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CIUDAD DE MÉXICO, 3 de abril de 2019.- Pueden decir misa en el grupo compacto de la casa presidencial; pueden intentar el mayor control de daños en torno a la comparación que hizo de los pobres con mascotas y animales. Lo cierto, es que el mandatario practica con los ciudadanos pobres, el perverso principio de la caja de Skinner, el padre del conductismo.
¿Y eso qué significa?
Que con la zanahoria de los programas sociales, con el señuelo de alimentar a la mascota y a los animalitos, Obrador condiciona el apoyo para lo que venga; desde el voto a pezuña alzada hasta la manada en las urnas.
Lo que no logrará el nuevo gobierno, sin embargo, es desaparecer la percepción creciente de que Obrador engaña a los ciudadanos en las mañanas; porque no trabaja para el bienestar de los mexicanos y para engrandecer a México; trabaja para su ambición reeleccionista.
Y si dudan que crece la percepción del engaño colectivo, apenas el fin de semana un ciudadano gritó mentiroso al presidente –en el aeropuerto–, y lo increpó por los montajes mañaneros.
En efecto, López Obrador trabaja arduamente –de sol a sol–, no para lograr el crecimiento económico del país, no para la creación de empleos y menos para consolidar a México como potencia económica; trabaja para su clientela de votos; mascotas a los que alimenta con dinero público y a los que pedirá el voto para su reelección, llegado el momento.
Lo cierto es que la comparación que hizo el presidente entre mascotas y pobres no fue un tropiezo discursivo y menos un error conceptual; tampoco fue una confusión al calor de la tensión frente a los medios.
La realidad es que el presidente ve a los pobres y desposeídos –a los mexicanos de escasos recursos–, como clientela manipulable y cautiva, a la que debe procurar con dinero público, para los tiempos electorales que vienen.
Y es que según Obrador, esas mascotas y animalitos –los mexicanos pobres–, también votan. Y, para ello, deben ser pastoreados adecuadamente.
Es decir, que el nuevo PRI en que se ha convertido Morena, no sólo ratifica el grosero uso clientelar de los pobres, de los que menos tienen, de los más necesitados, sino que los conduce como mascotas y animales adiestrados para responder, de manera afirmativa, cada ocasión que sean requeridos; sea en las urnas, sea en la plaza pública.
Y de esa manipulación grosera y abyecta el presidente dio muestra clara en su más reciente gira de proselitismo por Veracruz –porque no son giras de trabajo del presidente sino proselitismo reeleccionista–, cuando pregunto a una audiencia bien adiestrada si debía o no engancharse con Donald Trump.
“¡Levanten la mano los que piense que no debemos confrontar a Trump!”, preguntó. Y la multitud apoyo el dicho presidencial. Luego, en un grito de victoria, López Obrador sintetizó al mejor estilo dictatorial: “¡Ése es mi pueblo…!”, gritó.
Es decir, el pueblo tiene dueño; los pobres son mascotas del gobernante en turno. Ya antes Obrador había comparado a los seguidores de su causa –en 2012–, con perros callejeros, al motejar como solovinos a los ciudadanos que creían en su proyecto.
Hoy el presidente amplió la categoría para la comparación zoológica de los ciudadanos pobres.
Ya no son solovinos; son mascotas llevadas al Arca de Noé –del mesianismo de Morena–, en donde caben todas las especies de la creación; votantes a los que alimentará y cuidará un gobierno que sabe que son incapaces de proveer su alimento. El perverso conductismo de Skinner.
Pero el asunto va más allá de la ofensiva comparación animal de los pobres.
El verdadero problema es la convicción presidencial de que la masa de votantes que construye –con dinero público–, está integrada por débiles mentales, incapaces de pensar por sí mismos; corderos adiestrados y alimentados para el momento cumbre; el voto en la plaza, “a pezuña alzada” o el sufragio “en manada” en las urna; la “manada” de los 30 millones.
Antes votaban los muertos, hoy votarán las mascotas y los animales.
Al tiempo.