El episcopado ante el segundo piso de la 4T
Seguridad y Defensa
El presidente Biden estuvo azuzando a Rusia a principios del año con respecto a Ucrania diciendo que la invasión era inminente, aunque sin ninguna iniciativa estadounidense para evitar esa posibilidad. La líder legislativa Nancy Pelosi justificó su viaje a Taiwán bajo el argumento de que el gobierno chino estaba preparando la invasión, captura y unificación de la isla con el territorio continental.
Como todo se basaba en percepciones, presuntos informes de inteligencia y previsiones, el punto clave de lo ocurrido en Ucrania y Taiwán tiene que ver con las razones de la Casa Blanca para advertir movimientos estratégicos militares, pero sin llevar los asuntos al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dónde se ventilan desequilibrios internacionales que pudieran generar conflagraciones militares.
En el caso de Ucrania, Estados Unidos impulso la solicitud de incorporación del Gobierno ucraniano a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, a pesar de las advertencias de Rusia en el sentido de que se iban a modificar sus líneas rojas fronterizas y por tanto a provocar un desequilibrio regional adverso al Gobierno de Putin.
Y en el caso de Taiwán, Estados Unidos también empujó al Gobierno de la isla a consolidar nuevos equilibrios regionales de carácter militar con mayor flexibilidad a la presencia estadounidense, rompiendo el equilibrio de Taiwán-China y ocupando zonas marítimas de interés para China.
Los mecanismos de propaganda de Estados Unidos culpan el Gobierno de Putin de la guerra en Ucrania y ahora responsabilizan al gobierno de Jinping de las tensiones en Taiwán, pero sin reconocer que la Casa Blanca estaría detrás de esas provocaciones para ir reconstruyendo un nuevo equilibrio militar favorable a Occidente en contra del fortalecimiento inevitable de Rusia, China, los países árabes del Medio Oriente y América Latina.
En este contexto de reorganización de la geopolítica mundial para un nuevo orden favorable a Estados Unidos vía el fortalecimiento militar de la OTAN y la ruptura de tradiciones de neutralidad de Suiza y Finlandia para sobrecalentar su zona fronteriza con Rusia, la Casa Blanca de Biden ha basado su reorganización internacional a partir del principio de seguridad nacional planteado en la conferencia de Múnich en febrero de 2021: Estados Unidos regresa a retomar el liderazgo mundial.
El problema de la estrategia de la Casa Blanca se localiza en un replanteamiento de relaciones de equilibrio económico-militar y en el proceso de declinación y deterioro del liderazgo estadounidense. Ante la liberación política ideológica de América latina y el Caribe, la agenda no estadounidense de la Unión Europea y el nuevo orden militar europeo y asiático basado en la integración comercial y la interrelación energética, se le presenta a Estados Unidos un conflicto grave de legitimidad de sus estilos imperiales –puestos en operación en Pearl Harbor, el Golfo de Tonkín y el 9/11– de provocar ataques en su contra para justificar respuestas militares contundentes y construir un nuevo orden favorable al enfoque estadounidense.
La política exterior de la Casa Blanca con Biden revirtió los avances estabilizadores de los gobiernos de Clinton, Obama y Donald Trump, quienes incrementaron las posibilidades de un repliegue militar en el mundo en busca de un nuevo equilibrio basado en la economía y el comercio. La provocación de crisis bélicas en Ucrania y Taiwán son obvias maniobras de crear una guerra para conseguir el aumento en los presupuestos militares americanos y europeos y fortalecer alianzas internacionales bajo el liderazgo de Washington y sus intereses geopolíticos.
La guerra en Ucrania y la provocación en Taiwán no están teniendo los efectos esperados en Washington. Es posible que Ucrania, Suecia y Finlandia sean aceptados como socios de la OTAN y fortalezcan el famoso artículo 5 de sus estatutos que define el criterio de que una agresión contra cualquier socio es en automático asumida por todos. Pero Estados Unidos ha recibido indicios muy claros de que esa ampliación de la OTAN y hasta la petición americana de un Ejército europeo no necesariamente indican una subordinación de los socios de este bloque militar estadounidense hacia los intereses de la Casa Blanca.
La dependencia energética de Europa occidental, el control chino de las rutas marítimas de comercio y la resistencia a las exigencias americanas para desplazamiento de militares aliados en guerras regionales estarían limitando el alcance geopolítico de la estrategia estadounidense basada en provocaciones militares. El caso más concreto se localiza en la resistencia de países europeos de aumentar casi en niveles de duplicación el gasto militar local, pero ante necesidades sociales que preferirían darles otra utilidad a los recursos.
La impericia operativa del presidente Biden y la mediocridad de su equipo de estrategas del inteligencia y seguridad militar civiles y militares han complicado que los acontecimientos conflictivos tengan las consecuencias esperadas: Rusia está ganando la guerra en Ucrania y China capitalizó la provocación de Pelosi con acciones de fortalecimiento de su control de la zona geopolítica de Taiwán. Y en medio de esas adversidades, el presidente Biden no puede imponer el liderazgo mundial de Estados Unidos, con el efecto inesperado de una alianza circunstancial muy sólida entre Rusia y China.
De paso, el Gobierno de Biden le ha restado autoridad política y moral a la ONU y ha dejado al mundo sin espacios de equilibrio. En este contexto, Biden se encuentra más cercano al neoconservadurismo obtuso de Reagan-Bush Sr.-Bush Jr. que de las expresiones de distensión y deshielo de Carter-Obama-Trump.
El saldo de las aventuras de Biden en estos siete meses es adverso a Estados Unidos, porque la Casa Blanca está obligada a aceptar su derrota en Ucrania y diluir sus intenciones de profundizar la militarización de la OTAN y a abandonar a Taiwán sin ningún avance en el precario equilibrio que tenía con el Gobierno chino. Estas derrotas le cobrarán réditos políticos a Biden en las elecciones legislativas y estatales de noviembre próximo y desde luego en las presidenciales de 2024.
El autor es director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
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@carlosramirezh