Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
CIUDAD DE MÉXICO, 18 de enero de 2019.- Uno nunca estará preparado para vivir experiencias que no espera y menos anticiparás sobre que tanto marcarán toda tu vida. Aunque parezca increíble, desde mi infancia fui muy introvertido, casi antisocial, justo cuando decidí empezar a cambiar esa parte de mí -a los 39 años cuando estaba en ese proceso- cuando de manera intempestiva el Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos me seleccionó para cubrir las segundas elecciones de Barack Obama; gracias a mi cerrazón me dio la ventaja de no meterme en problemas culturales, con lo que pude lidiar en la pequeña versión de una torre de Babel. Sin duda, todo lo vivido marcó mi vida para siempre.
En ese entonces dirigía cuatro medios de comunicación, dos periódicos impresos, un portal de noticias y un canal de televisión. Era un lunes que pintó de tranquilidad informativa todo el día, entonces cerré ediciones para las ocho de la noche, me fui a cenar a la residencia familiar de los dueños de esas empresas –la familia Suárez Lozano-, tranquilamente acepté la primera copa de vino tinto de parte de don Pepe, director general, así que conversamos, vimos la televisión, cenamos, abrimos la segunda botella que tan gentilmente me invitó, cuando de pronto llegó a mi teléfono celular un correo electrónico en inglés que provocó que se me subiera el color al rostro, así como el calor a todo mi cuerpo. Estaba muy confundido, pensé que no había entendido nada.
Melissa, la hija de don Pepe, notó mi cambió de actitud preguntándome inmediatamente ¿Todo bien? En ese entonces, la frontera norte de Tamaulipas estaba en un constante fuego provocado por la narcoviolencia, algo que mi rostro podría confundir sobre la noticia que había recibido; entonces le pedí a ella –que también era la directora administrativa del grupo de medios- que por favor leyera el correo electrónico y que me hiciera la traducción, pues en mi nerviosismo no comprendía el contenido. Resultado, confirmación total de lo que me arropó: ese mismo domingo me tenía que presentar en Washington, D.C.
Esa semana, antes de mí partida de Nuevo Laredo, Tamaulipas, todo fue demasiado intenso para mí. Entre actualizarme en inglés técnico hablado, alistar mis documentos, dejar listos los pendientes domésticos para mi ausencia por cinco semanas, tramitar mi visa como periodista para Estados Unidos, preparar todo lo necesario para el viaje en cobertura periodística, afinar detalles del segundo aniversario del canal Líder TV, detallar la cobertura informativa para las elecciones en México, además del trabajo cotidiano. Fueron días sumamente agobiantes en lo que no cabía el espacio para lo personal y mucho menos para visualizar lo que me deparaba.
El primer día cuando arribé a Washington se presentó el primer dilema. Recién instalado en mi cuarto, revisé el grupo de Facebook que el Departamento de Estado había generado para tener una mejor comunicación entre nosotros, había un recado -en inglés- que decía “Muchachos, a las 6:30 pm habrá reunión en el lobby del hotel para conocernos y quizás demos una vuelta”. Era el justo tiempo para terminar de instalarme, bajar a la reunión con los periodistas que ya habían llegado a hospedarse, o bien, dejar todo tal como lo tenía para salirme del Washington Plaza Hotel con la idea de no encontrarme con ellos por mi parte introvertida que todavía era. Pretendí persuadir la reunión por temor a relacionarme, pero sabía que afrontaría la realidad pues tarde o temprano me tendría que relacionar con el grupo de 34 periodistas de todo el mundo, más tres asistentes del Departamento de Estado.
Me instalé, tomé un fuerte respiro y bajé en tiempo al lobby, al descender estuve por un instante de regresarme a mi cuarto del hotel. Se abrieron las puertas del elevador, me encaminé al lobby, justo cuando iba a cambiar mi dirección hacia la puerta principal del edificio, escuché una voz femenina que dijo “Dave! Hello Mexico!”, sentí que la sangre se me fue a los pies, así que no tuve otra opción que buscar con la mirada a quién me había llamado. Entonces fue cuando saludé -sin dar la mano a nadie, solo con una seña de lejos- a todo el grupo de periodistas que ya estaba reunido. Mi temor se fue aminorando por la emoción de ver tantas nacionalidades juntas, con la misma pasión por comunicar, además con una misión común.
Para el tercer día experimenté el peso de una reunión multicultural. Cuando todo el grupo se había reunido en el lobby del hotel para trasladarnos al Departamento de Estado con Hillary Clinton, todos se habían vestido conforme a las costumbres de sus países, ese fue el primer impacto visual que me impresionó. Justo antes de subir al camión que nos llevaría, empezaron de forma natural a juntarse grupitos por intereses regionales, así que de pronto se escuchaba inglés, francés, árabe, italiano, español y alemán. En ese momento sentí lo contrario al primer día, el sentimiento que se me subía la sangre al corazón que impulsaba un fuerte palpitar, creo que me duró todo el día. Me sentía como en la torre de Babel. Ese día hubo un incidente porque un compañero intentó saludar de beso en la mejilla a otra compañera que profesaba la religión musulmana, ahí fue cuando agradecí ser introvertido.
Entre la diversidad cultural de ese grupo, encontré grandes coincidencias en sus realidades nacionales, pero más en las condiciones humanas de cada uno. Solo por ello, por esas grandes concurrencias, en este viaje en el que tuve que lidiar y crecer en una torre de Babel, aprendí a respetar, conocer, saber relacionarme libremente con cualquier persona, además de liberarme de mi introspección permanente: Aprendí a vivir el momento. www.daviddorantes.mx