Una manera de autocuidado es nombrar lo que sentimos: Iveth Luna Flores
De adultos nos cuesta más enamorarnos,
y quizá terminamos con un puñado de libros
que podemos decir realmente que amamos.
Salman Rushdie, Los lenguajes de la verdad
En los últimos días la ciudad estrenó narradores, se puede decir que vive ahora una vida intensa en cuanto a escritoras y escritores que ya cuentan con un título publicado; un poco nos hemos convertido en el territorio que se expresa a través de los libros, aunque, lo reconozco, la afirmación suene a contrapelo de la digitalización. Se puede decir que, bien visto, ante este auge de autores podemos preguntarnos por qué llegamos tarde a la escritura de los libros, por qué esta Oaxaca cimarrona tardó en llegar a la expresión de pensamientos, sentimientos, ideas, desde párrafos, páginas de un libro.
Para responder a esta pregunta contaré la historia de mi inicio como lector. Soy originario de un pueblo, Santo Domingo Tehuantepec, que en mi infancia carecía de librerías. Solo se podían encontrar los libros en la biblioteca de la Casa de la cultura o en un viaje a la Ciudad de México.
Cada inicio en la lectura está poblado de historias que guardamos como parte de la experiencia extraordinaria que nos inició en la práctica lectora. Crecimos y al crecer nos enamoramos de aquellas historias. Tengo dos; una, de la joven bibliotecaria de cabello largo, del olor de su cabellera entre los estantes que contenían volúmenes; y, dos, de la biblioteca pública municipal, los libros guardados por gruesos candados. En ese tiempo, nueve, diez años, me pregunté por qué la autoridad municipal dejó bajo llave aquellos libros.
En cada lector existe una historia del origen de su lectura que, a su vez, da origen a muchas historias más vividas o imaginadas. En aquella biblioteca pública municipal, el espacio vedado, dejaba en mi mente de niño preguntas que me llevaron a conocer más sobre los títulos de los que aquellos cerrojos impendían el paso, con el tiempo supe que guardaban con celo libros de la colección Aguilar, volúmenes de la tradición rusa. Y aquellos candados hicieron a la biblioteca como el espacio condenado, oculto por los mayores y por la autoridad.
Violar aquellos candados, traspasar esas puertas rojas, se convirtieron en mi ideal. De estas historias encuentro la rebeldía. Sobra decir que aquel niño que fui le declaró su amor a la joven bibliotecaria de largos cabellos y que obtuvo como respuesta a su atrevimiento un: “pero estás bien niño” (la tarde bermeja se fijó en mí mente, el sol contra el cerro de barrio Lieza, los zancudos antes del anochecer; el polvo que vuela en partículas contra la luz). A aquel niño al que se le impedía el paso a los libros en una amplia habitación del palacio municipal, en una tarde bermeja, se decidió a escribir sus propias historias y soñó con escribir sus libros.
Cada origen de la lectura hace de los libros una parte importante del entorno, para mi es importante que la gente conozca a los escritores; puedo decir que leer se convierte por obra y gracia de la imaginación en el espacio de convivencia pacífica, de no agresión al entorno y a las personas.
El inicio del lector es duro, difícil porque el lector, la lectora, se impone a las costumbres de la misma familia, de la madre y los hermanos, los vecinos. Y ahí entra esa parte del carácter, del valor para ser diferente a la gente que te rodea; todavía por estas fechas, algunas veces, despierto en la madrugada y me golpea la pregunta. ¿por qué estaban bajo candado los libros?
Y uno sigue tratando de dar respuesta a las primeras preguntas, a las que se levantaron en la infancia con un libro entre las manos. La semana que pasó un duro periodista de la ciudad, Renato Galicia Miguel, se estrenó como escritor, sirvan estas letras del origen lector como bienvenida al nuevo escritor.