
Día de la niñez
Uso de Razón
CIUDAD DE MÉXICO, 28 de septiembre de 2016.- En los debates entre candidatos cada quien ve ganar al suyo, pero si algo quedó en evidencia en el efectuado el martes en Nueva York es que Donald Trump es un peligro para sus aliados.
La emprendió contra sus socios del acuerdo de defensa en el Atlántico Norte, la OTAN, específicamente contra Alemania y Gran Bretaña.
Prometió ponerle impuestos especiales a su gran aliado en Asia, que es Japón, al que trató con desprecio.
Despotricó contra el proyecto de Asociación Transpacífico, TPP, y dijo que no lo firmaría, a pesar de que es una agrupación que será útil para hacer frente al comercio desleal chino, contra el que también está en contra.
Acusó al Tratado de Libre Comercio (TLC) con México de ser el causante de las desgracias económicas y laborales en Estados Unidos, y lo calificó como el peor acuerdo que se haya firmado en la historia de su país.
Lo que demostró el debate, gane quien gane, es que Donald Trump está más loco que una cabra.
Y mientras más facilismos y disparates decía, más crecía la pregunta de cómo rayos se les ocurrió invitar a México a semejante papanatas.
Trump es, como lo dijo el general Colin Powell –ex secretario de Estado, republicano por cierto-, “un paria internacional”.
Si Trump triunfa en las elecciones de noviembre Estados Unidos se va a quedar sin aliados militares, comerciales y geoestratégicos.
Y para colmo va a quedar a merced de sus adversarios históricos.
China es, de lejos, el principal país tenedor de deuda del Tesoro de los Estados Unidos, con el 18.8 por ciento del total (datos de julio de este año).
¿Le va a cerrar la frontera a los productos chinos o los va a gravar de manera inusual? Que lo intente hacer al margen de los acuerdos internacionales y que se atenga a las consecuencias.
En Europa piensa acercarse a Rusia y a su “amigo” Vladimir Putin y alejarse de la OTAN porque sus miembros “no pagan”.
Si cancela el Tratado de Libre Comercio con México se le caen, de la noche a la mañana, siete millones de empleos en su país.
Todo en él es una locura, realmente digna de atención hospitalaria.
El problema es que, de ganar, las consecuencias las pagará Occidente y su forma de ver al mundo –al menos en la era actual-. Sería una vuelta al racismo, a la persecución de las minorías, al cierre de fronteras al comercio y a la ley del rifle.
Que pierda Trump es un imperativo civilizatorio, no un asunto interno de Estados Unidos.
Lo que decida el electorado de ese país nos concierne a todos y de aquí al 8 de noviembre estaremos con la preocupación en vilo porque las encuestas han venido mostrando fallas en todo el mundo donde hay elecciones.
Y si queremos obtener alguna pedagogía de esta insensatez que apoya un sector del electorado de Estados Unidos, tendremos que valorar que la población en buena parte del orbe no quiere seguir con el actual estado de cosas y busca cambiarlo.
Si no encontramos cauces positivos a esa búsqueda de cambio, van a proliferar los Donald Trump en todo el mundo.