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MORELIA, Mich., 15 de septiembre de 2018.- No existe un solo detenido, absolutamente nadie.
No hay quien pague el eterno horror vivido en Morelia, que, aunque pasen mil años, la historia bonita o trágica es algo que no puede cambiarse y mucho menos borrarse.
La cárcel no alberga a ningún responsable de la masacre que enlutó a México en un día donde lo único que debió prevalecer fue el orgullo de ser mexicano.
Los culpables del primer atentado terrorista en Michoacán, seguramente, deambulan como fantasmas en algún lugar del mundo, e incluso posiblemente dentro del país, escondiéndose con cobardía.
La impunidad duele en Morelia, tanto como cada astilla de metal que vomitaron las granadas fragmentarias como un dragón que escupe fuego, la noche del 15 de septiembre de 2008, aquel día que dejó una decena de muertos y una centena de heridos por las esquirlas.
El expediente policial está abierto, pero la investigación parece estar tan fría como un congelador.
No es cualquier delito, se trata de una matanza; de una barbarie de la que alguien debe hacerse responsable pagando con su libertad.
No importa si hayan transcurrido diez largos años, nunca es tarde para la justicia.
El Granadazo no puede prescribir.
Los michoacanos están claros de que ninguna detención va a resarcir el daño físico y sobre todo moral de aquel ataque, pero cuánto alivio causaría a las heridas aún abiertas; de eso no queda duda.
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