Dos meses de huelga, miles de asuntos pendientes
No hay dos campañas electorales iguales. Cada campaña obedece a circunstancias políticas, sociales y económicas particulares, a las ideas de los equipos que las dirigen, de la personalidad de los contendientes, en fin, obedecen a una diversidad de factores que obligan a definir los motivos, las estrategias, las frases y aún la vestimenta de los contendientes.
Pero en esta campaña las circunstancias nos obligan a reconocer la enorme semejanza entre la que realizó López Obrador hace seis años y la que hoy realiza su corcholata, su discípula Claudia Sheinbaum. Después de casi seis años en el gobierno, pocas dudas quedan del protagonismo del líder y dueño de pensamientos y voluntades del llamado movimiento de regeneración nacional, MORENA.
Entre otras similitudes, destaca el discurso conciliador ante los inversionistas nacionales y extranjeros. Poco duró el gusto a los que consideraron que en realidad habría respeto y condiciones para la inversión, con la cancelación del aeropuerto de Texcoco y luego la de la planta cervecera en Baja California.
¿Se acuerdan cuando Alfonso Romo, repetía, refiriéndose a AMLO “Queremos unir a todos los mexicanos”? La frase es por demás significativa, toda vez que, desde el primer momento, una vez que ganó las elecciones, comenzó lo que sería una constante en sus conferencias mañaneras: la división de los mexicanos entre buenos y malos, conservadores y transformadores, chairos y fifís, corruptos y honestos.
El respeto a las instituciones también fue bandera de López Obrador. Lo que quedó claro al paso de los años, es la fragilidad de nuestras instituciones que poco a poco fueron conquistadas, transformadas a modo e incluso anuladas o desaparecidas.
Hoy Claudia pretende convencernos de que la continuidad que representa es lo que necesita el país y repite las consignas del respeto a las instituciones y el respeto a la inversión privada nacional y extranjera.
La suficiencia alimentaria, el rescate de PEMEX, la soberanía energética, la solución a la inseguridad, el sistema danés de salud pública, son de nuevo el motor propagandístico de la campaña de Claudia.
Pero no olvidemos que el propio López Obrador reconoció que lo que se ofrece en una campaña es solo eso, promesa de campaña. Después se hará lo que el líder disponga, obedezca o no a los ofrecimientos que lo llevaron a la presidencia. Nada nuevo en una democracia electoral como la nuestra, pero si distinto, pues con el pretexto de la transformación de la vida política hoy estamos ante la construcción de una realidad alterna que solo existe en el populismo de la “nueva izquierda” latinoamericana.
No quisiera caer en lugar común de llamar al “voto razonado”, pretexto para escribir columnas políticas en tiempos electorales o al “voto útil”, también común denominador de estos periodos. Pero si llamo a la responsabilidad que tenemos todos al emitir nuestro voto. El sentido que le demos al sufragio puede significar el cambio en el rumbo que lleva el país o ratificar el destino que decidió López Obrador para todos los mexicanos, ahí sí, los buenos y los malos; los liberales y los conservadores; los honestos y los corruptos.
Será el dos de junio un día trascendente para la vida nacional. Se definirá la presidencia de la república, nueve gobiernos estatales, el Congreso y un par de miles de cargos más. Pero más allá de los nombres, se trazará el futuro de México y cada uno de nosotros tendrá la oportunidad de expresar en las urnas lo que quiere para sus hijos. Mientras más mexicanas y mexicanos participen, más claro y legítimo será el sentido que la mayoría quiere que tome México.
Los invito a hacer valer su derecho a votar y ratificar con su voto el compromiso que tienen con el país en el que vivimos.