El episcopado ante el segundo piso de la 4T
CIUDAD DE MÉXICO, 23 de diciembre de 2018.- Cuando esta noche prendamos todas las luces, pongamos la cena a calentar, pongamos los mejores platos y el ánimo más conciliador, qué haremos con la necia realidad.
¿La dejamos entrar a nuestro mundo tan arreglado, tan elegante? ¿Le cerramos la puerta con malos modos?
De cualquier forma, no vamos a sentirnos a salvo.
Porque esa malvada, esa realidad que no podemos negar, se va a instalar en cada uno de nuestros pensamientos, va a invadir nuestras conversaciones, y nos quitaré de varias maneras el buen humor.
La realidad de la “patria deshilachada”, de la esperanza que no termina de acomodarse en todas las declaraciones oficiales, de los muertos sin fin, de las historias de terror. La realidad del mal que nos acecha en todas las esquinas. Una realidad que hemos venido cargando como lápida tremenda que dobla todas las espaldas.
¿Qué hacemos con la realidad? ¿Cómo va a cambiar?
Primero queríamos que los que nos gobernaban se fueran. Después nos hemos venido quejando, de manera lastimera, cada hora de los primeros días del nuevo gobierno porque el cambio no es lo que imaginamos, no ha llegado para avasallarnos como torbellino. Porque la gasolina no ha bajado de precio, porque no se ha montado la guillotina en el Zócalo de Ciudad de México.
No hallamos sosiego. Ni antes ni después. Ni cuando eran otros ni hoy que es López Obrador. Nuestro encuadre de vida no corresponde a la necia realidad, no camina paralela, no se detiene a tomar aire cuando corresponde.
Por eso, insisto, habrá que pensar, un momento, esta noche de festejos familiares qué podemos, qué debemos hacer con la realidad.
Y me quedo con una respuesta que, por tonta, por infantil, por elemental ha sido objeto de total desprecio mediático. Cuando, al contrario, es un punto de importancia brutal. La casa. La familia. El papel de la madre. Dice López Obrador que la transformación social de la que tanto hablamos debe comenzar con las madres, con las madres regañando a los hijos para que no se conviertan en criminales.
¿Cuántas madres no se enteran de qué hacen sus hijos? ¿Cuántas madres han guardado sus regaños, se han quedado calladas, han mirado hacía otro lado? Las cárceles están llenas de mujeres mayores, madres, que están en la cárcel porque sus hijos las volvieron cómplices de sus crímenes. Y, también, están a reventar de hombres y mujeres que nunca recibieron un castigo, un límite, un regaño de su madre. No se diga ya de su padre casi siempre ausente.
Por eso, esta noche en que vamos a lidiar con una realidad que no nos gusta, que no nos satisface, digamos una oración para que todas las madres hablen con sus hijos, para que los eduquen en principios de legalidad, de lealtad a la sociedad. Compartamos con todas las familias una petición para que nuestra “revolución” comience con madres que abren los ojos, que escuchan, que hablan, que educan…
Feliz Navidad.
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