Que los libros regresen para que sean leídos por otros ojos: Rivera Garza
Dueño de un “lugar privilegiado” en la historia de la música mexicana del siglo 20 y 21; creador de “atmósferas sonoras de inquietante sutileza”; amable y luminoso; gran conversador y jugador, en sus tiempos libres, de dominó póker y billar, así fue recordado el compositor Mario Lavista, durante el homenaje que El Colegio Nacional organizó a un año de su partida.
En el Aula Mayor, y a través de las redes sociales de la institución, el recordatorio de quien fuera maestro de una generación brillante de compositores devino retrato íntimo y familiar en el que participaron su hija Claudia Lavista, bailarina y coreógrafa; sus alumnas Ana Lara y Gabriela Ortiz, miembro de El Colegio Nacional, así como el también colegiado Luis Fernando Lara.
El Homenaje a Mario Lavista, coordinado por los colegiados Felipe Leal y Juan Villoro, enmarcó además la develación del retrato de quien perteneció a El Colegio Nacional desde el 14 de octubre de 1998 hasta su fallecimiento el 4 de noviembre de 2021. La obra, pintada por Arnaldo Coen, fue develada tras un concierto que incluyó obras del propio compositor y de sus alumnas.
“Gran parte de la música de Mario, única y escrita con impecable oficio, encuentra una de sus más fuertes raíces en el mundo de la poesía; en esa correspondencia entre el músico y el gran lector encontraba un lugar único para empezar a imaginar otro tiempo sonoro. Mario interioriza el poema, no lo ilustra ni lo interpreta, tiende una línea vital entre la palabra y el sonido que imagina para llevarnos a un mundo íntimo, etéreo y atemporal”, afirmó la compositora Gabriela Ortiz durante su participación.
La integrante de El Colegio Nacional, quien ingresó a la institución por sugerencia de Lavista, agregó: “Su obra nos invita a un viaje extraño fascinante, en el que pareciera que nos adentramos a las aguas de otro mar y ahí escuchar sonidos transparentes […] Mario siempre se mantuvo fuera de las llamadas vanguardias para seguir su propio camino, su poderosa fuerza inventiva lo coloca en un lugar privilegiado de la música mexicana del siglo 20y 21”.
Durante la evocación, su hija Claudia Lavista dibujó un retrato familiar de su padre, quien “significó la piedra angular de mi camino como ser humano. Cuando nací, mi padre tenía 26 años, era un artista joven lleno de ideas con un enorme sentido del humor y una absoluta curiosidad por el mundo, en nuestra casa había libros sobre música, pintura, arquitectura, poesía, cine, teatro, literatura, danza …”
“Mi papá tenía la costumbre de poner pequeños separadores, subrayar frases o hacer anotaciones en sus libros, ahora, cuando las encuentro, siento que me manda señales poéticas de su presencia en forma de palabras. De niña pasé muchas horas en el Conservatorio Nacional de Música, donde mi papá daba sus clases de composición y me echaba un ojo desde la ventana del salón mientras yo inventaba juegos en el jardín”, rememoró.
Claudia recordó que a los 12 años empezó a estudiar violonchelo y a cantar en un coro, pero sin darse cuenta, a los 6 años, había entrado en contacto con lo que sería su vida después de acompañar a su padre a un ensayo con el Ballet Nacional que dirigía Guillermina Bravo: “Yo estaba francamente aburrida y un poco harta, pero ese momento marcó mi destino, a los 14 años dejé el chelo y empecé a estudiar danza”.
“El desayuno predilecto de mi papá era el pan francés con nata que compartía con toda desfachatez con su maravilloso perro ‘el canelo’, un golden retriever que ganó todas las competencias de obediencia en sus buenos tiempos, pero que al mudarse con mi papá vivió una vida de total fodonguería y felicidad”, señaló.
Y aún más, compartió que su padre “en su tiempo libre se la pasaba jugando dominó, póker o billar con sus cuates, y cuando volvía a la casa me decía muy orgulloso: ‘los despeluque a todos’. Usó las mismas pantuflas de piel toda su vida y se levantaba muy tarde porque componía de noche, tenía la costumbre de nombrar algunas cosas de manera muy curiosa; por ejemplo, a la sopa de fideos le decía ‘esa sopa de espaguetis delgados’; adoraba a sus amigos, a sus alumnos, a su familia, a su mamá, a su hermana gemela, a su hija y, sobre todo, a su nieta Elisa”.
