Diferencias entre un estúpido y un idiota
La canoa se ha deslizado el último tramo
sin necesidad de remos.
Juan José Saer, El limonero real
Son célebres las correcciones. Hay quien dice que la literatura se escribe por restas, no por sumas; con el lado opuesto del lápiz, con el borrador.
Hay tantos chafas tan llenos de argumentos con el rostro plagado de excusas, argumentos. Hay gente que se ocupa del método higiénico, profiláctico. Gente con los oficios de la política sanitarias a las que les aterra el virus y su contagio.
En los asuntos de la escritura yo tomo partido por el problema, no por la tienda de arte, lo aséptico, creo que la página es una suma de fallas.
En este caso, no escribo para consumir recetas de belleza.
No me interesa.
Soy municipal, premoderno, apache.
Acudo más a la expresión de mis alergias, de los síntomas.
Trato de conservarlos en las letras que forman la página. Son, de alguna manera, la expresión de un estilo.
Mis fallas son lo que escribo, una aproximación a la belleza del lenguaje escrito.
No escribo para curarme.
Para tratarme voy con el médico o con el analista, con la yerberita o con la medicina de la abuela.
Para la expresión de un catarro acudo al té de ajo con canela, sus gotitas de limón o al agua caliente con sal.
Pero no le veo sentido buscar la computadora portátil, ponerme a escribir para curar el resfriado.
Acepto mi estilo de escritura porque al ver el resultado que me da tiempo, encuentro que hay tantas y tantas cosas por corregir, las falla me hacen sentir que tengo el tiempo, existencia, para corregir esas tantas fallas.
El error me otorga futuro, trabajo por hacer.
Abre un campo de tiempo, el quehacer como el espacio del futuro, del tiempo por venir.
Por otra parte, detesto a los comisarios.
A las y los hermanos del cirio perpetuo. A las hermanas de la Vela Gorda.
A los que juzgan.
A los que censuran.
Son aquello tan suficiente que corrigen a la misma luz solar.
A los que se montan en el ladrillo del pontificio y dictan normas.
Los papas de aldea.
Pero, me dicen los amigos, hay distintos modos de ganarse la vida, de pelear la chuleta.
Algunos coordinan talleres literarios.
Otros son profesores de Taller de lectura y Redacción en el COBAO.
Sé de un poeta que terminó de director de una institución educativa.
Merecen mi respeto, y mi desprecio.
Mienten.
La mentira no será el mejor camino para transmitir habilidades y saberes de los estudiantes.
El que miente no lo encuentro útil ni para él ni para nadie.
Soberbios sin compromiso con nadie.
Pienso que en este país ya estamos muy llenos de criminales.
El que corrige vive atascado, solemne.
La escritura necesita alegría no signos de la corrección.
La técnica será imperfecta.
Siempre habrá algo y algo mejor por poner en práctica.
Y hay tan poco tiempo.
Prefiero dedicar los segundos a la producción de las series de palabras.
Me resultan un verdadero espectáculo, corregir sobre palabras escritas no sobre taras.
Entonces, escribo como síntoma de mi mala salud.
Del cúmulo de estos padecerse las enfermedades crónico-degenerativas, que hacen la
escritura.
Esta secuencia de males que es el vivir.
Lo dijo Clarice Lispector, la belleza es lentitud.
Elijo eso.
Y las fallas otorgan ese tiempo lento de la experiencia, tan rica y bella en el campo de la escritura.