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Consejo de la “caricatura”, Servil al Gobierno
Carlos Ramírez | Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de abril de 2018.- Nadie debe llamarse sorprendido. México lleva casi dos años padeciendo las agresiones de Donald Trump –como precandidato, candidato y presidente–.
Lo que sí debe atraer la atención crítica es la pasividad –primero– del gobierno mexicano ante los estilos de Trump y –segundo– la falta de una estrategia en las relaciones con la Casa Blanca.
Desde agosto de 2016 la relación con Trump ha estado bajo la responsabilidad de Luis Videgaray Caso y los saldos están a la vista: el presidente estadunidense está buleando a México.
El presidente Peña Nieto está obligado a regresar la relación México-EE.UU. al terreno geopolítico y no seguirse hundiendo en la retórica nacionalista que aporta bonos pero no soluciones.
Y sobre todo, había iniciado una cruzada para construir un sistema financiero internacional más justo para los países en vías de desarrollo con la bandera de su Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados.
Pero a pesar de estos destellos no estadunidenses –no anti–, ni México ni su presidente fueron una preocupación. Reagan, en cambio, pidió a la CIA –la historia la cuenta Bob Woodward en Las guerras secretas de la CIA— que fabricara un análisis para advertir que México era el siguiente Irán: una revolución ultranacionalista y religiosa contra los EE.UU. Luego del fracaso de la estrategia, a la Casa Blanca llegó George Bush Sr. y en México Salinas de Gortari y los dos firmaron el tratado de comercio común. El Tratado tuvo como paso clave uno que ha sido poco estudiado. En 1987 el gobierno de Miguel de la Madrid promovió la creación de una comisión oficial binacional para revisar las relaciones, en la que del lado mexicano estuvieron Héctor Aguilar Camín y Carlos Fuentes, entre otros. El objetivo: saber qué estaba fallando en la cultura de cada país para lograr una mayor integración. El reporte fue entregado en 1988 y se tituló El desafío de la interdependencia. Los miembros de la comisión concluyeron en su parte medular que la educación y la cultura en ambos países estaba diseñada para la confrontación y los dos países se comprometieron a cambiar libros de texto y referencias culturales. Para México, con el Tratado de Comercio Libre para América del Norte, los EE.UU. pasaron del conflicto histórico del siglo 19 —los EE.UU. le robaron a México la mitad de su territorio— a aliados comerciales interdependientes. A la larga, ni México ni los EE.UU. modificaron los parámetros culturales y educativos. En los gobiernos de Bush Sr., Clinton, Bush Jr. y Obama los conflictos fueron de circunstancias. A México le benefició el TCL porque multiplicó casi por diez las exportaciones, pero sin modificaciones en su desarrollo mediocre: en los años del Tratado cuando menos doce millones de mexicanos han ingresado ilegalmente a los EE.UU. a trabajar, los mismos que el presidente Trump quiere regresar. De 1989 a 2017 hubo negociaciones para deportaciones y legalizaciones. Trump se encontró con el discurso migratorio como bandera de campaña y la ha mantenido rumbo a su objetivo de reelección en el 2020. Pero nadie debe sorprenderse del Trump que usa la guardia nacional –no el ejército ni los marines– para vigilar la frontera con México. Lo que sí sorprende es que el gobierno del presidente Peña Nieto no haya preparado un plan estratégico para enfrentar las amenazas –que rayan en bullying— y que su única respuesta formal y frontal haya sido el mensaje por televisión a Trump del jueves 5 de abril acusando a Trump de frustrado. El conflicto coyuntural es simple: Trump quiere reducir la población ilegal mexicana y poner más filtro al cruce también ilegal y acusa a los ilegales de ser fuente de criminalidad. La construcción de un muro, la deportación de ilegales, el cierre de oportunidades –DACA, programa de facilitación de estancia–, la acusación al tráfico de drogas y el uso de la guardia nacional es facultad legal de la Casa Blanca; sin embargo, no es –como dijo el presidente Peña– un