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La música es “nuestro máximo logro como especie, ese milagro misterioso, intrínsecamente humano, que logra transmutarse en un espacio infinito donde tiempo, sonido y silencio logran unificarse”, afirmó la compositora Gabriela Ortiz al leer su lección inaugural a El Colegio Nacional, convirtiéndose en la cuarta representante del gremio musical en la institución desde su origen, así como en la primera mujer que ingresa al área de Artes y letras.
“Agradezco profundamente a los distinguidos miembros de El Colegio Nacional por haberme invitado a formar parte de este ilustre cuerpo colegiado; me siento muy honrada y privilegiada de ser miembro de una de las instituciones más generosas y significativas de nuestro país, integrada por un grupo selecto de científicos, intelectuales y artistas”, dijo durante el acto, realizado en el Aula Mayor de esta institución y transmitido a través de las redes sociales.
Ortiz leyó el discurso Altares, dividido en tres partes y dedicado a su padre Rubén Ortiz, a su maestro Mario Lavista y a la directora de orquesta Carmen Helena Tellez. En tanto, el presidente en turno de El Colegio Nacional, Juan Villoro, respondió la alocución con el texto La clave de sol, previo a un concierto integrado con obras de la compositora mexicana.
“Debo confesar que como músico he aprendido a expresarme mejor por medio de los sonidos que de las palabras, porque explicar la música implica, levemente, ir contra su naturaleza; la música no se lee, se escucha y frente a eso no tengo nada que discutir”, aseguró la artista. Ortiz compartió “algunos de los principales objetos de estudio y puntos de partida” que han conformado el desarrollo de su trabajo creativo.
En estos últimos años, señaló, “he venido reflexionando sobre la idea de priorizar mucho más ciertos problemas éticos que los problemas estéticos: ¿para quién trabajo?, ¿por qué hago lo que hago? ¿cómo reconocerme en mi propio entorno?, y a partir de ahí, ¿cómo reconocemos el territorio que habitamos en el mundo?, ¿cómo nos hemos relacionado con la naturaleza?, desde mi trabajo creativo ¿cómo puedo contribuir a generar cambios en los temas que son significativos?”.
Como en el caso de cualquier artista, agregó, “tratar de ser honesto en la búsqueda de un lenguaje auténtico es parte del recorrido natural, el arte para mí es una manifestación viva que nos observa, nos exige y nos muestra lo peor y lo mejor de la sociedad a la que pertenecemos, de ahí que siempre he abogado por la posibilidad de colaborar, de abrir puentes a las expresiones artísticas más diversas y hablar de los temas a los que nos enfrentamos como humanidad”.
Ortiz se refirió al choque que representó enfrentarse a la tradición sonora europea, mientras se formaba en Inglaterra. “Debido a mi bagaje latinoamericano, nunca encajé en estas corrientes estéticas, por el contrario, mi música corría el riesgo de no ser tomada en serio, a tal grado que una vez un profesor, durante mis estudios de doctorado en Inglaterra, me pidió que dejara el ritmo y el pulso al margen de mi trabajo, mi respuesta fue contundente: si lo hago sería como si me amputaran un brazo, el ritmo es parte de lo que soy”.
La dicotomía entre tradición e innovación, señaló, estuvo siempre presente en sus años de formación en Europa, “no fue sino hasta terminar mi doctorado cuando finalmente entendí que mi experiencia no provenía de una tradición musical pura, si bien contaba con una sólida formación académica occidental europea, mi mundo sonoro musical rebasaba ese referente dominante”.
“La música se vuelve universal cuando finalmente aceptamos que la música se hace de música y nada más, y es por medio de esa universalidad del lenguaje que podemos compartir con el otro algo muy propio de uno. El arte es inagotable y en este sentido la génesis de mi obra siempre ha navegado por caminos infinitos y diversos, en su mayoría misteriosos y difíciles de explicar en términos puramente racionales”, resaltó la nueva colegiada.
Lenguaje acabado
Antes de responder al discurso de Gabriela Ortiz, Juan Villoro leyó una breve biografía de la compositora y señaló que antes de ella, la representación musical en El Colegio Nacional contó con la presencia de Carlos Chávez, Eduardo Mata y Mario Lavista. La llegada de Ortiz, dijo, “marca un hito decidido y anticipa las necesarias transformaciones de este espacio de la ciencia y la cultura”.
“De manera estimulante Ortiz prolonga un diálogo que atraviesa las generaciones, tanto Eduardo Mata como Mario Lavista asistieron al taller de composición de Carlos Chávez, y Gabriela Ortiz formó parte del taller de Mario Lavista, artistas muy distintos entre sí participaron de una conversación común, principio básico para este Colegio, cuyo lema es Libertad por el saber, señaló el colegiado.
Ya en su discurso, Villoro recordó que Gabriela Ortiz proviene de “una casa llena instrumentos vernáculos” y, dijo, “las raíces musicales de quien hoy ingresa a nuestro Colegio se remontan a la infancia: sus padres fundaron el grupo Los folkloristas y la pusieron en contacto con las tradiciones populares y con la música clásica”.
“A partir de variadas y, en ocasiones, insólitas referencias culturales, Ortiz ha creado composiciones de primer orden, un extenso repertorio para orquesta, dúos, tríos, cuartetos y quintetos, que además incluyen tres óperas, música para cine y tecnología de audio para instalaciones como su pieza Altar de luz, creada junto con la poeta María Baranda”, señaló.
Villoro fue más allá y destacó que “el triunfo de Gabriela Ortiz es el de un lenguaje acabado, pero también el de un impacto emocional, más allá de las consideraciones culturales y musicológicas que suscita su obra, Ortiz se propone conmover al escucha”.
El escritor compartió que, en su estudio, la compositora trabaja bajo la mirada de dos figuras icónicas: Igor Stravinsky y Dámaso Pérez Prado, una perspectiva que la lleva a pertenecer “al linaje de Nadia Boulanger, que rompió esquemas y prenociones al tiempo que promovía el rigor creativo”.
“La música de Gabriela Ortiz es la excepcional pista sonora de este cambiante escenario, estamos frente a un estilo tan reconocible como versátil, no sólo respecto a la dotación instrumental, sino a la renovadora sintaxis que pone en juego y a las emociones que suscita”, señaló.
“Gabriela Ortiz ejerce el misterioso e inagotable oficio que comienza con una clave de sol, y que Mario Lavista definió como una verdad que no puede ser dicha, sólo puede ser escuchada. Hasta aquí llegan las palabras, a continuación, viene la música: la verdad que no puede ser dicha”, concluyó Villoro para dar paso al concierto Altares, integrado por música de la colegiada entrante.
Tres haikus de 2012, con textos de María Baranda y dedicados a Mario Lavista en su 70 aniversario; Patios serenos, para piano, de 1985, en homenaje a Luis Barragán; Estudios entre preludios, para piano, de 2006, y Exilios, para flauta y cuarteto de cuerdas, de 2014, fueron interpretados por Alejandro Escuer en la flauta; la mezzosoprano Carla López-Speziale; Edith Ruiz en el piano; y el Cuarteto de cuerdas José White, integrado por los violines de Silvia Santa María y Cecilia García; la viola de Sergio Absalón Carrillo y el violonchelo de Orlando Espinosa Roque.
Al término del concierto, el presidente en turno Juan Villoro entregó a Gabriela Ortiz el diploma de ingreso a El Colegio Nacional, y la secretaria administradora, Teresa Vicencio Álvarez, le colocó a la compositora el fistol distintivo como integrante de la institución.