del extracto de lo que quería hacer y por qué, como hijo de arquitecto, había elegido la música. Era hijo del gran arquitecto Augusto H. Álvarez, autor, entre otros edificios, de la Torre Latinoamericana”.
El colegiado dio lectura entonces a las palabras de Álvarez: “Descubrí la música en la infancia, sorprendido por las múltiples sonoridades que producía la casa en la que crecí en la Ciudad de México; esta hermosa residencia, arquetípica del más minucioso diseño funcionalista, contaba con un sistema hidráulico extremadamente complejo, además de un subsistema de calefacción atípico para la época, la casa tenía una red de distribución de agua servida por una serie de bombas hidroneumáticas, artefactos suecos, cuya función era la de mantener el preciado líquido bajo presión a lo largo de una enredada trama tubular”.
Las fallas y la posibilidad de manipular el agua a través de ese entramado fascinaron a Álvarez: “Con los años, en plena adolescencia, comprendí que la música era lo mío y que, inevitablemente, la arquitectura siempre acompañará a mi quehacer. La revelación surgió al escuchar, esta vez ya con un flamante clarinete en las manos, el eco que se producía al soplar el instrumento en unos extremos de la terraza cubierta de la casa”.
“Hoy, tras muchos años de inventar sonidos y música, sé que los sitios y eventos que arriba describo son en parte registros directos de la experiencia, pero, sobre todo, que se trata de referentes estéticos que, desde la percepción, implican complejas consecuencias entre el tiempo musical y el espacio arquitectónico, en este caso, el de la casa en donde crecí”, remató Álvarez en voz de Leal.
Sobre el compositor mexicano también se refirió Mercedes Gómez. Al leer el texto “El tiempo y el espacio”, la arpista habló del trabajo del francés Bernard Andrès; del compositor y arquitecto de origen griego Iannis Xenakis; y del mismo Javier Álvarez, de quien resaltó la pieza “Sonorosón”, para arpa y sonidos electroacústicos, que calificó como “una verdadera construcción arquitectónica-musical”.
En su turno, Gabriela Ortiz, miembro de El Colegio Nacional, señaló que el primer planteamiento que le llega a la mente cuando piensa en la relación entre música y arquitectura, “es que el arquitecto construye dentro de un espacio físico, y esto sucede dentro de este espacio físico. Cuando pienso en música, construyo, pero construyo a través del tiempo, la música sucede en el tiempo”.
“Para disfrutar de un espacio arquitectónico caminas, lo visitas, lo habitas, y ahí es donde percibes su magnitud y una serie de cosas. La música, para que suceda, tiene que sonar, o suena en tu imaginación. Cuando uno es compositor, yo imagino música y sonidos, pero si realmente yo lo quiero compartir con ustedes, tiene que sonar dentro de un espacio físico y es el espacio físico el que deba determinar cómo es que el sonido se comporta”, continuó la compositora.
A través de la historia de la música, abundó, esa relación “se ha dado de muchas maneras. Pensemos, por ejemplo, en los compositores venecianos, en Giovanni Gabrieli, en cómo estos compositores componían para estas catedrales góticas o, por ejemplo, para la Catedral de San Marcos y componían unas obras polifónicas sumamente complejas, porque utilizaban varios coros y los colocaban de una manera muy específica. Pienso, por ejemplo, en Thomas Tallis que para mí es un compositor inglés fantástico que tiene esta obra que se llama “Spem in alium”, un motete a 48 voces”.
“La complejidad polifónica de esa obra es brutal y creo que sólo hubiera sido concebida si hubieran existido estas catedrales góticas; estas obras fueron pensadas para estos espacios, que son fundamentales para ver cómo se va a concebir el sonido, de dónde viene, cómo se comporta, etcétera”, resaltó la colegiada.
También hijo de arquitecto, el compositor Manuel Rocha Iturbide dijo que, en su caso, “obviamente hubo una influencia de mi padre (Manuel Rocha) de alguna manera, de la experiencia de visitar sus obras. Mi hermano es arquitecto (Mauricio Rocha), es uno de los arquitectos más importantes de su generación en México, y con mi hermano he colaborado, he halado un poquito de eso. Mi camino fue transdisciplinario desde un inicio, es decir, yo no me conformé nada más con hacer música”.
“Hice fotografía desde los 20 años y, así, fui experimentando con distintas artes, sobre todo las artes visuales, pero a pesar de que me sigue encantando la música instrumental y he compuesto y seguiré componiendo puramente instrumental, sí me especialicé en electroacústica”, señaló Rocha.
Cuando se interpreta una obra electroacústica, explicó, se pueden utilizar, por ejemplo, 60 bocinas “y tienen que estar distribuidas de distintas maneras, cómo va a viajar por el espacio el sonido, pero también cuenta la acústica de los espacios. Eso me llevó a la instalación porque empecé a hacer obras visuales que tienen que ver con sonido y escultura, pero luego también instalación y pues la instalación se da en el espacio”.
“Gabriela hablaba de la música del tiempo, pues sí, lo más típico es eso, la música es tiempo, pero dicen que el arte sonoro es más espacio que tiempo, porque en una instalación, tú no sabes la persona que la va a visitar, cuánto tiempo va a estar, cómo va a transitar el espacio, también para ver un edificio, pues cada uno lo va a visitar de una manera distinta, entonces, el espacio es más importante en el arte sonoro, que el tiempo”, sostuvo.
La mesa «Arquitectura y Música», que formó parte del ciclo La arquitectura y las artes, coordinada por el colegiado Felipe Leal, se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.