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Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO, 26 de marzo de 2017.- Justo cuando la política es más abierta en una sociedad también más expansiva, los espacios sociales han sido cerrados por la manipulación de las redes cibernéticas, mal llamadas redes sociales.
Una red política en espacios sociales implica interacciones racionales, en tanto que las redes del internet se mueven en la socialización de los pánicos individuales.
Dos perversiones de las redes han oscurecido la política y su influencia en la organización democrática de la sociedad: el ripio y la posverdad.
El primero es una distorsión del lenguaje caracterizado con precisión por la academia de la lengua: «palabra o frase inútil o superflua que se emplea viciosamente con el solo objeto de completar el verso, o de darle la consonancia o asonancia requerida».
La posverdad aún no es recogida como concepto por la academia española, pero hace poco fue asimilada por el diccionario de Oxford: cuando “los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales”.
En esta era de la política post-verdad, es fácil recoger datos y llegar a cualquier conclusión que usted desee.
En este contexto, la realidad política y la realidad social no son las que se desprenden de los hechos, su análisis y su interpretación, sino de las pasiones individuales.
Todos los días se siembran versiones en las redes cibernéticas que generan comportamientos, pero no siempre derivados de la realidad. Una posverdad provoca estímulos en los comportamientos sociales de los usuarios del internet y fabrica una realidad irreal.
El espacio público como ágora para el debate aparece contaminado con mensajes no-reales y muchas veces hasta fabricados.
Lo malo es que los gobernantes han encontrado en la posverdad una forma de justificarse y de influir sobre la realidad, al grado –como Donald Trump– de calificar a la crítica documentada como una realidad alternativa.
López Obrador es muy dado a repetir una frase hasta convertirla en posverdad. Y los ciudadanos prefieren su posverdad a la realidad.
La sociedad está tomando decisiones basada en la posverdad o en el ripio. Lo más grave ocurre cuando la posverdad se asume como verdad. En cambio, las ideas y los razonamientos han pasado al museo de antigüedades.
El politólogo César Cansino está circulando el libro La ciencia política en cuestión: ¿muerte o resurrección?, basado en su ensayo de 2006 en el que decretaba la muerte de la ciencia política por su olvido de la filosofía política y su obsesión en sólo medir los hechos sociales, no interpretarlos.
Y apenas en noviembre pasado, el politólogo Mauricio Merino, en su artículo en El Universal, decreto la muerte de las ideas políticas en aras de la revalidación de las ocurrencias.
“Hemos convertido las ideas políticas en ofertas de mercado, entre merolicos que gritan las virtudes de sus untos mientras se disputan la clientela”. “Ciegos a las circunstancias y carentes de un pensamiento político capaz de comprender y enfrentar el mundo que vivimos, nuestros líderes no aciertan sino a repetir los lugares comunes que alguna vez aprendieron de memoria”.
La realidad sólo puede explicarse a partir de su comprensión sensible e inteligible: la filosofía política y de la ciencia política. Sin ellas, la sociedad está –como hoy– mirando sólo las sombras de la caverna de Platón.
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