Diferencias entre un estúpido y un idiota
ESPRESSO COMPOL
Para muchos investigadores de la comunicación política, la palabra ha muerto. Es decir, la era de la palabra terminó el siglo pasado con la aparición de la televisión y el internet para dar la bienvenida a la era de la imagen.
La palabra ha pasado a mejor vida y se ha devaluado mucho. La política es un gran ejemplo de las actividades que han devaluado a la palabra como herramienta; tantas veces han prometido los políticos con sus palabras y tan pocas han cumplido que, con cada proceso electoral, la sociedad se da cuenta que la palabra cada vez vale menos.
La política es sólo un ejemplo, pero en la vida diaria, las personas también devalúan su palabra de manera constante: con las amistades, la familia, la pareja, etc.
A pesar del valor que va perdiendo en la sociedad, la palabra, para muchas personas, continúa teniendo valor. Por ejemplo, en la actividad empresarial la palabra puede ser un compromiso de compra o hasta contrato verbal que se hace entre las personas involucradas.
La palabra le da significado a la existencia de los seres humanos. En los inicios de la humanidad, la palabra ya se utilizaba como valor para obtener algo a cambio y hay autores que aseguran que la palabra es la imagen de nuestro interior, que es el reflejo de nuestros diálogos internos.
La actividad electoral ha comenzado y se intensificará en estos días. A las y los candidatos el electorado les exige ciertas cualidades para otorgarles su preferencia, entre ellas están la honestidad, integridad y credibilidad. El electorado es cruel en su análisis de las y los candidatos, el escrutinio es brutal y la mayoría de las veces, las personas les exigen lo que no dan en su vida cotidiana.
De cinco promesas que hizo la candidata o el candidato en una entrevista, ¿cuántas cumplirá? Esa es la primera aduana de toda persona que busca el voto para un puesto de elección popular.
Es para reflexionar, no sólo en la política sino en la vida cotidiana. Usted que me lee, de cuatro cosas que le dice los demás que va a hacer, ¿cuántas se materializan en hechos?
Y frente al espejo, de todas las cosas que usted se promete a usted mismo, ¿cuántas cumple?
Si las personas se midieran en su vida diaria con la misma vara con la que miden a los políticos, la mayoría no pasaría el mínimo porcentaje de cumplimiento.
Entonces, el electorado es muy bueno para exigir hacia fuera y en su vida personal, por lo general, están igual o peor que las y los políticos a quienes aborrecen por mentirles en los mítines o entrevistas.
Nuestra palabra vale cuando se traduce en hechos; cuando la promesa se convierte en realidad; cuando a ese problema le llega una solución. Cuando prometemos llegar a una hora y lo hacemos. Ese es el valor de la palabra para los demás y el valor de la palabra para cada uno.
La palabra que empeñe una persona con otras vale igual que la empeñada consigo mismo. Honrar la palabra refleja la importancia que cada persona se otorga. El compromiso personal cumplido significará que se puede traducir en compromiso con otras personas.
Esto aplica para todas y todos en lo individual, así como a candidatos y candidatas: cumplir con la palabra empeñada da beneficios como obtener respeto de los demás, aumenta la autoestima, confirma el poder personal propio, crea confianza y credibilidad, se genera éxito que se traduce en saber que se pueden adquirir compromisos mayores, se demuestra aprecio por los demás y por uno mismo, se gana buena reputación y, por ende, buena imagen pública.
Si se aplica esto para calificar el actuar público de una candidata o político, ¿por qué no hacerlo en nuestra vida diaria?
El cumplimiento de la palabra puede tener un impacto significativo en nuestras relaciones personales, profesionales y con partidos o personajes políticos. Mientras que el compromiso y la responsabilidad pueden construir relaciones sólidas y de confianza, la falta de compromiso puede dañar la reputación y la capacidad para tener éxito en la política y en la vida.
ESPRESSO COMPOL
La palabra empeñada es un compromiso y una responsabilidad. Ambas serán claves en el 2024, que ya está cerca, y la sociedad habrá de analizar quien de las y los candidatos están dispuestos a seguir siendo fiel a su palabra.