Ignacio Ovalle: ningún cargo público, pero sí protección
Lo menos que puede decirse es que la declinación de Santiago Creel fue tardía. Si se trataba de una contienda de partidos, hubiera sido más inteligente y digno declinar previo a la selección de la terna con Enrique de la Madrid, Beatriz Paredes y Xóchitl Gálvez. Ante la proximidad del desenlace y la incertidumbre es comprensible que las pasiones se enciendan y se recreen las fijaciones históricas sobre los partidos y sus personajes. Beatriz no es representativa de Alejandro Moreno y Rubén Moreira, ni éstos son siquiera de lo que es el PRI. Dirigen y mandan, sus antecedentes los descalifican, no tienen las manos limpias ni la cola corta.
La peor época de la política respecto a la probidad ha sido el pasado reciente del que forman parte Moreno y Moreira, el tránsito de los políticos rateros a los rateros políticos. No es el caso de Beatriz, quien fue echada del país a instancias de Luis Videgaray con la complacencia de su jefe Enrique Peña. Es difícil imputar venalidad a la exgobernadora tlaxcalteca con una de las trayectorias más largas en la política. Debe decirse que la corrupción en la modalidad Atlacomulco llegó a muchos lados, incluso a la oposición, pero no a Beatriz.
El miedo es propio de la política y a no pocos alarmó que Beatriz Paredes se hiciera de la candidatura del Frente. Hay dos géneros de preocupaciones, ambas infundadas. La primera suponer que sólo con Xóchitl se puede competir y eventualmente ganar. No existe base alguna que no sea el prejuicio, incluso su último tramo ha estado muy por debajo de lo que fue su irrupción. No ha evolucionado, se le percibe aislada, superficial y en los debates no consecuente con el entusiasmo de inicio. Los ataques presidenciales la han disminuido y sacado de ruta. Concluido el proceso su defensa por todos será tarea obligada.
Hay otra preocupación genuina pero menos defendible, de carácter ideológico o si se quiere político. Es el repudio al PRI por las tropelías de sus gobernantes y su autoritarismo. No solo es un referente histórico, sino una realidad en su dirigencia. La pregunta que debieran hacerse es si es preferible que se vayan a Morena o que postulen un candidato propio. No es la idea del Frente y el derecho de admisión desde hace tiempo se agotó. Se decidió ir juntos y el planteamiento lo justifica no por oportunismo electoral, sino por el temor fundado de lo que significa para el país, para su democracia y las libertades el proyecto político obradorista que habrá de tener continuidad y expresión concreta en las iniciativas constitucionales a presentarse al inicio de la próxima legislatura y que acabarían con la institucionalidad democrática y republicana.
La contienda es auténtica, con planteamientos diferentes y contrapuestos del PRI y del PAN. Quizás haya más en común entre Xóchitl y Beatriz, a pesar de sus notorios contrastes, que los que existen en los antecedentes, los programas, visiones y principios de ambos partidos. Precisamente es la virtud del Frente, la manera como resolvió a través de la inclusión ciudadana procesar una decisión crítica que es seleccionar a su candidata presidencial.
Relevante es la unidad, mantener un proceso decisorio imparcial y con apego a las reglas de un juego limpio democrático, a pesar de lo heterodoxo del método para elegir candidato. La decisión de Santiago se aparta del espíritu de contienda justa. Pero es válida. Además, Xóchitl queda expuesta como lo que siempre fue, una aspirante de partido, del PAN.
Sigue adelante mantener el orden del proceso y hacer virtuosa la contienda de dos mujeres en la lucha por representar a la oposición frente la embestida autoritaria. La unidad es la premisa frente a la previsible insidia presidencial que ha hecho de la continuidad su prioridad y, por lo mismo, sin contemplación de los límites que la ley le impone y del código de imparcialidad que la ética democrática obliga.
Finalmente, se trata de sentar las bases para un gobierno de coalición, que como su mismo nombre alude, es la suma de muchos diferentes que deben anteponer un objetivo compartido sobre el interés propio en aras de un principio superior.