La Constitución de 1854 y la crisis de México
Podemos leer lo que nos plazca
VIRGINIA WOOL, Horas en una biblioteca
El apunte saltó de la lumbre, apenas iniciado el tiempo de aguas cuando la humedad cunde entre temblores y mosquitos; se quedó en la mesita de trabajo. Antes tenía buena letra, mi hermana me pedía la tarea. La hoja traía rota la parte superior, donde se acostumbra poner la fecha. La primera línea, escrita con tinta azul, decía: “La emoción que produce ceñirse unas tijeras a los ojos”. Helena Beristain dice en su Diccionario de retórica y poética (Editorial Porrúa, Séptima Edición, México, 1995): “La enseñanza moderna de la literatura a partir del acercamiento al texto literario, visto éste como una unidad construida (…) y visto también como un punto de intersección entre distintos códigos culturales”.
Cae la lluvia. En la ciudad se sentó la lluvia, el chichi chipi nos mira desde la calle; frente al agua mansa recobré la lectura de la hoja: “… y cortar papel o cartón, suave el pulso como quien acaricia el sexo de su amada, guiado por el especial sonido de las tijeras. Los hombros cargados con emoción seca de la mano actuante, casi indiferentes; la mirada puesta en ninguna parte, como el actuario que calcula la cifra de ladrillos utilizados para levantar el muro; el oído cargado de atención, puesto sobre la canción que cantan las tijeras, ese sonido que confirma que eres el dueño de tu vida”.
Por la tarde escucho canciones del pasado, pongo algo de música con los ojos sobre las letras. La lluvia trae los zancudos, ¿por qué me gusta tanto el tiempo de lluvias? Helena Beristain dice, “es casi imposible (la escritura) sin el auxilio de instrumentos de trabajo”; pongo café, acomodo la mesita bajo la lámpara, me abrigo; con el aguacero de la mañana me puse a revolver papeles, me lleno de documentos, para no desgraciarme las horas desecho hojas por cesto; en el gris, deposito aquello que tiene remedio, que no está pedido del todo; van al cesto negro los que están destinados sin remedio a la lumbre.
Recupero las letras, la hoja desprendida. “Las señoritas de la burocracia cuentan su vida a los oídos del cuarto de baño”. Mi hermana Gabriela me enseñó el uso de los diccionarios; me pidió llevarlos por los rumbos que ando, cargo con ellos. En las islas, los puertos del Pacífico mexicano, las ciudades. Gabriela pensaba que las horas corren bajo un orden, “otorga a tu tiempo una sintaxis”, decía. Helena Beristain escribe como primer concepto: “Abismo (construcción en) Desarrollo de una acción dentro de los límites de otra acción, es decir de la metadiégesis”.
Mi hermana Gabriela, al ver el desastre que traían mis horas, me invitó a escribir; dijo, “ojalá con las letras te ayuden a poner orden en tu cabeza”; suspendo la escritura para saltar los comerciales de YOUTUBE. En las tardes de lluvia no sé qué hacer, me extravío. Escucho canciones de la Internet; con los tonos del pasado regresan las palabras de mi hermana Gabriela; voy al diccionario, lo abro por cualquier parte. “Esto ocurre cuando un personaje de la acción relatada toma a su cargo la narración de otra historia ocurrida en otro espacio, en otro tiempo, y quizá con otros protagonistas, convirtiéndose así en un personaje narrador” dice en su diccionario Helena Beristain.
Cuando lleva la lluvia muchos días sobre la ciudad pierde su aroma; un día me puse a investigar, petricor lo nombra el diccionario; canta Héctor Lavoe, Periódico de ayer. A mi hermana Gabriela le gustaba bailar en la fiesta del 14 de agosto, en el barrio Santa María, en Tehuantepec. En la fiesta de Asunción de María. Me enseñó a leer; también ella me enseñó a bailar. Pierdo el tiempo, “…dan los pormenores de su existencia al silencio de los azulejos”, dice la nota recuperada. ¿De qué fecha será?
Con la lluvia remuevo papeles, paso las hojas de un cesto a otro; me enfado y dejo los documentos en una sola bolsa, revueltos. “las señoritas que hablan solas en el baño sienten que comenten un acto verdaderamente cochino; no hay soledad, anonimato más grande que el espacio del baño público”. Cuando recupero las hojas sueltas de la libreta, las que fueron desprendidas sin constancia de la fecha de su escritura, me apuran los muertos; no recuerdo el año en que murió mi hermana Gabriela; busco sus palabras cuando lleno de papeles los cestos, cuando la escritura ronda entre las horas y la lluvia.
Dice Helena Beristain, “(intradiegético) de este modo, los participantes del proceso de lo enunciado (la historia) actúan simultáneamente como participantes en un nuevo proceso de comunicación, superponiéndose ambos planos y produciéndose un efecto semejante al del cuadro en que el pintor se pinta así mismo en el trance de pintarse”. Hay gente que opina que las tardes de lluvia son papa tomar café, abrir la libreta, tomar la pluma. Gabriela decía que las tardes con aguacero son para llegar al diccionario, aprovechar la lluvia para hacerse de herramientas del lenguaje; ella sostenía que el orden del lenguaje proporciona rumbo a la cabeza loca, un cambio de sentido.
Con el tiempo de lluvias vuelvo a mirar las hojas desprendidas de la libreta, recupero lo enunciado en fechas que quiero olvidar. En la máquina Héctor Lavoe canta Juanito Alimaña, puedo leer en la hoja sin fecha, “como si se tratara del suicidio de una persona lejana”.