Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
GUERRERO, Gro., 7 de mayo de 2017.- Es prácticamente imposible que el llamado de Andrés Manuel López Obrador a los partidos de izquierda (PRD, PT y MC), para que se alíen a Morena en las elecciones del Estado de México, obtenga una respuesta positiva.
La invitación fue formulada con tal aspereza y arrogancia por el líder de Morena, y este domingo reconfirmada con esa misma actitud, que más pareció una convocatoria a sabotearla.
Sin embargo, una alianza de última hora, articulada de facto entre esos partidos o algunos de ellos, resultaría el siguiente movimiento lógico para la oposición en la dinámica del proceso electoral en ese estado, antesala y reflejo de la elección presidencial de 2018.
La derrota del PRI en ese estado, que hasta hace algunas semanas era sólo una probabilidad incierta, hoy es una posibilidad real y cercana dado el empate técnico en el que se encuentran los candidatos del PRI, Alfredo del Mazo Maza, y de Morena, Delfina Gómez Alvarez, documentado por todas las encuestas.
Incluso en el PAN hay voces que sugieren la conveniencia de que su candidata Josefina Vázquez Mota decline en favor de la aspirante de Morena para asegurar la derrota del PRI. Pero esa alianza no se va a producir.
Ni el PAN va a hacer declinar a su candidata para apoyar a Delfina Gómez, ni el PRD al suyo.
Si acaso, el planteamiento de López Obrador podría encontrar eco en el Partido del Trabajo, que tiene su propio candidato a gobernador, y en Movimiento Ciudadano, que no compite ni con candidato propio ni en coalición con otro partido.
El aspirante del PT aparece en las encuestas con alrededor de 3 por ciento de la intención del voto, y de MC se ignora el dato pero dudosamente contará en los hechos con más de dos o tres puntos.
En el escenario competidísimo de esta elección y en ausencia del apoyo del PRD, aun esta minúscula reserva de sufragios del PT y MC sería decisiva para la candidata de Morena, que rivaliza en el primer lugar con Del Mazo con una diferencia de un punto porcentual.
En el otro extremo, a pesar de que el PRI formó una alianza con tres partidos (PVEM, PANAL y PES), antes del debate del 25 de abril se hallaba un punto debajo de Morena con 28 por ciento de las probabilidades del voto (diario Reforma).
Ese dato es casi un pronóstico de su derrota el 4 de junio, y al partido del presidente Enrique Peña Nieto le resulta imperioso romper la posibilidad de una alianza de facto en respaldo a Delfina Gómez, y conseguir el apoyo al menos de otro partido, el que sea, para alcanzar una mayor votación.
Ese otro partido puede ser el PAN o el PRD. No es preciso que sus candidatos declinen para brindarle auxilio al PRI. Basta con que los dirigentes orienten subrepticiamente a la militancia para votar por Alfredo del Mazo.
Así ha sucedido en numerosas ocasiones y entre diferentes partidos, en un juego de alianzas no siempre admitidas.
Es probable que el PRI realice tanteos en esa dirección, y que su esfuerzo se vea recompensado en alguna medida. Seguramente lo intentará con el PRD, cuyo candidato –Juan Zepeda Hernández– ha sido encomiado artificiosamente en la prensa durante las dos semanas recientes, en una táctica aparentemente destinada a restarle fuerza a la candidata de Morena.
Zepeda Hernández no tiene ninguna oportunidad real de llegar ni al tercer lugar (ronda el 14 por ciento), pero actúa como si fuera el puntero.
Cuando Delfina Gómez expuso públicamente la posibilidad de que declinara en su favor, Juan Zepeda se negó con una altanería que no tiene correspondencia con la exigua posición que ocupa en la contienda.
Esa postura concuerda con los nexos que se atribuyen al dirigente de la corriente perredista Alternativa Democrática Nacional, Héctor Bautista, con el gobierno de Eruviel Avila y la estrategia del PRI para dividir a la izquierda estatal.
Las malas lenguas que todo lo saben sugieren la existencia de un pacto entre Bautista, cuya corriente es la predominante en el perredismo mexiquense, y el PRI para frenar a Morena.
Esta conjetura guarda correspondencia con las declaraciones que ha hecho la presidenta nacional del PRD, Alejandra Barrales, en el sentido de que el PRD será el partido que decida la elección presidencial de 2018, dependiendo de con cuál otro partido haga alianza.
En teoría eso es verdad, pero no sólo para el 2018, pues ese papel podría jugar el PRD ya este 4 de junio en el Estado de México.
Basta con que rechace apoyar a la candidata de Morena, lo cual puede anticiparse que sucederá.
Ya se confirmará el día de las elecciones, o después.
El riesgo de que el PRI pierda el Estado de México es un efecto del repudio que este partido se ha ganado en el estado y, de nuevo desde hace cinco años, el país.
Debe considerarse también que pudo haber sido consecuencia de la estrategia política que aplicó, pues parece haber dado por hecho que la disputa se presentaría entre el PRI y el PAN.
Quizás eso explique los ataques que recibió la candidata panista, con la revelación de la entrega de mil millones de pesos que el gobierno federal hizo a su fundación de ayuda a migrantes en Estados Unidos, asunto que ella ha dado por aclarado, y la filtración de las acusaciones de lavado de dinero contra sus padres y hermanos.
Esos dos escándalos afectaron su posición en las encuestas y enviaron a Josefina Vázquez Mota al tercer lugar.
Lo que el PRI no podía prever es que quien resultaría beneficiada en el ánimo de los electores, por esas maniobras y por otros factores de la contienda, sería Delfina Gómez, quien se convirtió en un fenómeno electoral inesperado.
Finalmente, la elección en el Estado de México no sólo será un anticipo de la elección presidencial y producirá el reacomodo de las fuerzas que contenderán en el 2018.
También refleja ya y anticipa la forma en que operarán los partidos el próximo año.
El PRI no ha podido remontar en las encuestas ni con el amplio apoyo que ha recibido del gobierno federal, ni con la campaña desplegada para tratar de abollar la imagen de la candidata de Morena.
Ese es el contexto del llamado de López Obrador al PRD, al PT y a MC, que pudo haber prescindido del toque de arrogancia que le imprimió.