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Uso de razón
CIUDAD DE MÉXICO, 27 de octubre de 2016.- Ahora que Enrique Peña Nieto manifestó su oposición a la segunda vuelta electoral en la elección presidencial, seguramente saldrán muchos a apoyarla. La verdad es que no conviene.
Las mayorías, para sacar leyes y gobernar, se construyen en el Congreso y ahí no caben segundas vueltas.
Una segunda vuelta en la elección presidencial daría más poder a las terceras o cuartas fuerzas políticas que a la primera.
Las minorías pondrían condiciones y hasta podrían imponer un programa de gobierno para hacer Presidente al que obtuvo la más alta votación.
No hay problema de legitimidad en la Presidencia de la República, quien quiera que sea el ganador. La asume el que obtuvo un voto más.
Obviamente va a haber problemas si el que llega en segundo lugar rechaza el resultado de la elección y se niega a reconocer al triunfador. Pero eso va a pasar en primera, segunda o hasta tercera vuelta.
Las crisis que hemos vivido no son por falta de segunda vuelta, sino porque el perdedor se niega a aceptar su derrota.
En Perú, Keiko Fujimori perdió en segunda vuelta por una diferencia del 0.3 por ciento de los votos y admitió el resultado.
Aquí el que perdió por el doble, 0.6 por ciento en una elección y por 6.62 por ciento en la otra, desconoció ambos resultados.
Es decir, para que una democracia funcione tiene que haber demócratas, y nuestro perdedor frecuente no lo es.
Para dar gobernabilidad y rumbo al país se requieren acuerdos políticos entre partidos y eso se hace en el Congreso, como ocurrió con las reformas constitucionales del periodo 88-94, en que se necesitaban dos tercios de los votos en el Congreso y ningún partido los tenía.
O como se hizo en este sexenio, que se sacó una segunda generación de reformas modernizadoras a través de pactos políticos.
Hay quienes piensan que la segunda vuelta en la elección presidencial le cerraría el acceso a Los Pinos a López Obrador. Se equivocan.
La segunda vuelta haría presidente a López Obrador, porque el voto duro del PAN no va a sufragar nunca por el PRI en una segunda vuelta.
Anaya, Corral, Madero y otros prefieren a AMLO en Los Pinos que a un priista.
Lo mismo ocurre con el voto duro del PRI: jamás iría al PAN.
Si en 2006 ganó Felipe Calderón y en 2012 triunfó Enrique Peña, fue porque los votantes no incondicionales de PRI y PAN así lo decidieron. El voto duro se quedó con Madrazo y con Josefina.
En caso de una final AMLO-PRI, López Obrador sabe cómo hablarle a los panistas para conseguir su voto. Es un discurso muy fácil de hacer.
Y si la final es AMLO-PAN, el abanderado de Morena maneja a la perfección las formas, el lenguaje y las arengas que le gustan oír a los priistas. La tiene ganada.
Por último, si vamos a tener un Presidente de corte chavista como AMLO, es preferible que gane con el 30 por ciento del respaldo de la población, y no con el 52 por ciento.