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Por unanimidad, el pasado jueves 9 de febrero la Cámara de Diputados aprobó una iniciativa que busca poner fin al uso de ácidos grasos trans en la producción de alimentos procesados y ultraprocesados. La medida, que ya había sido aprobada también en la Cámara de Senadores, quedó a la espera de ser publicada en el Diario Oficial de la Federación. Mientras llega ese momento, la medida ha sido recibida con buenos ojos por quienes siguen de cerca el tema de la alimentación en México.
“Es una buena noticia para los consumidores mexicanos, porque es una medida que se alinea con lo que se está haciendo en otros países. También es una buena noticia por las implicaciones que va a tener en la salud de las personas”, explica Ingrid Rivera Íñiguez, académica de la Licenciatura en Nutrición del ITESO en un comunicado, quien detalla que la medida no contempla la eliminación completa de su uso, sino que lo limita.
“Los alimentos, bebidas no alcohólicas, aceites y grasas no podrán exceder dos partes de ácidos grasos trans de producción industrial por cada cien partes del total de ácidos grasos”, detalla el dictamen, sobre lo que la académica del ITESO señala que, si bien esto conllevará a un consumo mucho menor, “la dosis pequeña pero constante también puede tener repercusiones, aunque ahora no podemos saber en qué medida. Hay que esperar para ver el resultado, pero por el momento es una buena iniciativa”.
Aunque se tiende a ver con recelo a las grasas y se habla de ellas por igual, Rivera Íñiguez explica que hay de tres tipos y no todas son malas. “Las grasas forman parte de los nutrientes que necesita el cuerpo, brindan energía, protegen algunos órganos, protegen del frío, algunas incluso son necesarias para la producción de hormonas. Estas grasas, presentes en semillas, peces y productos de origen animal, deben ser consumidas atendiendo a factores como edad, género, peso, actividad física, de modo que puedan ser usadas adecuadamente por el cuerpo».
Y después, están las grasas trans. “Cuando la industria alimentaria vio que las grasas usadas para la producción de alimentos procesados eran muy costosas o reducían el tiempo de vida de los alimentos, buscaron alternativas y una de ellas fue la hidrogenación, que consiste en añadir hidrógeno al aceite vegetal para hacerlo pasar de estado líquido a sólido, obteniendo una grasa que no altera los sabores, prolonga el tiempo de vida en anaquel de los productos y reduce costos de producción”, explica Rivera.
Así, las grasas trans comenzaron a ser utilizadas, entre otros productos, en cereales, frituras, bebidas, sopas instantáneas y en la elaboración de productos como pan, galletas y pastelillos que tenían altas concentraciones de este tipo de grasas. El problema, continúa la académica, es que, si bien el cuerpo tiene manera de procesar las grasas “buenas”, no ocurre lo mismo con las grasas trans. “Son incompatibles con la biología del ser humano y comenzó a haber repercusiones, como un aumento en el riesgo de cáncer y de enfermedades cardiovasculares; también elevan el colesterol dañino y tienen efecto en el metabolismo, lo que repercute en obesidad y diabetes”.
Aunque la medida es bien recibida, se puede prever una respuesta de la industria alimentaria en el sentido de buscar otras sustancias que le permitan seguir produciendo con bajo costo y alto margen de vida en anaquel. También es importante tener en cuenta que el uso de grasas trans es apenas un eslabón. Es necesario recordar que los alimentos procesados y ultraprocesados utilizan éstas y otras sustancias dañinas para dotar los productos de dulzor, color, olor, consistencia, por lo que lo ideal sería no consumirlos, o hacerlo con moderación, y en su lugar buscar productos frescos y orgánicos, concluye la académica.