Cortinas de humo
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de noviembre de 2018.- La presencia de Julio Scherer Ibarra en la consejería jurídica de la presidencia de la república de López Obrador le dio otro tono a la confrontación por la portada de la revista Proceso esta semana: el hijo del fundador del semanario es miembro del consejo de administración y posee la parte más importante de las acciones de la revista.
Por tanto, los enojos del presidente electo y de su esposa debieron dirigirse a Scherer Ibarra, quien hasta ahora se encuentra metido en un conflicto de intereses: Proceso es la revista semanal más importante y su tarea ya fue fijada como de denuncia de abusos del poder de Morena, como antes los hizo contra los abusos del PRI.
La fricción López Obrador-Proceso sacó chispas en el medio periodístico porque nunca un presidente electo a punto de tomar posesión constitucional del cargo había confrontado la línea editorial de crítica de una publicación. Proceso no es una revista de oposición ni sirve a algún grupo político priista, salvo al priismo en el que militó Scherer Ibarra cuando trabajó como secretario particular del presidente nacional del PRI Gustavo Carvajal Moreno en tiempos de López Portillo.
Este dato es importante: Proceso encaró severas denuncias contra López Portillo como presidente mientras Scherer Ibarra estaba en el PRI, al grado de que de Los Pinos ordenaron dos suspensiones arbitrarias de publicidad: en 1981 por un documento de Pemex que hizo la Secretaría de Programación de Miguel de la Madrid enfrentándolo con Jorge Díaz Serrano, los dos en la lista de precandidatos presidenciales. Y en 1982 López Portillo dijo su frase más celebre para justificar el corte de publicidad: “no pago publicidad para que me peguen”, con el dato institucional de que el presidente de la república no es el dueño de los recursos presupuestales del gobierno y por tanto está impedido por las prácticas democráticas a usar esos dineros para su propia popularidad.
Lo interesante fue que Proceso nunca funcionó como una revista de oposición ni ha buscado alcanzar al poder, salvo por la carrera burocrática de Scherer Ibarra en el sistema de gobierno sin involucrar a Proceso. El propio Julio Scherer García contó en su libro Los Presidentes cómo el entonces director de Excélsior era considerado una pieza política en los hilos del poder institucional: Echeverría le adelantó a Scherer el nombre de López Portillo como su sucesor y le pidió que Excélsior hablara bien del precandidato para preparar el ambiente.
La historia de Scherer García y Excélsior es más compleja que la que afirmó Carlos Fuentes –“el Francisco Zarco del siglo 20”–, porque el escritor tenía el cargo de conciencia de haber trabajado con Echeverría como embajador en julio de 1976. Pero en su defensa, la historia del “golpe” a Excélsior ha dejado de ser sentimental porque formó parte de reacomodos institucionales en la sucesión presidencial de 1976 y porque Scherer perdió el control de la cooperativa.
Datos fundamentales para posicionar el mito de Excélsior están en la investigación de Arno Burkholder: La red de los espejos. Una historia de Excelsior 1916-1976, editado por el Fondo de Cultura Económica en 2016. En este escenario de la historia política sistémica de Excélsior, el papel de Scherer García como pieza crítica del sistema priista, el priismo de Scherer Ibarra y ahora su posición prácticamente como brazo derecho del presidente electo ilustran las reacciones de López Obrador y de su esposa contra una portada.
Lo que queda fue la reacción directa del presidente electo en un video mensaje. El derecho de réplica tiene sus reglas legales. Sin embargo, el tono amenazante de López Obrador adelantando que va a responder a los medios anuncia tiempos de confrontación por el efecto inhibidor de la libertad de crítica. Sólo en los tiempos autoritarios de Miguel Alemán, Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo contra medios críticos –no opositores– se escuchó el tono usado por el presidente electo en su mensaje.
Como todo populismo, el de López Obrador está pagando su cuota de reorganización del papel de los grupos de poder del régimen priista: militares, empresarios, EU, burocracia del poder, poder judicial y ahora la prensa. Y en el fondo la intención de López Obrador es la fijar la nueva jerarquía política del mismo sistema presidencialista con intenciones de colocar a Morena como el partido-sistema de la misma estructura piramidal del poder que tenía el PRI.
Como López Obrador no representa una alternativa ideológica ni de nuevo grupo radical, sino que es sólo un relevo en la élite gobernante priista y como Morena está armado con piezas desgastadas del viejo régimen priista, López Obrador está usando su presidencia electa para fijar de manera autoritaria la nueva jerarquización del poder.
Los cuestionamientos de López Obrador a Proceso buscan restaurar el presidencialismo autoritario sobre la prensa para regresar a los tiempos de Echeverría y López Portillo.
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