Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
OAXACA, Oax., 26 de septiembre de 2017.- He regresado del Istmo de Tehuantepec. La realidad supera en mucho a la ayuda humanitaria. Poco a poco ha ido disminuyendo la atención a los damnificados.
En Ixtaltepec, quizás la ciudad que está sufriendo más, el 80% de las casas quedó destruido. Las personas duermen a la intemperie en los alrededores de los escombros. Hay lluvia, una lluvia constante por la tarde y un sol ardiente del trópico durante el día.
Los habitantes de estos lugares improvisan habitaciones en las afueras de sus casas o en sus patios, casi entre los escombros. Se han utilizado para cubrirse del agua y el sol, pedazos de trapos que están siendo tejidos como muros o plafones. Lonas de trapo.
En otras casas ha sido un poco diferente y de algún lado pudieron obtener lonas delgadas para tratar de refugiarse.
Muchos ya no están trabajando y solo se mantienen alimentados por las despensas que han llegado pero que ha disminuido su constancia.
«Perdí mi herramienta», me dijo un hombre.
– «Toda la loza se cayó encima; mi taladro apachurrado, mi torno, mi sierra, mi compresora… todo… todo se destruyó… no sirve… muchos años trabajé para tener mi taller y en un ratito se perdió todo. Ahora de qué voy a trabajar, muchos trabajos que iba yo a entregar, se quedaron apachurrados, ya no sirven”.
Así está la vida ahora en el Istmo.
No sé cuántos trabajadores independientes perdieron toda su herramienta de trabajo.
¿A quién le van vender quienes tenían sus tiendas, sus restaurantes o fondas, sus puestos en el mercado? ¿Quién va a vender y quién va a comprar en una ciudad aplastada y en donde hace falta sembrar más esperanza para levantar la vida y apuntalar a la sociedad?
Jamás antes en mi vida había visto y sentido tanta tristeza junta, arrinconada en el lodo, desperdigada en la calle. Tanta tristeza tejida y meciéndose en un lugar que no sabe aún cómo se va a reconstruir.
Cuando uno ve que decenas han perdido su casa, entonces uno se queda sin casa, sin ropa, sin trastes para cocinar, sin una cama para poner el cuerpo, sin la olla de café, sin la taza del baño, sin la cortina cómplice de los pudores. Cuando cientos se quedan sin casa, otros cientos y miles deberían salir de la suya y dormir en el escombro de un corazón necesitado.
Nos necesitan. Los hermanos del Istmo nos necesitan. Los hermanos del Mixe nos necesitan. Seamos aquellos cristianos que salen a estás periferias emergentes, no a contemplar el dolor de allá sino a llevar la caricia de la ayuda, de la solidaridad.