Cortinas de humo
De manera informal nos hemos internado ya en la conocida agitación de las campañas políticas y de los procesos electorales que habrán de requerir definiciones mayúsculas rumbo al 2024; no sólo tenemos ya a un puñado de perfiles más o menos creíbles para verlos como serios contendientes presidenciales sino que también comienzan a ensayarse las narrativas que cada aspirante desea para su personaje político y los objetivos de su propia estrategia.
Lo primero que se debe distinguir es que, en materia de discurso político aún nos encontramos en una etapa de ensayo y error por parte de los aspirantes; los asesores en imagen y comunicación aún hacen sugerencias de ajustes y cambios a sus clientes que se van evaluando en distintas métricas y sondeos. Todos parecen comprender la máxima de Gracían quien, al hablar de política, afirmó que “en el mundo las cosas no pasan por lo que son sino por lo que parecen”.
La experiencia nos dice, sin embargo, que aunque la mayoría se satisfazga sólo de las apariencias, siempre habrá alguno que se esfuerce por mirar dentro de los fenómenos y, descorriendo el telón, evidencie el truco; pero además, que los eslóganes y los artificios de campaña pueden dar popularidad pero están impedidos de forjar legitimidad. Esa, a diferencia de lo que opinan los entusiastas, no se gana ni se hereda ni se obtiene; se construye.
Al echar una mirada al pasado, hay que reconocer que la narrativa construida a lo largo de décadas por López Obrador (una narrativa en la que, paradójicamente, participaron activa y pasivamente no pocas élites políticas y económicas) finalmente trascendió a los maniqueísmos simplones. Aún antes de su llegada al poder, siempre consideré que su potencial triunfo no era bueno ni malo, que tampoco podía reducirse a positivo o negativo, sino que su ascenso era ‘necesario’.
Y es que su personaje político no sólo estaba construido por un estilo, algunas frases pegajosas e incontables pautas publicitarias; su persona política estaba conformada por un extenso andamiaje de legitimidad social que, finalmente lo respaldó –y contundentemente– en las boletas.
Esta construcción de legitimidad no puede ser artificiosa ni precipitada; la trágica aparición y desaparición de varios movimientos políticos alternativos disidentes al régimen actual evidencia que se requiere mucho más que un isologo, un eslógan y algunos rostros conocidos para legitimarse como opción viable de una oposición política entre la psique de los mexicanos.
Hay, sin embargo, una opción para aquellos políticos o grupos que –por falta de tiempo o franca carencia de autenticidad– buscan hacerse de una legitimidad que les alcance en la contienda electoral. Una opción que obliga a recordar las palabras de José Revueltas: “Lo único que descorazona y perturba profundamente al mexicano es el comparecer ante la verdad desnuda y tanto peor si esa verdad es su verdad”.
Esa verdad consiste en reconocer que ni siquiera el mayor de los desafíos de la humanidad de las últimas décadas facilitó que, entre los escombros de la pandemia, se erigiera siquiera un modesto perfil de liderazgo creíble entre la clase política mexicana; es decir, no hay cualidades de autoridad auténticas entre los personajes que hoy aspiran al poder; y su opción –para desgracia de todos– será el pacto.
Algo hay que reconocerle a este sexenio: No ha requerido de congraciarse ni pactar con ningún grupo político, económico o de poder fáctico para llevar a cabo sus políticas públicas (aquí no estoy diciendo que éstas hayan sido buenas o malas, eficientes o no). Ha optado con desmedida libertad por sus convicciones al grado de pasar por encima incluso de grupos respaldados internacionalmente y que han buscado chantajear o doblegar a otros gobiernos mediante su ostensivo colonialismo ideológico.
Pero, si no ocurre realmente un quiebre paradigmático en los próximos meses y de esa refriega no surge una figura de auténtica identidad se adhesión social, no podemos sino esperar que los aspirantes ya estén diseñando los pactos para intercambiar potenciales favores y así comprar la legitimidad que hoy no gozan.
Ya lo dijo Nietzsche: “Con imágenes y símbolos se persuade, pero no se demuestra”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe