
Déjate las drogas… ¡aguas con las gusgueras!
A Don Aarón, tallado con luz.
MONTERREY, NL. 31 de octubre de 2021.- Las batallas campales de una crisis social se enfrentan en las calles, mientras que las provocadas por la precariedad económica, se combaten en los mercados públicos con el orden natural de estas reglas: cuidar “el puntero”, atender el negocio y vigilar los centavos.
Don Aarón libró ambas en “La Victoria”, una trinchera de madera y hierro forjado de cuatro metros de frente y tres de fondo, que colindaba con un pasillo construido con grandes piedras de río y que terminaba a contraluz, a un costado de la calle 20 de Noviembre, la principal vía que dividía a la ciudad de Oaxaca.
En esa caseta de zapatos y huaraches, esquivó lo violento del Movimiento Estudiantil del 68 -que comenzó en agosto y terminó en diciembre de ese año- y el Oaxaca del 77, que fundió los intereses de los adversarios irreconciliables del entonces gobernador Manuel Zárate Aquino para provocar su “caída” del cargo.
Incluso, cuentan sus cercanos, eludió al priismo corporativo de los setentas, reflejado en el cacicazgo de Doña Genoveva Medina viuda de Márquez, la única locataria que fue senadora de la república en los ochentas, respaldada por la otrora Federación de Mercados Públicos del Estado de Oaxaca.
La segunda batalla, se convirtió en una lucha prolongada por sobrevivir a la devaluación del peso en 1971, originada por el populismo del Presidente Luis Echeverría Álvarez; a la de 1981, más letal que la anterior y que sembró José López Portillo o el “Error de Diciembre” de 1994 de Carlos Salinas de Gortari.
A todas ellas, y sus derivados, sobrevivió la huarachería “La Victoria” de Doña Eustolia Martínez Viuda de Hernández y su yerno Don Aarón Sánchez Pérez. Sin embargo, su Waterloo, la batalla que marcó el final de una etapa del comercio popular en los mercados públicos, fue contra la vanidad.
Esta, empujó un cambio ficticio -más formal que radical- en el estatus social de los campesinos más jóvenes que vivían esa lejana desigualdad que marca el surco y el arado en la mayoría de las comunidades de Oaxaca, Ellos, ahora aspiraban a lo moderno, a lo actual, a lo atractivo.
Las mujeres, en cambio, se satisfacían de ese afán de ser admiradas y consideradas, pero a través del asombro. Ellas representaban en las localidades rurales, el ímpetu de lo diferente, incluso entre si, pero sucumbían ante lo igual, lo uniforme de la moda.
Pero a alguien, se le ocurrió fundir esa vanidad de ser diferente frente al otro con poliuretano, espuma plástica o goma barata y comenzó a fabricar lo que hoy se conoce como tenis o sandalias. Y fue en ese instante que el huarache, como el pecado original, hizo inferior al indígena.
Ahora, la huarachería “La Victoria” acumulaba docenas de pares de correas de piel de vacuno vieja, desgastada y sucia, acompañada de otras docenas cajas de cartón de marcas como Caciplas, Puma o Duramil.
Poco más de 20 años después, se sigue escuchando las pláticas de Don Aarón cuando aseguraba a sus hijos, que el nuevo estilo de vestir y de calzar plástico en el campo, también cambio la fórmula de vender en los mercados públicos:
Ellos y ellas –decía- sustituyeron la máxima que decía: “que calce, aunque no vista” por la de “compre barato aunque dure menos”.
* Francisco J. Sánchez es periodista, especialista en marketing político y manejo de medios. Monterrey, Nuevo León, 31 de octubre de 2021