Telefóno sin atender
Al igual que la compositora Ana Lara, alumna de Mario Lavista, el colegiado Juan Villoro recordó la costumbre del artista de no contestar el teléfono: “En algún momento mientras revisamos los manuscritos para la revista Pauta, se nos unió el compositor Joaquín Gutiérrez Heras, y cuando sonó el teléfono me dijo: ‘a mí me angustia mucho que Mario no conteste porque tengo la impresión de que podría ser yo’. Y eso hacíamos cuando le hablábamos por teléfono, lo imaginamos escuchando el timbre sin que contestara, pero de algún modo no dejábamos de hacerlo, era una señal sonora con la que queríamos acompañarlo”.
Por su parte, Ana Lara recordó a Lavista en su faceta como profesor: “Conocí a Mario Lavista en el Conservatorio Nacional de Música en 1982, él tenía 39 años y ya era una referencia musical”.
“Nominalmente Mario era nuestro maestro de composición y de análisis musical, pero Mario era mucho más que eso, las clases trataban de poesía, de pintura, de filosofía, de danza, de literatura y por supuesto de música, a través de sus clases aprendimos a leer la poesía que había inspirado grandes obras musicales y a leer la interpretación que los compositores habían hecho de esos textos, a comprender lo que está detrás de la técnica musical y en dónde habita el verdadero arte”, señaló.
En las clases y en sesiones de ópera a las que la invitaba, Lara, agregó, “entendí realmente lo que era la música y lo que significaba ser músico, y me convencí de que era eso lo que yo quería hacer el resto de mi vida”.
“Siempre fue muy celoso de su tiempo y de su espacio, pero cuando te lo daba lo hacía sin ninguna reserva, te volvía en la persona más importante del planeta, su escucha era atenta y participativa, para nosotros Mario era un ser generoso, brillante y luminoso, divertido y sarcástico, pero sobre todo amigo cercano y cariñoso”, agregó.
El lingüista Luis Fernando Lara recordó que fue vecino, durante 12 años, de Mario Lavista en las sesiones de El Colegio Nacional. “Cada mes, por unas horas, pero no era para oír su música, sino para compartir comentarios, siempre amables, siempre pertinentes, siempre agudos. Durante 12 años conversé con él; como aficionado a la música solía exponer las ideas que me había producido alguna obra, a lo que respondía ampliando mi comentario o precisando algunas de sus características”.
El colegiado recordó la labor que Lavista desarrolló en la institución a través de los recitales conferencias que ofrecía: “Ante la falta de programas de largo aliento, de difusión bien planeada de la música por parte de Bellas Artes, o incluso de la UNAM, Mario hizo de El Colegio Nacional, junto con las contribuciones de Músicos y Medicina del doctor Martínez Palomo, el único y excelente lugar donde se escucha música antigua, clásica, moderna y contemporánea, más allá de los repertorios regulares”.
“Sonido, forma y timbre, Mario fue un compositor de excepción, tanto en México como en el extranjero, fue además un ilustrado pensador de la música y de las artes y un amable y cuidadoso del pensamiento musical y de las obras mismas, su paso por El Colegio Nacional nos ha dejado una herencia perdurable, su música, afortunadamente, hace de él una presencia siempre viva”, señaló.
Tras las palabras siguió la música de Mario Lavista, con un concierto en el que se escucharon los Cánticos a Eugenio de Mario Lavista, interpretado por el Trío d’Argent; Patios serenos de Gabriela Ortiz y Simurg de Mario Lavista, interpretados por Santiago Piñeirúa; el Cuarteto n.º 8 “Toque de silencio” de Mario Lavista; Memorial de Ana Lara y el Cuarteto n.º 2 “Reflejos de la noche” de Mario Lavista, interpretados por el Cuarteto de cuerdas José White.
Esta noche de evocación a la figura y a la obra de Mario Lavista se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.