La posverdad judicial
CIUDAD DE MÉXICO, 27 de marzo de 2019.- Igual que ocurre en todas las dictaduras, en el nuevo gobierno mexicano existe un marcado rechazo hacia la prensa, en general, y contra los medios que critican y cuestionan a la entrante administración federal.
Y no es un rechazo soterrado o de antifaz. No, se trata de una pulsión pública expresada desde el púlpito de “las mañaneras” –por el mismísimo presidente Obrador–, quien todos los días lanza dardos envenenados contra los medios que lo cuestionan y los periodistas que le critican.
Lo preocupante del tema, sin embargo, es que en el equipo presidencial no asoman los mínimos de contención –voces sensatas–, capaces de hacer entender al presidente que no hay tal “prensa fifí” sino que existen medios y periodistas afines a su causa, por un lado, y críticos de ella, por el otro.
No quiere entender el presidente que la prensa crítica, los medios que cuestionan y los periodistas que señalan, son fundamentales en la democracia y que el análisis, la crítica, el señalamiento y el cuestionamiento a un gobierno son precisamente el termómetro para medir la salud de la democracia.
No entienden el presidente y su equipo que al socavar a la prensa crítica, a los medios que lo cuestionan y a los periodistas que lo critican, debilita pilares fundamentales de la democracia.
No recuerda el presidente que –en su propia lógica–, él mismo y su prensa afín habrían sido “la prensa fifí” de los gobiernos de Peña, Calderón, Fox y Zedillo, ya que por años Obrador y su claque crearon un cerco no sólo crítico sino que difamó y calumnió a gobiernos del PAN y del PRI, a los que incluso motejó en tono despectivos, como “PRIAN”.
No entiende Obrador que al polarizar a la prensa, a los medios y a los periodistas –en bueno y malos, en fifís y no fifís”–, lo único que consigue es avalar las agresiones a los periodistas que, en su gobierno, sufren persecución, insulto y muerte.
No le importa al presidente que, en promedio, hayan sido asesinados un periodista cada 15 días en su gestión; en total siete comunicadores muertos en sólo siete quincenas, de un total de nueve atentados criminales.
No quiere entender el presidente Obrador que el género periodístico de opinión no es sinónimo de militancia partidista y tampoco preferencia política; no quiere ver que la opinión y la crítica van dirigidas a todas las formas del poder; sea político, empresarial, religioso, ciudadano…
Cierra los ojos el presidente a una realidad virtuosa y saludable de la crítica; capaz de contener los excesos del poder, de parar el culto a la figura presidencial, de eliminar la tentación corrupta, al vicio de la opacidad y la no licitación de obras públicas; no quiere ver que sólo mediante la crítica y el señalamiento puntual será posible combatir la corruptela que tanto pregona.
Olvida el presidente Obrador que durante décadas, él mismo fue un severo crítico de todas las formas de poder; olvida que su carrera política estuvo siempre soportada en la crítica y que muchas ocasiones cuestionó a los poderosos que, como ocurre hoy con él mismo, censuraban la crítica.
¿Ya olvidó el presidente cuando exigía a gritos, en la plaza pública, a los presidente Fox, Calderón y Peña no censurar a los críticos?
¿Por qué hoy –ya presidente–, Obrador no respeta a los medios críticos y a los periodistas que lo cuestionan? ¿Por qué estimula con su discurso el asesinato de periodistas?
Ignora el presidente Obrador que el derecho de replica es un derecho ciudadano, no una facultad del poder; ignora que en tanto presidente de los mexicanos –y depositario del mandato ciudadano–, juró respetar la Constitución y, por tanto, no es beneficiario de las garantías individuales, entre ellas la de réplica y menos tiene la facultad de condenar y satanizar a los que piensan distinto.
Olvida AMLO que es presidente de todos los mexicanos; de quienes lo votaron y aquellos que lo rechazaron; de quienes lo aplauden y quienes lo abuchean; de quienes creen en él y quienes lo consideran un mentiroso.
Y todos los ciudadanos esperan que el presidente aprenda a respetar la Carta Magna, que entienda su papel como presidente, que reconozca a la libertad de expresión como una institución del Estado democrático y recuerde que vivimos una democracia, no es una tiranía.
Al tiempo.