Cortinas de humo
Preparando el regreso anhelado de mi diáspora forzada después de los avatares físicos y sobre todo sentimentales, recibí noticias de mi añorado San Jerónimo que como sucede en muchos casos de lugares originarios, hogares idos, distantes y añorados, están llenas de fallecimientos, enfermedades, viejos rencores, situaciones chuscas, paranormales y de oxidados cariños que hacen por momentos revivir recuerdos, abrir puertas al insomnio y mucha, mucha nostalgia por los tiempos idos, los amores furtivos, los amigos queridos entre la bruma del tiempo y alguna calidez que conserva el corazón por los viejos, por lo que fue la morada familiar, por las calles y los recovecos del barrio que jamás olvidamos. De aquel pueblo que nos vio partir hace ya más de cincuenta años aún quedan asideros que el tiempo no ha podido derrumbar, personas que perviven en su ambiente familiar y local, la muerte que al menos para nuestra generación se ha ido adueñando de lugares, recuerdos y seres queridos, emblemáticos y claro también controversiales.
Nuevas situaciones, obras, comercios sobre todo de los tiempos globalizantes, personajes, grupos de poder entre los que sobresalen los del llamado crimen organizado y sus aliados locales que por lo que escucho cada vez son más, espacios educativos, de esparcimiento, comederos gurmetizados que por fortuna todavía sucumben a las tradicionales antojerías así como formas, estilos y valores externos que sobre todo la población joven abraza con singular arrebato entre los que salen la zombicelulización que les hace aislarse en su zona de confort y sobre todo de la realidad social que en el Istmo se ha convertido en una zona de ingobernabilidad en que los malos son el alfa y el omega de la cotidianidad a pesar de las declaraciones cada vez más huecas y demagógicas de los gobiernos en turno.
De todas las noticias que recibí en plena frente emocional hay dos que retratan lo que fue y ha sido mi San Jerónimo querido como pueblo originario fundado hace cientos de años por comerciantes zapotecas en su peregrinar entre la planicie y las sierras de la región y la apabullante realidad actual que no lo hace diferente a casi cualquier lugar del mundo a pesar de lo crudo y lacerante que puede ser convirtiendo los sucesos irracionales y dantescos en una rutina más en que el victimario vive de lo más tranquilo y salvo caso anecdótico, coexiste con el resto de la población como si nada hubiera sucedido. Como lo he escrito en otras colaboraciones, el primer personaje que identificamos como ”el Tata” lo fue un italiano que de acuerdo a las versiones vigentes huía de su país por la segunda guerra mundial y la que mayor sustento parece tener es que vino al Istmo a construir una de las principales carreteras que a la fecha conserva una buena parte de su trazo original y que le dio también una fama peculiar en el barrio porque su casa la construyó con conceptos arquitectónicos no solo desconocidos por la paisanada sino que hasta chuscos para ellos porque empleó cientos de huevos que adicionó a la mezcla con que pegó los grandes adobes de una casa más parecida a un bunker en su aspecto y resistencia y un exquisito aire mediterráneo de grandes pardes encaladas como las de Nápoles o el Cantábrico.
A su muerte que estuvo precedida de al menos dos ocasiones fallidas en que la gente escuchó el aullido de sus perros durante su agonía y que en cada uno se fue uno de ellos y que después un avecindado compró sin que a la fecha haya alguien podido habitar un tiempo largo allí por plagas repentinas de hormigas, comején, luces y ahora cada vez más dicen las noticias apariciones, ruidos y sucesos extraños que los últimos inquilinos salieron más rápido que políticos del otrora invencible al partidazo al de hoy en boga. La otra nota oral que me ha llevado a sumar las madrugadas de insomnio y el infernal calor que hace sudar mi cuerpo y mi alma cada vez más, es de una vecina del que fue el hogar familiar que como hija menor de un próspero matrimonio zapoteca le llevó a heredar y administrar una escuelita de las primeras letras conocida como la UNAM por que cobraba cuotas a diferencia de la de mi vieja que era gratuita y enfocada a niñas y niños zapotecos que casi inevitablemente repetían el primer grado y dos concesiones de taxis.
Cuentan que se fue aislando cada vez más exigiendo que los rollos de billetes de las ganancias diarias les fueran entregados por medio de una pequeña ventana de su gran casa donde habitaba sola, hasta que un día ya no contestó, un dirigente de taxistas logró encontrarla harapienta, desaseada, cabellos largos, tiesos y descuidados en medio de una gran cantidad de rollos de billetes, para lograr que la declararan mal de sus facultades mentales y la desapareció para quedarse con sus propiedades en total impunidad: ¡Cosas veredes, amigo Sancho!
Gerardo Garfias Ruiz [email protected]