La posverdad judicial
Diez y ocho horas del día domingo del señor. Habían ocurrido algunas interesantes etapas de escarceos, obvio, los sentidos estaban exacerbados.
Sus manos corrieron por sus brazos, sus hombros. No dejó de sentir el rostro que, sudoroso tal vez esperaba terminara.
Al final hasta el aroma de la piel se percibió en el ambiente. El silencio inundó todo. Los corazones palpitaban tal percusiones de golpes a ritmo afro.
La densa espera podía reflejar claramente la expresión satisfactoria de la vida.
¡Aaaaah! La vida.
Así pasaron ritmos y expresiones, alentadores sabores y más. Expresiones que dominaban los rostros y hacían resaltar los músculos del cuerpo.
La piel se erizaba a cada momento, nada faltaba o tal vez sí.
¿Qué puede pasar?
¡Nada! Nada puede pasar. Tal vez sólo aquello que permita la imaginación de un cerrado espacio que se ilumina con suspiros y torrentes de imaginación.
Por la tarde, después de una jornada para arreglar el mundo que nos tocó descomponer, dijeron, ve y grita, vive y dedica lo que pase a mí.
Alguien mas habría expresado “¡bien te habrás portado, cabrón!”. En verdad, en este mes de luz y vida, de los años que enseñan y dejan sabores, olores, sabores, ritmos con tactos; esta experiencia fue aprendizaje puro.
Además como afirma Federico García Lorca “Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir”.
Como dije, mi corazón vibraba porque “la poesía no quiere adeptos, quiere amantes” y “desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar”.
Ofrezco disculpas, diría Javier Carranza con su iguana de plástico al hombro, vestido con florida camisa, enfundado en bermuda y calzado en guaraches; usted perdone, al principio, hablé de la experiencia vivida en el plano de un encuentro de Concha Buika con una niña ciega, que con cartulina en manos le pidió saludarla, a lo que la cantante accedió.