problema local de los EE.UU. sino que tiene que ver con mexicanos ilegales. Pero desde que Trump sacó el tema de los ilegales como precandidato, México no ha tomado ninguna iniciativa –ninguna, en efecto– para atender la parte que le corresponde. La estrategia del presidente Peña Nieto –más bien: la no estrategia– ha sido la del punching bag que resiste todos los golpes sin devolver ninguno. La relación directa de México con Trump ha estado en manos de Luis Videgaray Caso, el responsable de la política económica que fue designado secretario de Relaciones Exteriores y desde cuyo desconocimiento de la tarea lo llevó a decir que llega a la dependencia “a aprender”. La crisis en las relaciones bilaterales se resume a un solo tema: la migración ilegal. Se puede caracterizar a Trump de racista, pero el tema seguirá latente: los EE.UU. de Trump no quieren ilegales y operan para disminuir el porcentaje de la población hispana porque a finales de siglo podrían ser mayoría. Los hispanos en masa llegan a territorio estadunidense en busca de mejor nivel de ingresos, aunque su calidad de vida es peor por los esfuerzos en el trabajo y el racismo tradicional. Pero desde el primer aviso de Trump contra México y la amenaza del muro no ha llevado a ninguna decisión estructural en el gobierno de Peña Nieto para ofrecerles a los mexicanos mejores niveles de vida. La estrategia de México respecto a la Casa Blanca a sido de apuestas: que Trump no llegara, que al llegar los problemas locales fueran mayores, que su discurso anti migrante fuera retórico de campaña, que aceptara la realidad de los migrantes asentados aún ilegalmente y que los demócratas lograran recuperan sus espacios de poder. Y de paso, que Videgaray consolidara una relación personal con Jared Kushner, el yerno de Trump con el cargo oficial de consejero especial del presidente. Los Pinos no han entendido la psicología de poder de Trump ni ha comprendido que Trump siempre le carga la culpa a los demás. En la Casa Blanca, Trump ha hecho lo que ha querido; y lo que no ha podido conseguir, pronto lo tendrá. Los demócratas están diezmados, apabullado, dispersos, sin capacidad opositora. Toda la apuesta se centra en la posibilidad de que logren enjuiciar a Trump por el caso Rusiagate, pero con la expectativa de que quizá no lo logren antes del 2020 y Trump se reelija. Todas las gestiones de Videgaray han fracasado porque buscan convencer a un político que ha sobrevivido porque nadie lo ha convencido. El plan bilateral del presidente Peña Nieto de entregarle a Videgaray el manejo de la relación ha fracasado porque no hay una estrategia geopolítica, de poder y de seguridad nacional. Desde 2015 el presidente Peña Nieto debió de haber creado un grupo de negociación como consejo de seguridad nacional. El tono nacionalista del mensaje a Trump del jueves 5 de abril fue retórico, provocados y generará reacciones más fuertes que México podría no resistir. Los objetivos estratégicos de Trump no son difíciles de establecer:Ni las declaraciones de López Obrador acerca de que planteará con firmeza que México es una nación soberana y que merece respeto ante Trump, ni las palabras den inglés de Ricardo Anaya de que no se pagará ni un centavo por el “fucking” muro o de que las provocaciones del mandatario estadounidense son inaceptables e insultantes, sirven para resolver este tema.
Y es que las plataformas electorales no ofrecen pistas de que en la agenda de los candidatos se encuentre una estrategia integral que abarque generación de empleo, programas de desarrollo en regiones tradicionalmente expulsoras de mano de obra, seguridad pública, todo esto vinculado con el tema de las relaciones con nuestro vecino del norte y el fenómeno de la delincuencia transnacional.
Es decir, la retórica continuará siendo el eje de las campañas, pero sin dedicar tiempo a verdaderos planteamientos que permitan detallar la manera en que se resolverá uno de los problemas que aquejan a los mexicanos y del cual derivan otros más: el mantenimiento de un alto porcentaje de la población en condiciones de pobreza y sin oportunidades de desarrollo y empleo.