Historia y literatura dan vida a La dulce tinta de Al-Jawater
-Mundo loco -dijo
una vez más la mujer, como remedando,
como si lo tradujera.
Juan Carlos Onetti, La vida breve
La librería Chéjov compartió por Messenger, este sábado, la imagen con título y precio de un libro: la portada de Onetti, Los procesos de construcción del relato (Eterna Cadencia, 2017) de la crítica argentina Josefina Ludmer; “dime cómo lees y te diré cómo es la literatura de tu época”; Messenger como vehículo, referencia literaria.
El libro habla de un autor sudamericano, un clásico que a mediados del siglo pasado renovó la ficción narrativa. La forma en que me acerco al trabajo de la crítica literaria cuestiona el presente. ¿Qué es un libro? Josefina escribió sobre Onetti en los años 70’s, en Latinoamérica corrían vientos de revolución; Onettí escribió su novela más celebrada, La vida breve, en 1950, cuando en el continente se discutía la ficción entre el mundo rural, nacionalismos y el asunto urbano; Josefina Ludmer basó su trabajo en el análisis estructuralista, puesto en boga en París, ¿quién lee la crítica estructuralista de los 60’s en este 21 de la pandemia?
Los autores ante el tiempo están solos, avanzan o desaparecen en medio de palabras cargadas de olvido.
“Las palabras de los años setenta que sostienen este libro son escritura, significante, producción, revolución, deseo y goce; todo estaba en el texto como fusión. La escritura en sí misma era subversiva, la forma era revolucionaria, se hablaba de la revolución del lenguaje poético” y de “literatura y revolución”. Con estas palabras y circunstancias se escribió”, dice la autora en el prólogo.
La crítica literaria ofrece marcas, las referencias que invitan al lector; con su trabajo hacen circular el nombre de obras y autores, aunque sus esfuerzos estarán superados por la pugna mercantilista, el mercado.
¿Cómo llegan libros y autores a ser parte de nuestro tiempo, nuestros recuerdos? ¿Cómo adquieren un lugar en nuestra vida? Por referencias, por algo que nos diga que aquello que no conocemos existe.
Más allá de la discusión que existe entre los lectores sobre el formato físico o digital de lo que antes se conocía como “libro”, por estas fechas, por causa de la pandemia -quédate en casa-, cobra fuerza entre los lectores el libro digital. Messenger toma la delantera en asuntos de difusión de la lectura; circulan títulos, portadas, el lector puede acudir a la plataforma de su preferencia para adquirir el material.
La tecnología influye en la circulación de los libros. En un tiempo se discutió la conveniencia de la participación de escritores en los espacios de la televisión; se podía ver a Ricardo Garibay, Tomas Mojarro, Juan José Arreola, Arrigo Cohen y a los integrantes de los grupos Vuelta y Nexos en la pantalla chica; muchos lectores repudiaron este hecho.
La lectura se enfrenta a una relación desigual para su vigencia, planteada por el modelo de producción centro-periferia, que tanto rezago y actitud excluyente trajo a los lectores. En el presente, los núcleos que ofertan cultura redujeron la distancia entre producto y consumo a un clip. Pareciera a primera vista que ya no existe el rezago; no es así, hace falta el agente difusor que circule títulos y autores. Lo dijo Ricardo Piglia, que Octavio Paz fue un buen periodista; Paz, con su acervo de lecturas hizo las referencias. En estricto sentido fungió como el periodista cultural solidario que difundió las vanguardias europeas con los autores latinoamericanos, quienes aún discutían sobre la obra literaria como expresión del nacionalismo, folclor.
Los que fuimos ayer somos los mismos de hoy, un poco más incrédulos, necesitados de asombros.
Libros y autores requieren de la difusión para llegar a los lectores, la lectura es una habilidad adquirida; los autores se encargan con sus letras de la acogida o rechazo a su trabajo, pero antes de este hecho hay un paso previo: la referencia de su existencia.
La novela se escribe en pasado, con el deseo de que ocupe un lugar en el futuro; la obra literaria llega en medio de una discusión, cada día aparecen nuevos títulos que pelean espacio con los libros publicados apenas ayer. El presente opera como plataforma difusora, desde sus inicios la literatura se apoyó en los avances tecnológicos, al inicio fue punta dura, pincel, letras que venían en moldes de plomo; luego rayo láser, las pantallas planas, pero sigue vigente la circulación de boca en boca del nombre de obras y autores.
El cerebro humano lee a la misma velocidad en que leyó Aristóteles, una palabra tras otra; en tiempos de COVID-19 la promoción del libro y la lectura no estará en la circulación de obras, nadie lee aquello que desconoce; el compartir de forma gratuita referencias sobre obras y autores es el signo del pasado y el presente. Se requiere de la referencia que done existencia.
En este tiempo en que se prioriza el negocio, las ganancias, autoridades y particulares deberán asumir que en el caso de la lectura sólo deben levantar el deseo, cierta forma del erotismo (circular la referencia), que haga que el lector vaya al libro; actitudes “pornográficas”, acercar el objeto del deseo por obligación, alejan a los lectores.
El hecho de la lectura ocurre en lo individual, depende del libre albedrío de cada individuo; la circulación de autores se concreta en el espacio público, otorga existencia colectiva a lo que fue de un uso exclusivo, las letras.