El episcopado ante el segundo piso de la 4T
El oficialismo y la oposición cierran en los próximos días sus procesos para la selección del candidato presidencial. Toda la historia inicia cuando el presidente López Obrador al día siguiente de la elección del Estado de México anunció el método para formalizar la candidatura presidencial. Invitó a gobernadores afines y a los cuatro aspirantes de Morena y allí les leyó la cartilla para que la dirigencia de Morena lo hiciera reglamento. Relevantes fueron las concesiones a Marcelo Ebrard: la renuncia de los aspirantes a sus responsabilidades y que hubiera una fórmula de validación de la encuesta para la decisión. Pero el modelo no fue de competencia, no hubo deliberación, debate o contraste por lo que no cambiaron significativamente las preferencias a pesar del proselitismo de los aspirantes y su ostensible propaganda.
El INE validó y el Tribunal Electoral ratificó alterar los tiempos legales. Ante la realidad, la oposición respondió haciendo propia la iniciativa de un grupo de representantes de la sociedad civil, y se llegó más allá. Los partidos decidieron ser minoría en el órgano de dirección del proceso, y se optó por un singular método que consistía en una elección con padrón formado durante el proceso mismo y una encuesta híbrida.
Discutible que ambos procesos hayan recurrido a las encuestas; para eso no sirven y toda modalidad de éstas es discutible, opinable. Una pena que la encuesta desplace a la democracia interna. La mejor prueba de su falibilidad es la del Frente Amplio por México. La de vivienda dio empate a Beatriz Predes y Xóchitl Gálvez y la telefónica una ventaja desproporcionada a la segunda. Dos mundos aparte, falazmente diferenciados. Emplear encuestas en teléfonos móviles es un error mayúsculo porque no hay control de muestra. Sería sano que los organizadores del proceso examinaran los resultados del levantamiento en móviles y fijos para que identificaran la magnitud de la pifia.
Llega la hora de la verdad. Son diferentes los casos del oficialismo y de la oposición. En el primero, la unidad es un tema de poder y de autoridad presidencial. Ebrard ha denunciado la inequidad y el trabajo del gobierno para favorecer a Sheinbaum. La única opción del excanciller es irse de candidato por MC, partido que se sacaría la lotería y validaría la estrategia de Dante Delgado. Pero hay dos problemas, el primero de carácter legal, Ebrard sabe que la respuesta del régimen será apabullante, seguramente de carácter judicial para él y su círculo cercano; el segundo, es que no ganaría nada; difícilmente MC, a punto de la ruptura, sería plataforma para un honroso tercer lugar. La unidad impuesta es el desenlace más probable en el oficialismo.
En el caso del Frente la situación es incierta y compleja. Xóchitl mostró, más al inicio, capacidad para sorprender, comunicar y sumar. El proceso le ha servido y sus intervenciones en los foros fueron en ascenso, pero en el camino se ha vuelto más candidata del PAN que de la ciudadanía, y un error mayúsculo invitar a Creel como coordinador general de la campaña y de él aceptarlo. Además, la mayor fortaleza de Xóchitl era su carácter ciudadano, su distancia de las dirigencias y burocracias partidistas. El PRI y Beatriz seguramente aceptarían el desenlace si es adverso, pero el problema se remite a la base priísta, más proclive a Morena que al PAN, votos indispensables para que el Frente sea realmente competitivo. El desenlace es una incógnita porque Beatriz ha crecido en preferencia, porque no hay certeza o claridad de cómo vote el millón y medio de electores registrados y, sobre todo, por la imprecisión de la encuesta telefónica.
La hora de la verdad para el Frente es si verdaderamente están dispuestos a asumir un proyecto de renovación profundo de la política y una propuesta de cambio de régimen a partir de la ciudadanización de la vida pública. El tema no es ganar la elección, mucho menos restituir un régimen fracasado, sino plantarse como una alternativa radicalmente diferente en la disputa por el poder, y su ejercicio diferente. No queda claro que sea un sentimiento compartido a pesar de los indiscutibles logros alcanzados por la oposición y aquellos que anhelan un cambio profundo en el gobierno y la representación política, no solo la alternancia en la presidencia.